Un caso de agresión sexual en casa del corregidor
Antonia Molina fue una criada sevillana al servicio del corregidor de Gipuzkoa. Su historia, ocurrida en el siglo XVI, recuerda que la violencia sexual siempre ha tenido mucho que ver con el poder y la desigualdad.
En 1568, cuando Alonso Lara de Buiza, vecino de Sevilla, fue nombrado corregidor de Gipuzkoa, la vida de Antonia Molina dio un giro inesperado. Aquel ... año, Antonia aceptó acompañar a la familia de Alonso, instalarse con ella en San Sebastián y continuar sirviéndola como lo había hecho en los últimos cinco años. Así que empaquetó varias sayas, unas tocas, unos delantales y zapatos, se despidió de sus amistades, del mercado de las Gradas de la Catedral y del olor a azahar. Si todo iba como le habían anunciado, no regresaría a Sevilla hasta tres años después.
Publicidad
Una vez en San Sebastián, Antonia continuó desempeñando sus labores: vestir a su señora, peinarla, ahuecar los almohadones, abrillantar la plata, preparar la mesa y recibir a las visitas. Sin embargo, Antonia no llegaba a todas las tareas domésticas que debía realizar en aquella casa, por eso la familia contrató a una segunda criada. Al fin y al cabo, toda familia importante contaba con más de una persona a su servicio. Y la del corregidor era una de ellas.
La nueva criada se llamaba Estefanía de Zubelzu y, aunque era de Tolosa, vivía en San Sebastián. Probablemente, Estefanía le enseñó a Antonia los lugares donde comprar el mejor pescado, las hortalizas más frescas y el vino recién importado de Burdeos. Seguramente, también le enseñó a pronunciar alguna palabra en euskera, la adentró en las costumbres de la ciudad y le presentó a las lavanderas y costureras de su confianza. Para una sevillana recién llegada, contar con la compañía de una local era la mejor forma de introducirla en la vida cotidiana.
Unas cartas de amor, algo de coqueteo y mucha labia
La desgracia de Antonia empezó cuando conoció a Martín Gómez de Ercilla, un joven que vivía frente a la casa del corregidor y que un día de enero de 1569 se presentó ante ella. Comenzaron a hablar al cruzarse en la calle. Después, cuando Antonia se asomaba a la ventana, Martín le lanzaba piropos desde la suya. En primavera, el joven se atrevió a escribirle coplas donde le confesaba que la quería.
Publicidad
Sin embargo, Antonia era analfabeta. Así que cada vez que desdoblaba la cuartilla solo veía trazos que era incapaz de entender. Por eso le pedía a una vecina que le leyera la carta. Bajo la luz de una vela o en el quicio de una ventana aquellas palabras cobraban voz y Antonia se las creía. Un día, en una de esas cartas, Marcos le pidió que se asomara cada noche a la ventana del desván de la casa para que pudieran verse, conversar un rato y convencerla de que era su amado. A Antonia le pareció una maravillosa idea.
Por el contrario, ni para la vecina que le leía las cartas ni para su compañera de trabajo aquellos encuentros nocturnos eran una buena idea, aunque hubiera una calle de por medio. Las dos mujeres, que tenían más experiencia que Antonia, le advirtieron del peligro de verse con el joven. Martín tenía apellido conocido, de los importantes de San Sebastián, además era una persona instruida, de esos que hacen carrera profesional. De hecho, tenía el título de licenciado, es decir, había estudiado Derecho. Y por descontado, contaba con una buena labia. Seguro que pronto la familia Ercilla acordaría un matrimonio con alguna hija de otra familia de su mismo estatus. Si no se andaba con ojo, Antonia podía perder su bien más preciado: la virginidad.
Publicidad
Antonia, que no quería pasar por tonta, les aseguró que ella sabía cuidarse. Era conocido por todas que las relaciones sexuales fuera del matrimonio podían tener consecuencias nefastas para las mujeres. La peor de todas era la de quedarse embarazada y que el padre no se hiciera cargo de la criatura. Entonces, además de tener que alimentar y educar sola a su bebé, la mujer sufriría el señalamiento social por ser madre soltera.
Además, para mujeres como Antonia, que trabajaban en el servicio doméstico, un embarazo suponía el despido y, por consiguiente, la pérdida de un salario. En ninguna casa gustaba que la criada se quedara embarazada. El riesgo a que la gente pensara que el señor fuera el padre de la criatura era muy alto. La fórmula más sencilla para evitar los dimes y diretes era la de echar de la vivienda a la única victima de la situación: la criada.
Publicidad
Pero la juventud, el coqueteo, los halagos y, sobre todo, las coplas en las que Martín le aseguraba que estaba enamorado de ella la empujaron a subir al desván, asomarse a la ventana por la noche y esperar a que desde la ventana de enfrente el licenciado Ercilla le dijera que la quería.
Un asalto por la ventana
Una de esas noches, Antonia salió a la ventana. Al otro lado se asomó Martín y le pidió que le dejara entrar en la habitación. Para evitar que el corregidor le viera, colocaría una escalera en la calle y subiría por ella hasta la ventana. Antonia se negó. Por muchos versos que le recitara no estaba dispuesta a caer en la tentación. Si accedía, tenía mucho más que perder que el coplero. Así que le dijo que no la engañaría por muchas palabras amorosas que salieran de él. Después, cerró la ventana y bajó a su aposento. Antonia era joven, pero no tonta.
Publicidad
Unas noches después, Antonia subió de nuevo al sobrado, pero para su sorpresa Martín había trepado hasta la ventana y había entrado en la casa. Nada más verle, Antonia le amenazó con gritar si no se marchaba enseguida. Sin embargo, antes de que pudiera dar voces, Martín la agarró con fuerza, la tiró al suelo, le levantó las faldas y la sujetó de los brazos para inmovilizarla. Con la idea de protegerse, Antonia cerró las piernas, pero Martín se las separó con ayuda de las rodillas. Después la violó.
La primera en oír ruidos en el sobrado fue Constanza de Carvajal, la esposa del corregidor. Desde su aposento llamó a Antonia para saber qué estaba ocurriendo. Al comprobar que no le respondía, avisó a Estefanía. Las dos mujeres acudieron a la habitación de Antonia y al ver que no estaba allí subieron al sobrado donde se la encontraron tirada en el suelo, los cabellos revueltos y la falda levantada. Para entonces, el licenciado ya había escapado por la ventana.
Noticia Patrocinada
Las voces de Constanza y Estefanía alertaron al corregidor que subió al desván. Al ver a su criada en el suelo, imaginó lo ocurrido. La agarró del pelo, la arrastró por la tarima y la azotó con una fusta. Solo se detuvo cuando su mujer le imploró que no matara a la criada.
Una vez que el corregidor apaciguó su ira, comenzaron las preguntas. Fue entonces cuando Antonia contó lo ocurrido. Por su parte, Estefanía corroboró que Martín la rondaba y Constanza aseguró que aquello no quedaría así. El licenciado merecía un castigo.
Publicidad
Por lo que parece, Martín Gómez de Ercilla no calculó bien en casa de quién cometía el delito de violación. El corregidor era la máxima autoridad del tribunal de apelación civil y criminal de Gipuzkoa. Era un hombre con amplia experiencia en leyes y procesos judiciales, de hecho, en su tribunal se enjuiciaban delitos como el que acababa de producirse en su casa. De manera que el corregidor actuó como mandaba la ley: ordenó encarcelar a Martín, interrogar a Antonia, a Estefanía y a la vecina que le leía las cartas. Con los testimonios sobre la mesa, se le acusó del delito de estupro.
Aquella agresión tenía dos castigos posibles: la obligación de casarse o la indemnización a la víctima. En una relación tan desigual como la de Martín y Antonia, la vía del matrimonio era impensable. Así que le impuso a él el pago de cierta cantidad de dinero que debía servir para que Antonia tapara la deshonra que le había infligido. En realidad, ninguna cantidad podía reparar el daño físico y moral que Antonia arrastraría el resto de su vida.
Publicidad
Ahora bien, el proceso judicial no terminó ahí. Martín peleó su sentencia en el tribunal eclesiástico de Pamplona y en el tribunal de la Real Chancillería de Valladolid. Fueron dos años de juicios que terminaron por dar la razón a Antonia. Por suerte, la joven contaba con el respaldo económico del corregidor. De lo contrario, difícilmente habría podido hacer frente a un proceso tan largo. El sueldo de criada no daba para tanto abogado.
En 1571, cuando el corregidor terminó su mandato, su familia y Antonia regresaron a Sevilla. En San Sebastián, Martín continuó prosperando en su carrera como licenciado. Así se saldaban entonces las agresiones sexuales: mientras los hombres con apellido conocido conservaban su prestigio, las mujeres del común debían callar. Y es que las desigualdades entre hombres y mujeres estaban a la orden del día.
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión