«No tiene sentido que la obliguen al aire libre»

mascarillas en exteriores ·

Con el calor y la caída de contagios, el uso de las mascarillas empieza a decaer en exteriores

Estrella Vallejo

San Sebastián

Miércoles, 16 de junio 2021, 06:33

Con la incidencia del virus a la baja y el relajo que provoca ya de por sí el verano, cada vez es más común observar ... cierta relajación en el uso de la mascarilla en los espacios al aire libre. Y más allá de ser una medida de control del covid, el motivo principal que aluden para tomar la decisión de bajarse el tapabocas en exteriores, es que si bien este elemento ha podido ser un buen aliado durante los días de frío en invierno, es un artículo especialmente agobiante en jornadas calurosas como la de ayer, y que con la vacunación tan avanzada y los contagios en claro retroceso, «no sirve de nada».

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Un paseo junto al pretil que asoma a la playa de la Zurriola o incluso por la orilla de este arenal donostiarra a cualquier hora del día constata que la interpretación particular de esta norma, que en breve se debatirá en el plano político, está cada vez más extendida a pie de calle.

lobo altuna

Rosa, Lourdes, Rosa y Jasone están sentadas con la distancia pertinente junto al Kursaal, y dos de ellas están con la mascarilla bajada. «Es un agobio, el problema es que al haber gente que no tiene sentido común nos obligan a todos a llevarla y así se aseguran que cumplimos. Pero con esta separación, la brisa que corre y todas vacunadas, es un sinsentido estar con esto puesto en la calle», comenta una de las Rosa señalando el protector que tiene en la mano. El resto del grupo de amigas asiente y añade que «en lugares en los que hay aglomeraciones o el supermercado... no nos parece mal llevarla, pero en exteriores no lo vemos». Es cuestión, reiteran, «de sentido común».

lobo altuna

Eider e Irati, por su parte, reconocen que al entrar en un bar «sí nos da un poco de cosa ir sin mascarilla», cuestión que antes les pasaba por completo desapercibido. Estas dos jóvenes, residentes en Lizartza y Alegia, se acercaron a Donostia a pasar la tarde. Están sentadas en el pretil, charlando, con cierta distancia y sin el protector respiratorio puesto. Reconocen que la obligatoriedad de llevarlo desde el verano pasado la tienen más interiorizada ahora que entonces, aunque quizás es ahora cuando les resulta más molesto. «En invierno, bueno, pero con este calor agobia muchísimo, y si vamos por la calle y no hay mucha gente sí no la bajamos por debajo de la nariz», coinciden estas dos amigas. En su círculo de amistades, la reflexión que hacen es la misma, «pero a mi madre sí que le oigo decir que prefiere que se alargue un poco más la obligación de llevarla», comenta Irati.

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A pie de playa

En la misma línea discurren los argumentos de Juana Mari y Juan Luis. Estos dos errenteriarras, que están jugando con su nieto Ioritz en la orilla, se declaran «promascarilla», «pero estamos los dos vacunados, somos convivientes y tenemos espacio de sobra con la gente que pasea por al lado, además que con este calor, es un incordio», exclaman dando énfasis a su disconformidad con una norma que obliga a llevar el protector en la playa salvo para estar tumbado en la toalla o en el momento del baño.

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Si la propuesta que estuviera sobre la mesa planteara una retirada de la mascarilla en interiores, estarían recelosos, pero en absoluto tratándose de espacios al aire libre. «En el bus o en el supermercado vamos todos con mascarilla, pero la gente va mucho más pegada que en la playa o en la calle», indica Juan Luis, a lo que su mujer añade que le sorprende «la distancia social que hay en la playa. Si echas un vistazo rápido te puede parecer que hay mucha gente, pero a medida que te acercas te das cuenta de que en general se guardan bastante las distancias. Y es un toque que nos va a costar mucho quitarnos».

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«Tenemos que llevarla para estar en la orilla pese a vivir juntos y estar los dos vacunados», reprocha un matrimonio

lobo altuna

A unos metros, pero metida en el agua casi hasta la cadera está Marian, dispuesta a bañarse. Lleva su mascarilla quirúrgica colgada del brazo. «¿Me puedo bañar sin mascarilla entonces?», pregunta. «Como me suelo bañar sin mojarme el pelo, el año pasado me metía al agua con la mascarilla puesta, pero al ver que ahora nadie la lleva, me la he quitado. Es que ya no sé si se puede o no se puede...», comenta sin saber muy bien qué hacer.

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