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Historias de Gipuzkoa

Utopía jesuita en la selva guaraní

Los discípulos de Íñigo de Loyola ensayaron en América una sociedad cristiana, justa y equitativa a contracorriente del sistema colonial absolutista y feudal

Martes, 9 de diciembre 2025, 00:04

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Inspirada en la convicción de que «el mundo es nuestro hogar», puede considerarse a la Compañía de Jesús como la primera multinacional de la historia. La fundó en París el año 1534 Íñigo de Loyola al frente de un grupo de devotos españoles, franceses y portugueses con el objetivo de propagar la fe por toda la Tierra. Sus misiones en América y Asia no solo caracterizaron a la Iglesia de la Contrarreforma diferenciándola de los protestantes, mucho más tardíos en el trabajo misional fuera de Europa, sino que otorgaron identidad y plena dimensión ecuménica a la orden creada por 'El Peregrino' azpeitiarra.

Digna de recordar es la experiencia misionera jesuita que tuvo como escenario la selva tropical a orillas de los ríos Paraná y Uruguay. El insólito proyecto político y evangelizador de las reducciones del Paraguay o República de indios perseguía la creación de una sociedad cristiana, justa y equitativa que dignificara a los indígenas, a contracorriente del marco absolutista y feudal de la colonización americana. Una utopía que se prolongó siglo y medio y que terminó de manera violenta.

Restos de la reducción jesuítica de San Ignacio, hoy declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Contra encomenderos y esclavistas

El año 1609 nacía la reducción de San Ignacio Guazú (actual departamento de Misiones en Paraguay), experiencia piloto para las más de treinta posteriormente constituidas adonde irían a acogerse cerca de 120.000 guaraníes y de otros pueblos. Con estos agrupamientos pretendían los jesuitas proteger a los indígenas de los esclavistas y encomenderos, al mismo tiempo que evangelizarlos.

Distribución de las reducciones jesuíticas, siglos XVII y XVIII.

La institución de las 'encomiendas indianas' o 'repartimiento de indios' autorizaba a los encomenderos ibéricos a tomar nativos bajo su autoridad, en principio reconocidos como personas libres pero que en la práctica eran tratados como trabajadores forzados. Los restantes vivían bajo la permanente amenaza de los 'bandeirantes', partidas de salteadores promovidas por los hacendados portugueses de Brasil para capturar indios y esclavizarlos. Para su defensa, en las reducciones se formaron milicias armadas que llegaron a sostener con éxito auténticas batallas con los 'bandeirantes' como la de Mbororé, en marzo de 1641, donde un ejército de 4.000 guaraníes dirigidos por jesuitas derrotó a una 'bandeira' de portugueses auxiliados por indios tupíes.

La aspiración de crear comunidades autárquicas, igualitarias y colectivistas, racionalmente organizadas en lo económico, en lo social y en lo urbanístico (antecedentes de los socialismos utópicos del siglo XIX), se sustentaba en la premisa antropológica de que los indios eran seres puros porque no habían padecido la mácula de la civilización, y que por ello se hallaban más cerca que los europeos de una mítica Edad de Oro en que la humanidad gozó de su infancia. De hecho, el paternalismo presidiría las relaciones y el trato de los jesuitas con sus protegidos a los que consideraban dotados de una bondad natural y, en consecuencia, aptos para abandonar costumbres 'abominables' como la desnudez o la poligamia.

A fin de no dañarlos ni pervertirlos moralmente, las reducciones estaban cerradas al contacto con los colonos y, más en general, se evitaba la intromisión del mundo exterior.

Plano urbano de la misión de San Ignacio Miní.

Lengua, patrimonio, costumbres

A la manera de una teocracia socialista, la máxima autoridad religiosa, civil y judicial residía en los iñiguistas, pudiendo los indígenas elegir a sus representantes siempre que obtuvieran el plácet de los padres. El sistema penal transgredía los usos de la época ya que la pena de muerte y la cadena perpetua estaban abolidas; la cárcel solo se aplicaba en casos de especial gravedad; no se practicaba la tortura pero sí los castigos corporales (salvo los caciques que tenían inmunidad) infligidos por los propios religiosos.

En un ejercicio de síntesis cultural, se procuraba la conservación de la lengua nativa, su patrimonio y costumbres ancestrales mientras no chocaran con la moral o la doctrina cristiana. La educación se hacía en guaraní con el aprendizaje del español y del latín incorporado. Especial importancia se daba a la formacion musical a partir de los 8-9 años. Cada reducción disponía de conservatorio y escuela de danza, además de coro y orquesta que intervenían en las misas diarias.

Mosaico de azulejos recordando la visita del gobernador a la reducción de San Ignacio Miní (hoy provincia de Misiones, Argentina).

Toda la vida en la misión estaba impregnada de carácter religioso, con el sonido de la campana de la iglesia marcando el ritmo de las actividades diarias. Solo trabajaban seis horas al día (detalle inconcebible en cualquier otro lugar de la Monarquía hispana de la época), con un elevado grado de productividad. El reparto de la propiedad era mixto, con una parte colectiva y otra privada. Cada comunidad se especializaba en un determinado producto, sobre todo algodón y mate (el 'té de los jesuitas'), y mediante una red de cooperación entre reducciones se favorecía la complementariedad y el intercambio de bienes. Apenas se gastaba moneda.

Los visitantes que llegaban a la misión quedaban sorprendidos al encontrar, en medio de la selva, una ciudad moderna, racional, dotada de molino y panadería, de agua corriente y sistema de alcantarillado. La trama urbana pivotaba en torno a la iglesia y la escuela en proximidad a la residencia de los sacerdotes. Contaban con hogares comunales que denominaban 'refugio' o 'casa grande' para la acogida de personas impedidas o sin familia.

Dentro de la 'República Jesuítica' conformada por todas las reducciones, distantes a lo sumo diez leguas entre sí, el viajero podía transitar cómodamente sin riesgo de quedar a la intemperie pues cada cinco leguas había una capilla con funciones de refugio y aposento.

Placa conmemorativa de la batalla de Mbororé, en marzo de 1641.

El triunfo de la humanidad

A juicio de no pocos españoles y portugueses tan innovador gobierno, con su autosuficiencia material y su independencia normativa, desafiaba el poder colonial. Ambas potencias terminaron por concertarse para su eliminación. Ello llegaría tras el Tratado de Permuta del año 1750 por el que las zonas donde se hallaban las misiones orientales pasaron a dominio de Portugal.

Entre 1754 y 1756 se libró la Guerra Guaranítica, que enfrentó a los indígenas guaraníes de las reducciones jesuíticas contra tropas españolas y lusas. Episodio libremente tratado en la célebre película 'La Misión', de 1986. Dos vascos, José de Andonaegui, de Markina, a la sazón gobernador del Río de la Plata, y José Joaquín de Viana, de Lagran, como gobernador militar de Montevideo, fueron los encargados de tomar por la fuerza las reducciones y entregárselas a los portugueses.

El líder guaraní Sepé Tiarayú, indígena nacido en misiones que había destacado en la lucha contra los 'bandeirantes', murió a manos de Viana. Actualmente es considerado en aquellas regiones un santo popular. Finalmente, en febrero de 1756, en la batalla de Caibaté los aliados aplastaron la resistencia asesinando a más de 1.500 guaraníes.

Cruel final para una utopía que la historia recordará hasta nuestros días. Motivos hay, aun a pesar de sus limitaciones. Pues ya aquel mismo 1756, en Francia, un filósofo tan ferozmente antijesuítico como Voltaire reconocía: «La civilización del Paraguay, debida únicamente a los jesuitas españoles, parece ser en cierto modo el triunfo de la humanidad».

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