«Tenemos sueños que cumplir, nos gustaría poder avanzar en Gipuzkoa»
Las nicaragüenseses Escarlet y Chintia emprenden una nueva vida lejos de su familia y la pobreza de su país con la ayuda de la asociación Malen Etxea, que celebra su vigésimo aniversario
«Es la primera vez que salgo de mi casa, lejos de mi mamá, y a veces me entra la depresión de querer volverme pero ... saber que puedo ayudarles con los pagos me anima a estar aquí», cuenta Escarlet Matei, nicaragüense de 23 años y la pequeña de cuatro hermanos, que llegó a Gipuzkoa hace unos meses. A sus 17 años, comenzó a trabajar en una empresa de tabaco pero su verdadera aspiración era ir a la universidad para estudiar Ciencias Sociales. Sin embargo, «no pude apuntarme por los gastos», lamenta. Su compatriota, Chintia Rizo, sí consiguió graduase en Ingeniería Agropecuaria, aunque las «pocas oportunidades laborales» en su país le obligaron a iniciar su periplo migratorio en busca de «un futuro mejor». En octubre del año pasado hizo las maletas.
Son dos ejemplos de las mujeres latinoamericanas que llegan hasta Gipuzkoa con la intención de emprender una nueva vida lejos de la pobreza o la violencia, también lejos de sus familiares, muy a su pesar. Saben que, una vez aquí, les espera un camino profesional distinto al que un día soñaron –la mayoría se dedica al cuidado a mayores en trabajos donde muchas sufren situaciones de discriminación y explotación al no contar con 'papeles' o carecer de recursos– «pero al menos tenemos un trabajo», afirman agradecidas. «Trabajar de interna no era lo que yo esperaba pero es lo que hay. Ahora que lo necesito, pues ni tan mal, pero pienso que no va a ser así toda la vida, me lo tomo como algo temporal», afirma Chintia, lejos de sentirse «decepcionada». «Mi hermana ya me había hablado claro de cómo iba a ser, ya sabía a lo que venía y estábamos advertidas de que iba a ser un poco duro», añaden.
La asociación Malen Etxea, que cumple 20 años en su lucha por los derechos de las mujeres migradas y, en especial, por los de las trabajadoras internas del hogar, ha sido su refugio al llegar a Gipuzkoa. Esta organización, que lideran Jessica Guzmán y Silvia Carrizo, cuenta con dos casas de acogida, una en Zestoa y otra en Zumaia, donde actualmente viven Chintia y Escarlet y por las que han pasado cerca de 280 mujeres desde su apertura en 2012.
«Necesitaba buscar algo mejor. En mi país no hay oportunidades, los salarios son mínimos y solo da para comer»
Escarlet Matei
Nicaragüense, 23 años
Lo cierto es que dejar atrás su país no fue una decisión muy meditada, por dura que resultara. «Un día pensé que necesitaba buscarme algo mejor, quería ayudar a mi familia. Empecé a mirar y como tengo una prima aquí me vine. Me ha ayudado mucho», cuenta la más joven de las dos, que actualmente no dispone de empleo. Chintia, que también trabajaba en una fábrica de tabaco en la parte del control de calidad, pensó igualmente que había llegado la hora de reconstruir su vida en otro país. «Fue de un día para otro. Dije: 'ya no aguanto más, ya no quiero estar aquí'. Porque la forma en que se vive en Nicaragua no es vida. Los salarios son mínimos y solo da para comer. No tienes para todo lo demás: ropa, educación...», coinciden ambas. Chintia no quiere esa vida para su hijo. «Como mi hermana estaba en España me ayudó y así, casi de un día para otro, me vine. Mi hijo mientras se quedó con mi madre en Nicaragua. Ya tiene 10 años».
A pesar de contar con un título universitario, asegura que «allá no pude trabajar de ingeniera. Si no eres allegado al Gobierno o tienes a alguien que te ayude no tienes posibilidades de escalar ni nada», lamenta.
Condiciones
Aquí tampoco está teniendo facilidades para convalidar su título y las esperanzas de alcanzar un buen puesto poco a poco se están esfumando. Le gustaría demostrar su valía pero parece que el momento nunca llega. Lo impide la propia burocracia, que reduce las oportunidades laborales. Según expone Silvia Carrizo, «el problema es que hay una complicidad de las políticas públicas de mantener un ejército de mujeres sin papeles, que son todas las compañeras que están llegando, porque la propia ley de Extranjería obliga a permanecer tres años en el Estado, pero obviamente, nadie vive cruzado de brazos. En esos años se trabaja en condiciones alegales, sin contrato. Por eso nosotras, como organización, ponemos el foco en las trabajadoras inmigrantes sin papeles, para evitar la explotación laboral, para tener un control de que, aunque estén de interna, tengan sus horas de salida, sus fines de estancia, sus 14 pagas, etc. La sociedad no asume que los cuidados son un derecho y por tanto tienen que ser políticas públicas». Chintia y Escarlet trabajaron de internas 24 horas, «literal». «Fue muy duro y desgastante. No teníamos tiempo para nosotras. Tampoco contrato, todo era en negro y nos pagaban unos 1.000 euros al mes», señalan, al tiempo que censuran cómo se «aprovechan de esa necesidad muchas veces, sobre todo de las mujeres migrantes».
«Trabajar de interna no era lo que yo esperaba pero es lo que hay. Pienso que no va a ser así toda la vida»
Chintia Rizo
Nicaragüense, 29 años
Después de varios meses encadenando trabajos temporales se quedaron en la calle, sin ninguna prestación. «La señora ya no se sentía cómoda conmigo y me echó», dice Chintia, así que estamos en «descanso obligatorio». Desde la asociación, Jessica Guzmán reclama mayores oportunidades para acceder a puestos de trabajo «porque hay mucha valía y mujeres migrantes muy preparadas y con otra perspectiva de la vida que puede aportar grandes valores».
A pesar de los sinsabores, tienen claro que volverían a repetir sus planes. «Aquí creo que podemos avanzar», coinciden. «A mí me gustaría homologar mi título de ingeniera y trabajar en Gipuzkoa, traerme a mi hijo y tener sustento para hacerlo, si Dios quiere». ¿El deseo de Escarlet? Volver con su familia cuando haya ahorrado lo suficiente. «Pero puede que me acostumbre a estar aquí. Podría sacarme una carrera, enfermería o azafata de vuelo, y quedarme», afirma.
Cambia el perfil de las mujeres atendidas: jóvenes y sin hijos
La asociación Malen Etxea, que presta ayuda a las mujeres migrantes que llegan a Gipuzkoa, atiende a cerca de 175 mujeres al año, de las cuales, el 45% tienen situación administrativa irregular. Por edades, el colectivo más numeroso lo conforman las mujeres mayores de 55 años (el 40%), seguidas de la franja entre 30 y 50 años (el 33%) y el resto, mujeres entre 18 y 30 años, aunque este último colectivo está cambiando el perfil de mujeres acogidas en los últimos años. «Hace 20 años venían mujeres de entre 36-40 años con cargas familiares, con 3, 4 o 5 hijos y ahora están llegando chicas jóvenes, que vienen ellas solas». Por lo general, la gran mayoría tiene estudios medios y en torno a un 8- 10% cuentan con estudios superiores.
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