Así es un laboratorio del Covid-19
Este periódico entra en un centro de bioseguridad donde se realiza el test PCR para la detección del coronavirus
«¡Hola, Ana! Perdona, pero no te había conocido», responde un hombre al saludo de la bióloga. Irreconocible bajo el choto, tras la visera ... protectora cubierta de gotas de lluvia y la mascarilla de rigor, la investigadora camina por el Parque Tecnológico de Bizkaia con una caja con hielo y 92 muestras que pueden contener ARN del coronavirus. No hay nada que temer. Dentro del recipiente no hay ningún virus vivo que pueda infectarnos; como mucho, queda su material genético. Estamos a medio camino entre los laboratorios de bioseguridad de CIC bioGUNE, en el edificio 502, y sus instalaciones centrales, en el 801. En algo más de dos horas, Ana María Aransay comprobará en la pantalla de su ordenador si hay genes del SARS-CoV-2 en alguna muestra. Pero antes ha habido que hacer muchas cosas y con mucho cuidado.
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Todo empieza a las puertas del Laboratorio de Priones que dirige Joaquín Castilla, farmacéutico y experto en bioseguridad. Allí, en la primera planta del edificio 502, se reciben en cajas de cartón las muestras tomadas en residencias y empresas para su análisis por la Alianza Covid-19, una plataforma de laboratorios de toda España de la que forma parte CIC bioGUNE. Dentro de cada caja, hay tubitos, cada uno con una clave que sólo conoce el servicio médico de la residencia o empresa de la que proceden. Cada tubo contiene los dos hisopos que un sanitario ha metido por la nariz y la boca de la persona, y un medio de cultivo para conservar el virus. Como el SARS-CoV-2 puede estar ahí, por seguridad, cada tubo va envuelto en material absorbente y cada seis, metidos en una bolsa de plástico.
«En un futuro, queremos sustituir el medio de cultivo, que tiene como objetivo preservar el virus vivo, por una solución inactivante que lo destruya pero mantenga intacto su ARN, que es lo que necesitamos para la prueba PCR», explica Castilla. La presencia de virus vivo obliga a que, hasta su inactivación, las muestras deban manipularse en un laboratorio de bioseguridad de nivel 3 (BSL-3). En ese tipo de instalaciones los científicos trabajan con agentes potencialmente mortales, como los priones, el carbunco y el virus de la rabia. Sólo hay un nivel de seguridad más alto, el 4, reservado a patógenos de enfermedades como el ébola, la viruela y la fiebre de Lassa. En los BSL-4, los científicos visten trajes especiales y usan sistemas de respiración autónomos. «El mono se reserva, también en los BSL-3, para protegerte cuando trabajas con cargas virales muy altas, como ahora están haciendo Luis Enjuanes e Isabel Sola, en el Centro Nacional de Biotecnología, al multiplicar en cultivos coronavirus en grandes cantidades».
Zona de alta seguridad
«¡Atención! Riesgo biológico. Uso obligatorio de equipo de protección», avisa un cartel a la entrada del BSL-3 de CIC bioGUNE, centro integrado en la Basque Research and Technology Alliance (BRTA). Franqueado el umbral, estamos en el vestíbulo del laboratorio. Una línea roja en el suelo indica que, a partir de ahí, hay que quitarse la ropa de abrigo y los zapatos, y sustituirlos por una bata, un cubrebata, unos zuecos, una mascarilla, una visera protectora y dos pares de guantes. Tanto este laboratorio como el BSL-2, donde se trabaja con las muestras una vez inactivados los virus, disponen de un sistema de presión negativa que hace que nada pueda salir cuando se abra la puerta.
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Ya en el BSL3, el investigador abre la caja de cartón e inspecciona su contenido. Lo hace en una cabina de flujo laminar, una especie de pecera abierta por el frente donde «una corriente de aire circulante, que pasa constantemente por un filtro que retiene cualquier tipo de partícula vírica, hace de barrera que evita la salida y la entrada de aire. Así se protege la muestra y al operario», apunta Castilla. Los tubos, puestos en una gradilla -un soporte en el que caben 96-, se meten en una estufa a 60ºC durante 30 minutos para destruir el virus. Luego, el técnico escanea el código de cada tubo, extrae con una pipeta una pequeña cantidad de su contenido y la deposita en un pocillo de una placa con capacidad para 96 muestras. El proceso es trabajoso y lento porque cada muestra ha de pasarse al pocillo correspondiente a la situación del tubo en la gradilla.
«Es muy importante que las pipetas sean de plástico y no de cristal. Aquí dentro, cualquier cosa que pueda romperse y sea cortante es peligrosísima», advierte Aransay, responsable de la Plataforma de Análisis Genómicos de CIC bioGUNE. El virus ya está muerto, pero hay que extraer su material genético. «Ahora, tenemos que romper todo para que sólo quede el ARN. Es como si tienes un huevo Kinder y sólo quieres el juguete que hay dentro». En una superficie desinfectada para evitar que haya proteínas que destruyan el ARN, la bióloga prepara unas disoluciones que meterá con las muestras en un robot para extraer el material genético. A pesar de que el virus ya no existe, es fundamental que el operario lleve máscara, «aunque sea la más básica», para proteger las muestras, porque las proteínas que expulsamos al respirar podrían destruir el ARN.
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Tras varios lavados en el robot durante una hora, el resultado es una placa con 96 pocillos en los que sólo hay material genético. El del coronavirus, si hay algún infectado -todavía no lo sabemos-, y un ARN de control que sirve para comprobar que todo ha funcionado bien. Si, cuando se somete una muestra a la PCR, no se detecta el ARN del virus pero sí el de control, será un negativo. Si no se ve ninguno de los dos, algo ha fallado, porque «sabemos que hay un ARN que hemos puesto nosotros. Así evitamos los falsos negativos», explica Aransay.
La placa con el ARN extraído se sella, se mete en una caja con hielo y se lleva al edificio central de CIC bioGUNE, donde la bióloga someterá las muestras a la PCR en su laboratorio. Allí, en otra placa, se mezcla cada muestra con unos reactivos para PCR, que harán que otro robot pueda detectar «tres genes del virus, cada uno con un color diferente, y nuestro ARN de control, con otro color». Cuando el robot acaba de procesar las muestras, Aransay recoge los resultados en un 'pendrive', lo conecta a su ordenador y ve si la muestra X contiene genes del coronavirus o no. Si los tiene, además de la curva negra del ARN de control, aparecerán en pantalla otras tres, cada una por un gen del SARS-CoV-2. El informe que saldrá de CIC bioGUNE dirá si una muestra es positiva o negativa y, a partir de él, el médico de la empresa o residencia hará su diagnóstico.
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Las claves
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4 horas pasan desde que las muestras llegan al laboratorio hasta que el test PCR determina si contienen o no el virus.
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Cuarenta investigadores de CIC bioGUNE trabajan por turnos en las pruebas del SARS-CoV-2. Cada día hay dos de guardia por si llegan muestras.
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Centro de excelencia Severo Ochoa, el laboratorio de Derio, es uno de los que colaboran con el Departamento de Desarrollo Económico en la realización masiva de test en empresas, proyecto llamado PRAP Euskadi.
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