Irun, entre Ceuta y Kabul
AQUÍ, EN LA QUINTA OLA ·
La repatriación de jóvenes marroquíes, la muerte de un guineano en el Bidasoa y el drama afgano aterrizan a cualquiera aun en plena pandemiaNo hay partido político que no utilice la palabra solidaridad, que no alardee de ella, que renuncie a la tentación de incluirla en un discurso. ... Pero cuando llega la hora de la verdad, la palabra se atraganta y funciona mejor el traspaso de la culpa. El Ministerio de Interior ha tratado de cargar a Ceuta con el mochuelo de la repatriación a su país de los menores marroquíes que entraron en territorio ceutí el pasado mayo. No es bonito asumir la patada en el trasero. Y menos cuando se trata de un Gobierno de izquierdas y, además, no se ha respetado la ley del menor, al haberse obviado el trámite de escuchar si quiera a todos ellos. Y pocas cuestiones parecen menos cuestionables en el siglo XXI que la garantía de derechos fundamentales, y más si son del menor.
La patata caliente en la ciudad autónoma estalló al mismo tiempo que distintas instituciones trataban de defender su honradez con motivo de otra desdicha en otra frontera. La reciente muerte de Abdoulaye Koulibaly en el río Bidasoa, como las anteriores de Tessfit y Yaya Karamoko, son atribuibles a varios padres, que parecen silbar y mirarse de reojo desde Bruselas, París o Madrid.
No era más que un guineano que aún no había cumplido 18 años y cuatro de ellos los había pasado en una huida inacabada desde Guinea Conakry a Francia. Pero un guineano con nombre y apellidos. Hace ochenta años, el ahogado en el Río de la Plata, entre Argentina y Uruguay, podía haber sido Bengoechea o Mendizabal, un legorretarra que pretendía lo mismo que Abdoulaye: una vida mejor, con su aita y sus hermanos llorando su suerte, desconocedores de la llamada del 112 preguntando a quienes trataban de rescatarlo del río a qué lado de Endarlatsa se ahogaba por si debía acudir la Ertzaintza o le correspondía a la Policía Foral.
Por mucha sequía que tengan, también derraman lágrimas en Conakry. «Era un 'mineur'», lamentaba su padre, Momo, dolido por perder a uno de sus cinco hijos. También era la «única esperanza» de aliviar la miseria que amordaza a su familia, según su hermano pequeño, Mohamed, de apenas 13 años.
La tercera muerte de un migrante en cuatro meses en el entorno del Bidasoa ha dejado en evidencia una problemática que estaba ahí, está ahí y seguirá estando ahí al lado, porque no se atisba un final a la dificultad que supone superar el tamiz de la muga entre Irun y Hendaia/Biriatu, por mucho que los voluntarios de Irungo Harrera Sarea se empeñen día y noche en ensanchar las paredes del embudo.
El jueves de la semana pasada, «merci, merci» eran las palabras más repetidas en un mensaje de audio de Momo, la víspera de que su cuñado de Nantes, Mohamed Camara, estuviera en Donostia para identificar los restos mortales de Abdoulaye. ¿Merci, por qué?, Momo. ¿Por tratar de contar una noticia que nunca debería haber ocurrido?
Los conflictos internacionales y el drama humano tienen varios frentes abiertos en el mundo. La salida exprés de las fuerzas militares de Estados Unidos que llevaban veinte años en Afganistán, han dejado al pueblo afgano a merced de lo que quieran hacer con él los talibanes. «Misión cumplida», debieron de pensar primero Donald Trump y ahora Joe Biden, al entender que las dos décadas de control 'made in USA' habían extinguido cualquier amenaza terrorista.
Kabir y Zara son dos afganos exiliados en Euskadi. Estos dos jóvenes han dejado claro esta semana en estas páginas la incertidumbre que se cierne sobre Afganistán. Ambos piden ayuda y temen por sus familias, ocultas de los talibanes en Kabul. La del primero, en una casa recientemente alquilada tras tener que abandonar la suya, con unas colchonetas como todo mobiliario. La de la segunda, en una habitación que ella misma paga después de que hace tres semanas quemaran su hogar.
Hoy no me salía hablar de la pandemia. Debe de ser porque ayer me sumaron a la estadística de vascos con la pauta vacunacional completa. Según la consejera vasca de Salud, Gotzone Sagardui, realicé un ejercicio de solidaridad. No lo sé. Desde un prisma sanitario, probablemente mis 15 minutos en el 'vacunódromo' de Illunbe supusieron un derroche solidario. Es lo mínimo que se puede hacer, y es gratis. Pero la solidaridad es otra cosa.
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