El reto demográfico exige a Euskadi repensar el modelo social e incentivar a las familias
El escenario de mayor longevidad altera «los ciclos de vida» y obliga a ampliar el foco centrado en el envejecimiento a políticas de infancia y juventud, a integrar la perspectiva de género y a redirigir el gasto social
Un trasatlántico, gigante, con múltiples pisos y camarotes y lento en sus movimientos, que está obligado a virar el rumbo para encontrar una corriente por ... la que enderezar y equilibrar la travesía sin riesgo a que se abran vías de agua que pongan en riesgo la nave por algún lado. El símil pretende ayudar a visualizar, a expresar, el reto demográfico al que se enfrenta Euskadi. El desafío ineludible para una sociedad cada año más envejecida, donde es preciso buscar y hallar un equilibrio generacional que sostenga no solo el relevo sino que también garantice el bienestar en todos los grupos de edad. Un desafío que exige repensar la organización ante las 'nuevas edades' aparecidas, y que obliga a superar inercias, identificar urgencias e implementar políticas coordinadas y transversales, que permitan mover el timón hacia una dirección adecuada como la que desde hace años siguen Francia o los países nórdicos, ponen como ejemplo algunos expertos. «El barco ha comenzado a girar», tranquiliza Joseba Zalakain. «Pero aquí no hay cambios drásticos». Las generaciones actuales ya han nacido. Y lo importante es garantizar que puedan desarrollar su proyecto de vida. Para ello, afirma citando «a los teóricos», como en alta mar, «la máxima es que las mujeres y los niños, primero».
El director del Centro de Documentación y Estudios SIIS, la referencia en políticas sociales en Euskadi; la socióloga y directora del Deustobarómetro, María Silvestre; y el experto en Geriatría y director científico del Programa de Mayores de la Obra Social 'la Caixa', Javier Yanguas, ofrecen diferentes miradas y ayudan a elaborar el diagnóstico de la realidad demográfica y social en Euskadi, identifican los déficits, urgen a una reflexión integral y profunda, y exponen algunas de las prioridades que deben incluir las políticas o los planes que las administraciones públicas están poniendo en marcha para adaptarse al tiempo actual y al futuro próximo.
Políticas que, partiendo de un análisis certero de situación, exigen coordinación, transversalidad, continuidad y atención tanto a la parte alta de la pirámide demográfica, la población más adulta y anciana -ya hay dos generaciones a partir de los 65 años-; como a la baja, la infancia y una juventud cada vez más retardada que no ha sido atendida en las últimas décadas. La clave es repensar el modelo social. Y uno de los objetivos, coinciden los tres expertos, «es que quien quiera tener hijos, los tenga». Que la situación económica, la conciliación, los cuidados, el desarrollo profesional... dejen de ser un obstáculo para satisfacer la expectativa familiar que manifiesta la ciudadanía, y se realice una reflexión profunda sobre una cultura social y una organización, que nada tienen que ver con las de hace medio siglo. Hablan de cambios, de prioridades, de riesgos, de medidas, de inversiones, de retos y de «oportunidades» como la que representa la población inmigrante a la hora de contribuir a un mercado laboral que pierde efectivos y recursos que permitan mantener en pie el sistema hasta ahora conocido.
Perspectiva de género
Una de las bases de ese reto demográfico pasa por asumir el cambio en el papel de las mujeres y garantizar la corresponsabilidad de género. Ellas dedican 4,7 horas diarias al cuidado de los hijos; los hombres, 3,3. Ellas son las que, de forma mayoritaria, se encargan del cuidado de los ancianos y personas dependientes. Ellas son las que asumen más reducciones de jornada, trabajos a tiempo parcial, renuncias laborales... «Lo primero es asumir el cambio de papel de las mujeres en la sociedad, en el ámbito laboral y personal, falta perspectiva de género» para realizar una evaluación correcta y «naturalizar» la corresponsabilidad que, poco a poco, va calando en las familias. «No puede recibirse con resistencia o como una faena en las empresas que un hombre se acoja, por ejemplo, a los nuevos permisos de paternidad igualitarios e intransferibles de hasta 16 o 18 semanas estrenados en Euskadi. Pero ese cambio de cultura laboral no es solo de los hombres, es de toda la sociedad», reflexiona Silvestre.
Ese reparto desigual de cargas pesa «y mucho» en la decisión de tener o no hijos, en el retraso de la maternidad y, en consecuencia, en el hecho de que las familias tienen menos descendencia de la deseada. «En los países donde más se comparte, las mujeres tienen más hijos», constata el director del SiiS, quien destaca la importancia de fijar entre las prioridades las políticas de familia e infancia, hasta ahora más descuidadas. «Ya no podemos cambiar el número de mujeres de entre 25 y 40 años que están en edad de tener hijos, pero sí facilitar que las que quieran tenerlos, lo puedan hacer», añade Zalakain, en una tesis que comparten también Silvestre y Yanguas. Y mira tanto a las políticas autonómicas, como a las estatales vinculadas a la Seguridad Social, como a las empresas que deben aplicarlas.
Maternidad tardía
El descenso en la tasa de natalidad es síntoma de ese desajuste, agravado por otros factores como la edad de emancipación, las condiciones laborales, la decisión tardía de la maternidad o el menor número de hijos por familia. En 2018 nacieron 16.090 niños en Euskadi, dos puntos menos que hace una década. Y la caída puede acrecentarse si no se afronta ese cambio social que atañe a las políticas familiares, sociales, educativas, de empleo o de vivienda; si no se asimila el cambio de «valores» en torno a la maternidad y a los nuevos modelos de familia; y si no se presta una cobertura social y de servicios suficiente a las familias que garantice que ser madre o padre implica los mismos sacrificios, renuncias y obligaciones. No es cuestión de alcanzar una tasa de natalidad determinada, indica Zalakain, sino de ofrecer garantías a quienes deciden tener hijos. Y ofrecerlas a edad temprana, para permitir que los jóvenes adelanten en el tiempo su proyecto de vida. «En Francia se emancipan mucho antes, aquí a los 30, y eso lastra cualquier proyecto de vida, y retrasa y complica la paternidad», constata el experto. Incluso, entre las personas inmigrantes, que en los últimos años han sostenido las cifras de nacimientos. Una de cada cuatro madres en 2018 era extranjera.
Inmigración
Esa población de origen foráneo, que representa el 8% del total, ha permitido por un lado contener la caída de nacimientos, pero no lo hará en el medio y largo plazo. «Aunque procedan de países donde culturalmente sean madres más jóvenes, una vez emigran la tendencia es equipararse con los países de destino», advierte Zalakain. Pero en la pirámide demográfica vasca no solo es relevante su presencia por esa razón. María Silvestre pone otra carta sobre la mesa y recuerda que las personas inmigrantes pueden «contribuir con su trabajo» a cubrir la tasa de reposición laboral que las patronales ya ven peligrar. En Gipuzkoa, por ejemplo, Adegi ha advertido de que el territorio perderá en la próxima década a 52.000 personas en edad de trabajar, a un ritmo de 3.500 por año. Y se pregunta cómo recuperar población activa, una vez cerrada la brecha de género en la incorporación al mercado laboral. «Con población extranjera», responden tanto la directora del Deustobarómetro como el experto en 'mayores'.
La salida «es clara. Pero seguimos con una vía de cierre y control de fronteras en lugar de asumir y ver su llegada a Europa como una oportunidad», añade Silvestre.
Esos trabajadores, sobre todo las mujeres pero también cada vez más hombres, componen además un cuerpo central e indispensable en las tareas de cuidado sobre todo de personas ancianas y dependientes. Una labor poco gratificada, poco reconocida y que precisa de una reorganización global. «¿Quién cuidará de los que ahora tienen 50 o 60 años? El pacto intergeneracional tácito, la norma no escrita por la que un adulto cuida de sus hijos y de sus padres, se acabó», avanza Yanguas, que pone voz a una reflexión obligada pero que parece aún «invisible».
Riesgo de pobreza
Estrechamente vinculado con esa labor y especialmente a ese colectivo social de personas nacidas en otros países, aunque no sólo, emerge otro factor de ese prisma demográfico: el económico. Por un lado, es una realidad constatable, y recogida ya en el exhaustivo diagnóstico realizado por el último plan interinstitucional de apoyo a las familias elaborado por el Gobierno Vasco, que las que tienen hijos acumulan «más boletos» de caer en umbrales de pobreza, indica Zalakain. En ese informe se da un dato esclarecedor y preocupante: «Los menores de 24 años constituyen hoy en Euskadi el 40% de todas las personas en situación de pobreza real».
La precarización de las condiciones económicas de los trabajadores, muchos obligados a recurrir al complemento de RGI, está detrás de esa tasa. Pero también es un elemento esencial en la configuración y ritmo de los proyectos vitales de cada persona. En las nuevas generaciones el «ascensor social va a descender», prevé Yanguas. Es decir, la cota de bienestar que tendrán respecto de la que han disfrutado sus progenitores, ahora en torno a los 50 o 60 años, no se va a repetir con las siguientes generaciones. Van a 'vivir peor' que sus padres. Al menos en cuanto a condiciones laborales. Y eso no solo afecta a su desarrollo personal y/o familiar, y al conjunto del modelo social, sino que «modifica» -advierte el experto- las «relaciones» entre grupos de edad y rompe ese pacto intergeneracional. «El pacto de cuidados es el que sostiene a la sociedad, y con el nuevo escenario habrá que ver cómo nos organizamos (pensiones, residencias...)».
Ciclos de vida
El desafío de los cuidados entronca directamente con ese replanteamiento. Vivir más es positivo, pero conlleva una situación demográfica y social diferente que aún no se ha abordado con la profundidad que exige. Desde el punto de vista «cualitativo», ilustra Yanguas, cambian «los ciclos de vida». «Se es niño hasta más tarde, la adolescencia no sé hasta cuándo dura, se retrasa la juventud... Pero la entrada en la 'vejez' -la retirada profesional- sigue marcada a los 65 años, cuando todavía quedan más de 25 de vida por delante. La edad de ahora no tiene que ver nada con la de hace 40 años. Basta comparar en cualquier familia», expone en un intento de llamar la atención sobre esa 'segunda edad adulta', que oficialmente convive en el mismo grupo con la tercera edad real, caracterizada ya por más «pérdida de energía», mayor necesidad de asistencia, por la soledad... «Cambia la significación de las edades», añade. «Cómo te vas a sentir mayor con 70 si tienes un suegro de 88 o 90 años», visualiza.
Y desde esa evidencia, el director científico del programa de mayores de la Fundación 'la Caixa' advierte de que no solo cambia la labor y las políticas relativas a los cuidados a los más mayores, sino que debe cambiar la visión sobre el «papel» que debe ejercer esa otra generación que acaba de retirarse de la vida laboral pero que tiene una formación, experiencia y vitalidad que no puede arrinconarse. «Se habla del envejecimiento activo enfocado a ocupar el tiempo... Pero además de esa actividad individual, ¿no podría buscarse un papel para que desde su nueva situación y de manera distinta, sigan aportando al bien común desde cada área que dominan? ¿No se puede organizar la sociedad para que se integre ese potencial y esa capacidad? ¿Qué se espera de la vejez?».
Yanguas lanza las preguntas observando que en los próximos años comienza la jubilación de los integrantes del «baby boom», los nacidos en torno a la década de los 60 hasta el año 75, y que suponen unos 15 millones de personas en toda España. «Falta analizar ese cambio vital».
Gasto social
La reflexión del modelo debe ir acompañada por un viraje en las prioridades de inversión. «Se invierte mucho en innovación tecnológica y no social», indica Yanguas que dirige la atención hacia los cuidados a los dependientes, pero no solo a los mayores sino también a los otros dependientes, los niños. ¿Quién los cuida?. «Se necesita una apuesta de verdad por la familia», para todos los modelos de familia, coincide con el resto de expertos, que consideran que tras años en que el esfuerzo económico y de gasto se ha concentrado en cubrir la atención a esa ya 'cuarta edad', la más anciana, se ha relegado el esfuerzo en políticas familiares y de infancia. Yanguas llama a «ampliar» la visión para aplicar soluciones actuales a problemas de ahora. «Es complicado afrontar los nuevos retos con miradas no transformadas», advierte. Y sobre esa base, habla, en el terreno que mejor conoce, de los retos del cuidado en las propias viviendas sin necesidad de traslado a residencias; de vivir solo; de la soledad; de las oportunidades de empleo en ese sector.
Mientras, Zalakain observa cómo en Euskadi se está visualizando ya una «apuesta general» por las políticas de juventud: empleo, vivienda, conciliación... Pero aún queda mucho camino y pide «un empujón» que permita dejar de navegar con la inercia del pasado y empezar a virar ligeramente ese trasatlántico demográfico y social. Son políticas que exigen continuidad, tiempo y que, por eso, deben trascender a gobiernos y partidos. «En Francia llevan desde el año 48 con una política sostenida de familia», argumenta Zalakain, que cree necesario «equilibrar» las prestaciones y los servicios -la inversión- en cada sector de edad para facilitar la interconexión. «No existe modelo potente para mayores si no hay una base joven», asevera.
Estos movimientos demográficos que configuran nuevas realidades seguirán por una senda similar en los próximos años pese a las políticas, que no tienen impactos directos ni inmediatos. Y aunque hay situaciones «apremiantes» como el relevo laboral y la financiación de las pensiones, indica Silvestre, «no tengo una visión ni pesimista ni apocalíptica». Porque, al final, es cuestión de hacer un diagnóstico correcto, priorizar el gasto y elaborar bien los presupuestos. Y los responsables administrativos tienen siempre en su mano hacerlo.
María Peña | Mujer embarazada
«Cada vez somos más conscientes de todo lo que implica tener un hijo»
La donostiarra María Peña, de 40 años, y su pareja llevan «mucho tiempo» juntos, pero hasta hace tres años tenían una forma de vida «un tanto inestable». No tenían casa y tampoco mucha seguridad laboral. Cuando vieron que todo iba «encaminado» decidieron formar una familia. A los 39 María se quedó embarazada y está a punto de dar a luz.
Asier Iturriza | Padre de una niña
«Los jóvenes somos más propensos a repartir los trabajos del hogar»
Padre de una niña de diez meses, el donostiarra Asier Iturriza, de 31 años, siente que «los jóvenes somos más propensos a repartir los trabajos del hogar». En su caso, su mujer y él se dividen el tiempo «de forma similar». Ambos son autónomos, hecho que «ayuda a repartirnos todo el tiempo que podamos».
Ignacio Larrañaga | Pensionista
«Estoy preocupado por el futuro pero a mi edad, también por mi presente»
Ignacio Larrañaga ve el futuro «muy negro». Este zestoarra, que reside desde hace 40 años en Donostia, está «muy preocupado por cómo van a venir los próximos años, pero, a mi edad, sobre todo me inquieta el presente, que lo veo también mal». Si bien insiste en que «las perspectivas son negras» sobre el modelo social, «porque cada vez vivimos más». Confía en «un cambio radical» y que se busque «una alternativa al sistema actual de pensiones».
Nuria Morales | Madre inmigrante
«En Nicaragua tenemos hijos antes. Aquí se prioriza el trabajo»
Nuria Morales, de 33 años, llegó desde su Nicaragua natal a Donostia hace diez meses. Allí dejó a sus dos hijos, de 8 y 4 años. Tomar la decisión de saltar el charco «en busca de trabajo fue complicado» y el choque cultural ha sido «bastante grande».
Pablo Cobos | Trabajador de 54 años
«Temo la jubilación. Si ahora las pensiones son bajas, en unos años...»
Preocupación. Eso es lo que siente el errenteriarra Pablo Cobos cuando piensa en la pensión que le quedará al jubilarse. «Tengo ya 54 años y temo el momento de dejar de trabajar. Si la situación es pésima ahora, no quiero pensar en cómo lo será de aquí a unos años».
Sofía Cuchillero | Joven de 20 años
«Para irme de casa tuve que buscar dos trabajos además de estudiar»
Sofía Cuchillero se independizó a los 16 años. Ahora tiene 20. Es un caso excepcional cuando la media lo hace a los 30. Para poder salir de casa de sus padres y empezar una vida sola tuvo que «buscar dos trabajos y compaginarlos con los estudios».
María Jesús | Guerra Mujer pensionista
«Hay quien tiene que priorizar: viajar o cubrir las necesidades básicas»
María Jesús Guerra, errenteriarra de 72 años, no puede evitar comparar «la sociedad de hoy en día con la de antes», al hablar de los retos demográficos. «Ha cambiado mucho», señala. Y prosigue: «El futuro lo veo regular. ¿Qué será de los jóvenes?», se pregunta. «Aunque me preocupo mucho por mi futuro, lo hago más por el de mis hijas. Veo todo muy complicado para ellas».
Carima Quesas | Inmigrante que trabajó en asistencia
«Existe la necesidad de personas que cubran ciertos puestos de trabajo»
Carima Quesas es natural de Argelia, pero lleva en Donostia alrededor de 13 años, adonde vino «en busca de un cambio de vida». En sus inicios en Gipuzkoa empezó a trabajar cuidando a personas mayores, donde, asegura, se encontró «con muchas mujeres extranjeras y personas de diferentes lugares». También estuvo de camarera.
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