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David suele llevar los chicles y los clínex en unos bolsos por si los tiene que esconder. ARIZMENDI
«Lo que llamáis poco yo lo llamo mucho; con un euro en mi país se hacen maravillas»

«Lo que llamáis poco yo lo llamo mucho; con un euro en mi país se hacen maravillas»

Llegó a España hace diez años y al no conseguir un empleo «digno» ha decidido dedicarse a la venta ambulante de chicles y clínex

SARA ECHEVARRIA

SAN SEBASTIÁN.

Domingo, 5 de agosto 2018, 08:32

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Caminar por las zonas turísticas de cualquier ciudad y que estén llenas de vendedores ambulantes se ha convertido en una estampa muy común de los países occidentales. Es un trabajo al que se dedican exclusivamente inmigrantes, dispuestos a trabajar de sol a sol por un salario escaso y variable. «Entiendo que nuestra actividad puede resultar a veces agobiante. Sin duda es un trabajo que nadie querría tener, pero llegar de cero a un país tiene muchas complicaciones y hay que sobrevivir de alguna manera».

Estas son las palabras de David, un joven de origen nigeriano que lleva diez años viviendo en España. A diferencia de muchos compañeros de 'oficio', afirma estar en el país de forma legal, pero no le ha quedado otra que ganarse el pan así. «Era esto o nada».

HISTORIAS

  • Cuando aparece la policía A veces suele pararle la policía para advertirle de que no puede vender por la calle, pero cuando se dan la vuelta David vuelve a sacar los chicles y los clínex.

  • Modus vivendi Vive en un piso compartido en Irun con más compañeros, y para ir y volver a su casa desde los municipios en los que suele vender, siempre lo hace en tren o en Topo.

Recuerda el día que decidió venir a España. Llevaba muchos años soñando con llegar «al destino», a ese lugar al que tratan de acceder miles de migrantes cada año. «No descartaba la opción de intentarlo por mar», dice. Pero con la ayuda económica de su tía pudo pagarse un billete de avión a Madrid. «Esto sucedió cuando era un chaval, tendría unos veinte y parece que fue ayer», comenta pensativo.

Durante estos últimos años se ha movido por diferentes provincias del Estado y ha tenido trabajos temporales de pocos meses, pero finalmente ha terminado dedicándose a la venta ambulante de clínex y chicles. Cuando aterrizó tenía expectativas y esperanzas de encontrar un trabajo «digno», pero después de tanto tiempo buscando ha preferido montarse su 'negocio' y ser «su propio jefe».

Con un castellano de principiante relata cómo fue su primer empleo. «Cuando llegué a Madrid lo mejor que me ofrecieron fue estar de friegaplatos en un restaurante», cuenta. El trabajo era para unos meses así que accedió, pensando que en un futuro podría ir optando a otro tipo de funciones. Pero no fue así. «Llegas con tantas ganas que haces con ilusión cualquier cosa, pero poco a poco te das cuenta de que siempre son trabajos de unos meses y que van en la misma línea», comenta. «Muchas horas y poco salario».

Después de estar siete años y medio realizando labores temporales y viviendo en Madrid y alrededores, decidió probar suerte en el norte. Fue entonces cuando vino al País Vasco, concretamente a Irun. «Durante todos estos años siempre me habían hablado muy bien de Euskadi, de su gente, de la gastronomía y de la economía», cuenta. En ese momento no estaba trabajando y era «momento de cambiar, así que cogí un autobús y vine», añade.

En un primer momento llegó a Bilbao, pero al poco tiempo encontró una habitación que se alquilaba en un «pisito» de la localidad fronteriza, al que no dudó en mudarse.

Cuando llegó estaba sin trabajo y como no quería que le volviera «a pasar lo mismo» (trabajar de forma intermitente, sin contrato y para otros) decidió montarse su propio 'negocio', «hasta que apareciera algo mejor». Pero todavía la suerte no ha llamado a su puerta.

Pixka bat es mucho

A pesar de que los trabajos ambulantes no sean una opción para los ciudadanos de aquí, David comenta que sí que son muy habituales en algunos países africanos, suramericanos y asiáticos.

A diferencia de otros vendedores, David compra y vende sus productos, los chicles y los clínex. No hay ninguna persona que se los distribuye. En su caso, el procedimiento es el siguiente: acude al supermercado, compra el material y después lo vende por las calles de Donostia, Hernani, Irun y Lasarte-Oria.

Con el paso del tiempo y el consejo de algunos amigos, ha ido determinando los sitios «estratégicos» de cada distrito. «Dependiendo del día y de la hora me voy a vender a un sitio o a otro», explica. «Por ejemplo, los jueves y los viernes siempre vengo a Donostia». Además, dice que con el Topo puede ir a cada destino sin problema, «es un transporte rápido, económico y que me permite ir a todos lados».

Uno de los handicap es que sus productos no tienen un precio fijo, aunque siempre debe superar el valor de compra. «Esto sucede cuando tu sueldo depende de la voluntad de la gente, los clientes marcan el precio de tu producto».

Ahora bien, no todo es un camino de rosas. «Soy consciente de que no es un trabajo reconocido», afirma. Y cuenta como anécdota que a veces suele pararle la policía para advertirle de que no puede vender por la calle, «pero cuando se dan la vuelta vuelvo a sacar mis chicles y clínex». Lo que peor lleva son las reacciones de algunos viandantes. «La gente tiene muchos prejuicios y es complicado encontrarte con alguien que colabore o que sea amable», dice. «Generalmente te encuentras con el 'no, gracias' antes de hablar», añade. Pero la clave es, «se tenga un buen o mal día, ir con una sonrisa e intentar ser agradable con todo el mundo, es la única manera de volver con las manos llenas a casa».

Al trabajar de esta manera, no tiene un sueldo fijo y, por lo tanto, cada día gana cantidades diferentes. «Aunque tenga un buen día y haya ganado bien, tengo que pensar en que mañana puede que no me vaya tan bien», explica.

David no tiene hijos ni esposa, así que afirma no tener tanta presión para ganar dinero. A pesar de ello, siempre que puede envía un poco de dinero a los familiares que tiene en Nigeria. «Reconozco que aunque haya tenido mis dificultades, no me va mal», afirma.

«Para muchas personas vivir de esta manera será algo impensable, pero deben tener en cuenta que a lo que vosotros (los occidentales) llamáis poco, yo lo llamo mucho». «Con un euro en mi país se pueden hacer maravillas, el pobre de aquí allí es rico», dice entre risas.

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