Muere en Japón el misionero Justo Segura
El religioso de Eskoriatza y Tambor de Oro de San Sebastián falleció este domingo a los 89 años en la residencia de mayores donde vivía
«Mi decisión es la de acabar mis días en Japón, quiero ser misionero en tierra de misión hasta la muerte, y no me siento ... nada héroe, sino en mi caso, solamente consecuente con esta vocación, regalo de Dios, hasta el final». Justo Segura escribió estas palabras en junio de 2019. Tenía entonces 85 años. Japón era su vida y fue en Japón, la tierra que tanto quería, donde murió.
El misionero Justo Segura, natural de Eskoriatza, del barrio de Zarimutz, del caserío Segurea, falleció este domingo a los 89 años en la residencia para mayores donde se hallaba ingresado desde que hace tres años le operaron del corazón y le dieron muy poco tiempo de vida. «Tenía una gran fortaleza y ha logrado sobrevivir hasta esta mañana. Estaba muy preparado para morir, ha muerto un gran hombre, una bellísima persona», señalaba ayer un amigo suyo.
Segura fue el artífice del hermanamiento entre Donostia y Marugame, la ciudad en la que ejerció su labor misionera durante 63 años. Por esta labor de acercamiento recibió en 1995 el Tambor de Oro de San Sebastián, un galardón que donó a Marugame y que ocupa un lugar destacado en el Ayuntamiento de la ciudad, junto a otros regalos realizados por visitantes ilustres. «Recibió el premio tres días antes de que mataran a Gregorio Ordóñez. Quedó horrorizado, para él fue un golpe tremendo», recuerda su amigo. Ese año también se entregó el galardón al profesor vizcaíno Carmelo Urza por su rol en el hermanamiento de Donostia con Reno (Nevada).
«Justo era una persona maravillosa, muy humilde y sencilla. Era muy listo y muy políticamente atractivo. Hablaba inglés, japonés, euskera y castellano, y solía ejercer como traductor. Hablara con quien hablara, el interlocutor siempre escuchaba lo que quería oír, era un mediador idóneo», afirma.
El misionero fallecido reconoció en su día que lo más duro de su tarea en Japón fueron los primeros cuatro o cinco años de estudio de la lengua nipona y la adaptación a unas costumbres y una cultura tan distintas. «Fueron años duros donde uno realmente sufre. Una buena parte de los misioneros que llegan a Japón se desaniman esos primeros años y acaban alejándose del país asiático». Él no sólo no se desanimó sino que se integró a la perfección en su país de adopción. «Si volviera a empezar seguiría el mismo camino, preferentemente en Japón o al menos en algún país asiático», dijo.
El amigo de Justo recuerda el día de 1985 en que Segura llegó a la ikastola Ekintza con un grupo de estudiantes de Marugame. «Unos alumnos hablaban en euskera y otros en japonés, y él, en medio, hacía de traductor. Fue muy emocionante ver a unos chavales que no se conocían de nada hablar entre ellos». Aquel fue el germen de una relación que perdura en la actualidad.
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