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Resulta imposible no detenerse ante el titular de uno de aquellos artículos que publicada Alfredo R. Antigüedad en la última página de EL DIARIO VASCO: « ... Los diversos y execrables aspectos del gamberrismo. Los gamberros de corbata merecen mayor rigor». Ya sabemos que antaño se aplicaba generosamente el término 'gamberrismo' a cualquier actitud molesta, no educada o cuestionable. Empezaba el artículo destacando con rotundidad que «hay una preocupación, que no se encarecerá lo bastante, por el auge que, en todas partes, alcanza el gamberrismo. Es como una ola de mala educación que se abate sobre las poblaciones y las llena de grosería, de cochambre y de rubor».
Lo curioso de aquel texto, publicado el 12 de mayo de 1950, es que distinguía el gamberrismo, digamos, normal o popular del ejercido por gente de mayor clase social...
«Hace unos días –podía leerse– nos escribían unos lectores haciendo una defensa del gamberro. Lo explicaron poco después. No querían decir que fueran partidarios del gamberrismo tabernario; lo que pretendían era culpar al gamberrismo elegante de las extralimitaciones a que se entregan gentes de más inferior categoría social».
O sea, que en lo del gamberrismo había clases. Y Antigüedad se manifestaba «conforme, en gran parte, con esa opinión. El gamberrismo de corbata es mucho más censurable y el que resulta un ejemplo más desmoralizador».
«Es curioso observar las sátiras mal intencionadas y muy soeces en el fondo, que prodigan en plena vía pública las personas que vulgarmente se creen en escalafón superior al gamberro corriente; o también, ver cómo a altas horas de la noche, cuando estas gentes salen de los cafés, se ríen y mofan de las personas que trabajan a esas horas para procurarse el pan nuestro de cada día».
«Si queremos arrancar el gamberrismo que parte de los mozuelos beodos, cuya mayoría son gente inculta, incapaz de comprender por qué llega la noche y por qué vuelve el día, es necesario antes acabar con los actos de mala educación de las personas que llevan corbata».
Hablaban en 1950 de un «gamberrismo de café»: «Pero no es sólo en los bares. En los cafés también hay gamberros que los confunden con un bar del extrarradio, y vociferan y discuten a gritos, molestando a las señoras y a las demás personas que van al café a pasar un rato tranquilo. En estos casos, la culpa es de los dueños de los cafés, que dejan que conviertan su establecimiento en un bar».
Avergonzaba lo que pudieran pensar los visitantes: «A extranjeros que han llegado a presenciar este lamentable espectáculo en los cafés, les hemos visto abrir los ojos desorbitados, expresando su extrañeza. Porque el público que así se comporta no es un público de alpargata, sino de corbata».
Alfredo R. Antigüedad proponía atajar «tanto el gamberrismo vulgar como el refinado, provenga de donde provenga. Quisiéramos que San Sebastián se diera cuenta de lo desagradable y de lo funesto que es el gamberrismo, y que todos presten su colaboración a la tarea de acabar con él».
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