Iñaki Apezetxea
Un vecino de Paiporta viajó en agosto a Berastegi en búsqueda de Iñaki para agradecer su colaboración hace un año
Para Iñaki Apezetxea (Berastegi, 66 años) la decisión de ir a ayudar a Valencia no tuvo mayores complicaciones. «Fue muy fácil. Cuando tenía 24 años ... pasó lo mismo en Tolosa, en las famosas inundaciones de 1993. Conocí aquello. Vi las imágenes de lo que estaba pasando y no dudé. Pensé 'yo tengo que ir ahí, necesitan a gente como yo que sepa unos cuantos oficios'». Una vez que preparó el coche con herramientas y una cama en la que iba a dormir durante el tiempo que estuviera en la zona afectada, condujo a Paiporta y comenzó a andar por las calles de la localidad donde más cadáveres se rescataron.
La suya es una de las cientos de miles de historias que pueden contar los voluntarios que inundaron los pueblos afectados por la dana de Valencia. «Igual un millón de personas estaríamos allí ayudando, ¿no?», se pregunta este hombre que en verano fue protagonista accidental en las redes sociales cuando un hombre de Paiporta viajó a Gipuzkoa para tratar de encontrar a ese señor que se entregó para ayudar a los afectados. Para buscar a Iñaki, que se queda «con la emoción de ayudar en todo lo que pude, no hay nada mejor que eso».
El de Berastegi se considera «un manitas» del oficio que ha desarrollado durante su carrera. «He sido fontanero, electricista, carpintero y mecánico, tenía que ir a echar una mano sea como fuera y había que saber cómo empezar el trabajo. Era muy difícil organizarlo todo y también era importante no empezar la casa por la ventana».
A su llegada a Paiporta «había dos cosas, barro y desgracia». Y con miles de afectados, la necesidad de ayuda no tardó en aparecer. «Me encontré con un cartel de 'Necesito ayuda' en la puerta de una ferretería impresionante. Entré, me dijeron que preguntara por Mario, que era el gerente, me presenté y me puse a trabajar limpiando los miles de enchufes que había, que estaban llenos de barro y así era imposible que se pudiera utilizar maquinaria eléctrica. Así estuve toda la semana, uno por uno».
Fueron siete días de muchas horas de trabajo. «A las 7-8 de la tarde, cuando ya oscurecía, me decía Mario: '¡Ikurriñas! -es así como le apodaron- Venga, ya vale por hoy'. Y nos íbamos a 'El Jamón', el único bar de Paiporta que estaba abierto. Imagínate la gente que nos reuníamos allí». Y es en ese lugar donde Iñaki estableció relaciones y amistades que jamás hubiera imaginado. «No había mucho sitio, y como yo iba solo pregunté a un grupo de tres si podía sentarme con ellos, una mesa de cuatro. Es ahí donde conocí a Toni», el valenciano que viajó a Berastegi.
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«Esas noches fueron de risas y de lloros entre platos de jamón y botellas de vino. Toni me contó que los padres de unos amigos suyos llevaban en upas a sus dos nietos pequeños, de 2 y 4 años, y que con la fuerza del agua el abuelo cayó al suelo y se le escapó el niño de los brazos. Y cuando contaba eso... El ambiente cambiaba por completo. En la mesa había de todo, mucho 'jiji-jaja' y mucho lloro».
En una burbuja de humanidad como la que fue aquella en la provincia de Valencia, con lazos entre personas que se volvieron de una inmensa fortaleza, Iñaki volvió a las calles de Paiporta en mayo, visitó la ferretería de Mario y estuvo una hora en la terraza de 'El Jamón' con la esperanza de que Toni apareciese por allí, «porque no nos dimos los contactos», pero no hubo suerte. Tres meses después, fue el valenciano el que se subió al coche, puso rumbo a Gipuzkoa y dio con Iñaki en Berastegi, donde le preparó una sorpresa junto a su familia. «¿Cómo me voy a sentir con un gesto así? Nunca me hubiera imaginado que alguien de Valencia pudiera venir a Berastegi a por mí, y vino este señor de sorpresa. Comimos genial», recuerda, «reímos y de nuevo lloramos porque le dije que contara a toda mi familia y la cuadrilla todo lo que me contó a mí en su día».
La de la dana de Valencia «es una historia grande, tremenda», en opinión de Iñaki. «Si hubieran mandado la alerta antes se habría salvado más gente, sí, pero cuando el agua viene a una altura dos metros por encima del puente, no había nada que hacer. Para quien lo ha vivido, es algo que nunca lo olvidas».
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