«Queremos entender de dónde venimos»
El Defensor del Pueblo vasco apoya a siete guipuzcoanas a las que la Diputación niega el acceso a los archivos sobre sus familiares expósitos
Les une un sentimiento común, una sensación de falta de identidad. Un baúl cerrado hace muchos años bajo llave que nuevas generaciones se están atreviendo ... a abrir. O, al menos, a intentarlo. Es el caso de Edurne Alberdi, Sara Etxart, Maribi Gorosmendi, Karmele Aguirrezabala, Grego Mendiguren, Esther López y Miren Epelde –estas dos últimas son madre e hija–, guipuzcoanas que buscan indagar un antiguo secreto familiar: alguno de sus antepasados fueron abandonados de recién nacidos y confiados a instituciones benéficas públicas u hospicios. Niños expósitos. Bisabuelos, abuelas o madres y padres que nunca supieron de dónde vinieron. Después de toda una vida de preguntas sin respuestas, estas siete guipuzcoanas, que cuentan con el apoyo del Ararteko, reclaman a la Diputación Foral de Gipuzkoa que les permitan acceder a los archivos relacionados con su familiar expósito, algo que les deniegan porque «dicen que nuestro interés no es legítimo. ¿No es suficiente querer saber de dónde vengo? Solo sabiendo nuestra historia podemos entender nuestro presente», coinciden.
Edurne Alberdi busca información sobre su abuelo materno, fallecido en 2004. «Él nunca quiso indagar, pero antes de fallecer nos dijo a la familia que hiciéramos lo que quisiéramos». Edurne, entonces, empezó con su investigación por pura curiosidad. «En su registro de nacimiento pone que fue dejado en la Casa Cuna de Fraisoro (Zizurkil) el 15 de noviembre de 1926, pero fue bautizado al día siguiente», explica. Su aitona Rufino no fue consciente de su realidad hasta que «fue a la 'mili', recibió una carta y se dio cuenta de que sus apellidos eran distintos, porque se quedó con los apellidos de la familia de Zarautz que le recogió en Fraisoro».
El Ararteko defiende que documentos con más de 50 años de antigüedad deben archivarse en el Departamento de Cultura
Los intentos de Edurne avanzaron en 2011, cuando se topó con el libro 'Fraisoroko amak, Fraisoroko haurrak' –'Madres de Fraisoro, hijos de Fraisoro'–, de Eva García. «Me puse en contacto con ella y me derivó a la Diputación, para hacer la petición para acceder a sus datos, donde me dijeron que no había más información sobre mi abuelo». Hasta ahora, no ha tenido éxito.«Esta última vez me han dicho que no por no tener autorización escrita de mi abuelo. ¿Pero cómo la voy a tener?», critica Edurne.
Sara Etxart, por su parte, sigue dándole vueltas a la frase que su madre le repitió desde pequeña: «Tú no tienes tus verdaderos apellidos». Y es que su bisabuelo Tomás, por parte de madre, fue abandonado en 1882 en la Casa Misericordia de Eguia y más tarde adoptado (en esa época se hablaba de prohijar) por una familia de un caserío en Ametzagaña. «Al parecer, le bautizaron con ese apellido, pero el resto son de la familia del caserío», explica Sara, algo de lo que Tomás tampoco fue consciente hasta que fue a la 'mili'. «Fue ahí cuando se enteró de que era Lamarca. El no sabía que era un niño prohijado».
Diferente departamento
Tomás mantuvo su apellido, Lamarca, y el resto los heredó de la familia que lo prohijó. Sus hijos mantuvieron este listado de apellidos, y ni si quiera Hilario, hijo de Tomás, sabía mucho sobre la historia de su padre «porque era algo tabú en aquella época». ¿Lamarca era el verdadero apellido del padre de Tomás? ¿O se lo adjudicaron al nacer, como se hacía antes con los niños expósitos? La Diputación de Gipuzkoa ha denegado en varias ocasiones los intentos de Sara de ver un documento de cuatro páginas que existe sobre Tomás «por 'falta de interés legítimo'. ¿Cómo puede ser?».
De manera similar, Esther López y Miren Epelde (madre e hija) buscan saber más sobre Elena, abuela y madre de estas dos guipuzcoanas, con la esperanza de que Miren, mayor de 90 años, «pueda saber si tiene familiares vivos que todavía no ha conocido. La amona siempre lo vivió con mucho tabú y ahora intentamos reconstruir esta parte del árbol genealógico», explica.
Karmele Aguirrezabala busca más información sobre su amona materna, pero le deniegan el acceso por «falta de interés legítimo, pero ¿quién va a tener más interés que un familiar?», defiende. Es el mismo caso que el de Grego Mendiguren, quien añade que «no conozco una cuarta parte de mi historia y a toda la familia le gustaría saber de dónde venimos». Por otro lado está Maribi Gorosmendi, que quiere informarse sobre su padre, niño expósito abandonado en Fraisoro en 1922. «No me dan los datos por proteger a mi padre. ¿Cómo se pueden arrogar ese derecho? Yo soy su hija, si alguien quiere protegerle soy yo,», insiste.
Todas ellas se han topado con el mismo muro: denegación tras denegación. Siete mujeres, siete árboles familiares con una raíz borrada. Sin embargo, el Defensor del Pueblo vasco, que ha ayudado a estas guipuzcoanas en el proceso de apelación a la Diputación de Gipuzkoa, señala que «al parecer, la Diputación está errada y todos estos documentos y expedientes no están guardados en el departamento donde deberían estar». Y es que, según el Ararteko, «los expedientes de expósitos y acogimientos antiguos, que datan de finales del siglo XIX, deben valorarse conforme al régimen jurídico de conservación y acceso al patrimonio documental público». Esto es, «cuando un documento tiene más de 50 años de vida debe pasar a manos del Departamento de Cultura y estar accesible para cualquier ciudadano. No solo los familiares. Cualquier ciudadano tiene derecho a acceder a esa información».
Por ello, el Defensor del Pueblo vasco ha recomendado a la Diputación «que garantice la correcta tramitación de las solicitudes de acceso a documentación histórica de la ciudadanía». Para estas siete mujeres, la negación no es solo administrativa: es un obstáculo para «entender de dónde venimos».
«Hasta 12.000 niños nacieron o fueron recogidos en Fraisoro»
En el siglo XIX, unos 14.000 niños fueron abandonados en Gipuzkoa; la mayoría terminaba muriendo. Así, la Diputación Foral de Gipuzkoa fundó en 1903 la Casa Cuna de Fraisoro (Zizurkil) para recoger a niños y a mujeres solteras embarazadas. «Hasta 12.000 niños pasaron por Fraisoro en sus 80 años de actividad», explica Rosa Díez-Urrestarazu, escritora donostiarra que publicó recientemente 'Cuando brillan las manzanas', novela de ficciónque se centra en este caso para «reflejar el sufrimiento callado de todas aquellas mujeres que se veían obligadas a ocultar su maternidad durante el franquismo».
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