Historias de Gipuzkoa

Sebastián de Miñano y la primera biblioteca pública de Gipuzkoa

Clérigo amancebado, revolucionario monárquico, escritor satírico y geógrafo, la vida del creador de 'La Estafeta de San Sebastián' resume una época contradictoria y convulsa

Lunes, 27 de octubre 2025, 00:01

El epitafio de una tumba del cementerio donostiarra de San Martín anunciaba: «Aquí yace D. Sebastián de Miñano, caballero de la Orden de Carlos III ... y de la Legión de Honor, Individuo de la Academia de la Historia, escritor laborioso y célebre por la gracia de estilo, así en las composiciones serias como en las festivas, modelo de amistad, ternura y beneficencia. Falleció en 6 de febrero de 1845 a los 67 años de su edad».

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Desaparecido el cementerio en 1878 y arrojados los restos del ilustre difunto al osario general de Polloe, hoy tan solo queda la memoria, bastante olvidada, así como las obras, escasamente leídas, de aquel singular personaje cuyas andanzas resumen todas las contradicciones y avatares de la época que le tocó vivir: la del desmoronamiento de valores, jerarquías y costumbres del Antiguo Régimen, y el doloroso parto entre revoluciones, guerras e invasiones de la Edad Contemporánea. En esas circunstancias, Miñano se movió con desparpajo y astucia, brillantez y cinismo, ajustando su papel según avanzaba la comedia y mudaba el decorado.

Afrancesado, pero no traidor

Los Miñano provenían de Corella, Navarra, y tanto el abuelo como el padre de Sebastián, hidalgos ilustrados, ocuparon cargos de responsabilidad en la Administración real. Cuando tenía diez años, le ingresaron en el seminario de su provincia natal, Palencia, para cursar Teología y Leyes, «de salidas más ventajosas» según su padre, pese a que su verdadera vocación era la medicina.

También por influencia de la familia, aún adolescente entró al servicio del infante Luis María de Borbón, nieto del rey Carlos III. Nombrado este arzobispo de Sevilla, comienza la ascensión de Miñano a impulso de sus excelentes aptitudes para la gestión de los negocios catedralicios. Y asoma ya su talante díscolo: la Inquisición lo encausa por haber proferido «proposiciones escandalosas», si bien, como ocurrirá repetidamente en el futuro, sus buenas relaciones le protegieron.

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Por su origen y educación, y por los círculos con los que se codeaba, Miñano compartirá con los ilustrados los ideales de una España enteramente renovada donde, siguiendo el modelo de Francia, reinase la libertad en vez de la tiranía, y donde la igualdad se impusiera al privilegio. Siendo esto así, saludará la entrada de las tropas de Napoleón en la península y se pondrá a las órdenes de su general en jefe, el mariscal Soult. Se declara afrancesado «en el sentido puro y verdadero de esta palabra» sin por ello considerarse traidor a su patria, y toma asiento en el Ministerio de Negocios Eclesiásticos creado por el rey José I para meter en cintura al clero. La derrota napoleónica le conducirá al exilio por primera vez.

Bautizo en Lezo

Por entonces, Sebastián conoce a Agustina Francisca Montel y Fernández, guipuzcoana con raíces jienenses. Junto a su marido, el teniente de infantería José Cristóbal de Ochoa y sus tres hijos, Agustina se hallaba en San Sebastián el fatídico 31 de agosto de 1813. Tras el asedio y destrucción de la ciudad, Ochoa fue hecho prisionero y ella pasó a Francia.

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La relación del canónigo Miñano con Agustina trascendería a lo espiritual: el 19 de abril de 1815 en la iglesia San Juan Bautista de Lezo bautizaron a su hijo Eugenio, prudentemente registrado como vástago del marido legítimo (al correr del siglo XIX Eugenio Ochoa Montel se abriría camino en la política y como reputado escritor romántico). En años sucesivos nacerían José Augusto y Mariana, posiblemente también hijos naturales de la pareja. Esta paternidad le aureoló de escandalosa fama. Entre otras muchas lindezas, se le describiría como «venalísimo y malo, clérigo apóstata, libertino, versátil, que vive con su manceba y tres o cuatro hijos públicamente».

'Lamentos políticos de un pobrecito holgazán que estaba acostumbrado a vivir a costa ajena' (Madrid, 1820).

La revolución liberal de 1820 devuelve a Miñano a la vida pública. En denuncia de los abusos cometidos durante el Sexenio Absolutista (1814-1820) publica sus primeros trabajos literarios, unas cartas satíricas que, por su lenguaje llano y popular y por el tono incisivo y burlón, obtendrían un éxito resonante. A la manera de las novelas picarescas, los 'Lamentos políticos de un pobrecito holgazán que estaba acostumbrado a vivir a costa ajena', tal era su largo título, hacen graciosa pintura de la compra y venta de cargos y prebendas en el Antiguo Régimen, de los mil modos ingeniados por los camastrones para vivir sin trabajar, y caricaturizan las contorsiones de quienes, antes absolutistas, se esforzaban ahora por aparecer como constitucionalistas «de toda la vida».

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Pero la nota más característica del 'Pobrecito holgazán' es su feroz anticlericalismo. La paradoja estaba en que su autor no solo era perfecto conocedor de las corruptelas, privilegios y de la intromisión de los eclesiásticos en asuntos políticos, sino que él mismo ofrecía un ejemplo difícilmente superable de doblez. Amancebado y padre de familia, ni ahorcó los hábitos ni renunció a seguir percibiendo una pensión como presbítero de la catedral de Sevilla hasta que fue desposeído el año 1832.

Donación para una biblioteca municipal

El 'revolucionario' Miñano contaba con el favor y la protección de la corte de Fernando VII a la que prestó excelentes servicios como escritor por encargo, informante y diplomático en la sombra gracias a sus muchos y buenos contactos en Francia. También hizo una aportación pionera al conocimiento físico del país con los once volúmenes de su 'Diccionario Geográfico-Estadístico de España y Portugal', que le valió el ingreso en la Academia de la Historia.

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'Diccionario Geográfico-Estadístico de España y Portugal' (1826-1829).

Mediando la Década Ominosa, en 1828, impulsó un periódico semi-oficial para promover la unión de todos los españoles en torno a la corona, 'La Gaceta de Bayona'. A este sucedió 'La Estafeta de San Sebastián. Periódico político, literario e industrial', impreso en los locales de Ignacio Ramón Baroja, en la plaza de la Constitución, desde finales de 1830. El bisemanal ofrecía lo que ningún otro periódico en España, abundante y fiable información sobre el calambre revolucionario que recorría Europa como eco de las 'Tres Gloriosas' de julio de 1830 que llevaron al trono francés a una monarquía constitucional y democrática. Esto irritó en las altas esferas del Estado empeñadas en ocultar o minimizar los sucesos y agitaciones. A los nueve meses 'La Estafeta' fue clausurada. Y Miñano volvió a ser desterrado, esta vez por exigencia de las autoridades eclesiásticas «en vista del estado de incorregibilidad en que se halla».

Desde Bayona seguirá los acontecimientos políticos y bélicos de la Guerra Carlista (1833-1840) a través de los amigos que tenía en ambos bandos. Intervino en la fallida negociación del escribano de Berastegi José Antonio de Muñagorri haciendo bandera del lema 'Paz y Fueros'. A la firma del Abrazo de Bergara prepara su traslado a San Sebastián para morir aquí, y ofrece al Ayuntamiento todos sus libros para la creación de una biblioteca pública que hubiera sido la primera de Gipuzkoa y la segunda de las vascas (solo precedida por la de Vitoria, de 1842).

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En el edificio que hacía esquina entre las calles Garibai y Andia se ubicaría en 1874 la primera Biblioteca Pública Municipal donostiarra.

Según el cronista local Francisco López Alén, su muerte en 1845 impidió que se llevara a efecto la donación, aunque Pío Baroja ofrecería otra versión apoyada en noticias familiares: «Miñano, que había reunido una biblioteca magnífica, probablemente en su época de prebendado de Sevilla, y después en el tiempo que fue secretario del mariscal Soult, escribió a mi tío abuelo, que entonces era secretario del Ayuntamiento de San Sebastián, ofreciéndoles toda su biblioteca, a condición de que el Concejo dispusiera una sala para los libros. Había nueve o diez mil volúmenes. El Ayuntamiento de San Sebastián contestó, dando una muestra de perfecta estulticia, que no tenía sitio para instalar aquellos libros, que hoy probablemente valdrían millones».

Donostia no contaría con Biblioteca Pública Municipal hasta veinte años después de aquel ofrecimiento rechazado, en 1874.

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