No puedo menos que justificar y aplaudir la decisión del príncipe Guillermo y Kate Middleton de mudarse de casa, de una de cuatro habitaciones, a ... otra de ocho. Sinceramente, la primera –Adelaida Cottage– es un poco poco y necesitaban esta nueva de Forest Lodge. El espacio es vital. Y más cuando las revistas de decoración ya anuncian el fin de la moda de las cocinas abiertas. El ruido del extractor y los olores a cocido no favorecen la convivencia ni la higiene de la tapicería del sofá.
Está claro que los interioristas que nos convencieron de lo cinematográfico que es que tus invitados te vean partir cebolla mientras tomáis chardonnay no cocinaba. En mi última y actual cocina tardé en darme cuenta de que el diseño de la misma no contemplaba un escurridor sobre la pila del fregadero, ese escurridor de toda la vida que tienen tu madre y toda la familia, con una puerta que tapa el posible caos cacharrero. «Ah, ¿pero es que vais a fregar teniendo lavaplatos?». Cuando se cocina, siempre quedan sartenes y cosas para fregar, dije tímida, como la inocente ama de casa que pretendía ser. «¿Cómo? ¿Pero cocináis o qué?»
Pobres Guillermo y Kate, en Adelaida Cottage seguro que no tenían una cocina «hermosa» –en el sentido de lo que es una «cocina hermosa» para las madres–, igual tenían solo dos baños y, esto es lo peor, Kate guardaba los abriguitos de primavera, una clase de abrigos ideales para Gran Bretaña, apretujados en armarios, sin un vestidor de fundamento.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión