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Lunes, 10 de diciembre 2018, 16:27
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Un día la vida cambia de forma radical. Uno padece una enfermedad grave, muy grave y, además del impacto como ser humano, resulta que el nuevo paciente es médico, cirujano, y sabe mucho no solo de síntomas y alivios, sino también de las formas de actuar de quienes trabajan como él con bata blanca y guantes de quirófano. El doctor José Luis Paulín Seijas es un donostiarra que vive en Oiartzun, médico de familia y cirujano de ortopedia y de traumatología. Muchos le conocen por su labor como cooperante y defensor del humanismo además de como profesional. Muchos menos como paciente de cáncer de próstata que de repente descubrió cómo late la vida «al otro lado del fonendo». Y que tuvo mucho miedo.
El mundo que se abrió en esos momentos y las sensaciones que sintió las ha reflejado en un libro, 'El médico enfermo', cuyos beneficios irán a parar a la Asociación Guipuzcoana de la Fibromialgia, Síndrome de Fatiga Crónica y Electrohipersensibilidad.
«Mi abuelo y mi padre murieron de cáncer de próstata y yo comencé a hacerme revisiones del índice de PSA y de tacto rectal. Daba un poco alto, pero sin que nadie le diera importancia. A los cuatro años notan algo raro en el tacto rectal, en la ecografía sale una anomalía y en la biopsia detectan un tumor pequeñito cuyos bordes parecen limpios».
En febrero de 2017 las cosas se complican tras el falso negativo inicial. «Vivimos en una sociedad en la que damos mucha importancia a la parte tecnológica y a las pruebas que nos da. Pero no son suficientes. Es necesario hacer una valoración global que tenga en cuenta la edad, los antecedentes familiares, los hábitos de vida, la condición social, hasta el origen o la cultura. Eso no lo detectan ni las resonancias ni las radiografías».
Sin la bata blanca, al otro lado de la consulta, José Luis Paulín sabe que mirar un libro o consultar al ordenador es para los médicos, en algunas ocasiones, una forma de refugiarse. Él conocía esa parte de sus compañeros, cuando las cosas van mal no saben qué decir al paciente o surgen inseguridades.
«Lo que ocurre es que tus propias vivencias te indican lo que está pasando. Cada vez que me daban las sucesivas noticias ya sabía que no eras buenas simplemente por las miradas, los gestos o las sensaciones. Un médico enfermo tiene miedo, mucho miedo a lo ya conocido». Sabía «por dónde iban los tiros», que no iba a poder esquivarlo.
Las cosas se complicaron y tuvo que pasar por quirófano, una operación de cinco horas. Y eso sí que da miedo a los médicos, desde luego, al doctor Paulín. «Es que sabes lo que ocurre en todo momento, pero no lo controlas. Cuando necesito consentimiento informado para operar siempre doy una copia al paciente, pero casi nunca la lee».
Él no lo necesitaba porque sabía que puede fallar una máquina aunque no sea lo habitual y que lo normal es que los médicos implicados se cuenten cosas e incluso hagan más de una broma entre ellos. Nunca le habían dado anestesia general, algo que le impresionó y recuerda que le enseñaron el láser Da Vinci y le dijeron «mira, ese es el que te va a operar».
Su enfermedad le ha hecho cambiar muchas ideas que tenía hasta ahora, pero siempre ha considerado que el médico tiene una vida civil especial relacionada con la salud. «Es como si nunca te quitaras la bata, si la llevaras puesta siempre. En cualquier momento, en cualquier sitio, la gente te pregunta, y no te digo la familia y los amigos».
Eso tuvo una vuelta de tuerca cuando los familiares empezaron a caer enfermos, cuando su propia hermana tuvo cáncer de vesícula y su cuñado delegó toda la responsabilidad de la hospitalización a domicilio. «Yo soy médico y, por tanto y aunque sea parte del sentimiento de pérdida de ese familiar siempre estás ahí, aunque no les trates como profesional. Un día, la médico que se ocupaba de los cuidados paliativos me preguntó a ver si era su hermano. Y a ver si era médico. Me puso la mano en la espalda y me preguntó a ver qué tal estaba. Supe que me entendía».
Es difícil quitarse la bata, casi imposible. «Lo que no nos enseñaron en la facultad es cómo trabajar en equipo, cómo adaptarse a las realidades de cada persona, cómo gestionar fallos y fracasos y la propia vida civil. En realidad, a utilizar técnicas simples de empatía».
Por eso su libro editado por Atlantis no tiene una óptica científica sino humanista. «El médico sigue siendo el chamán de la comunidad con ese cierto halo de misterio, autoridad y respeto en relación al resto de los mortales, pero ¿cómo vive su propia enfermedad? ¿Cómo se siente en el engranaje en el que él mismo ha metido a tantos pacientes? ¿Cómo le sabe su propia medicina?». Pero también quiere dar su propia respuesta sobre cómo puede ser la relación del médico con la medicina y con la enfermedad de los seres queridos.
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