«La heroína enganchó a cuadrillas enteras»
Años 80. Miles de jóvenes vascos cayeron en la trampa de una droga poco conocida. La plaga se extendió por todos los pueblos y dejó un reguero de muertes
Siempre hay un comienzo, una primera vez, una señal de que algo está ocurriendo. Sucedió en 1979 y el lugar fue Errenteria. En las Madalenas de ese año, los servicios asistenciales detectaron por primera vez en Gipuzkoa casos de jóvenes que habían consumido una droga hasta entonces desconocida en el territorio. Fue el principio de una avalancha que dejó una profunda huella. En unos pocos años esa sustancia, la heroína, se extendió por todos los pueblos y barrios como una plaga que mató a miles de jóvenes y destruyó familias enteras. Fue demoledor.
El comienzo para Jesús tuvo lugar en 1980 en el piso de un amigo en Intxaurrondo. Tenía entonces 18 años. «La heroína era de buena calidad y esa primera vez me sentí mal. Vomité y me dejó mal cuerpo. Pasaron dos meses y no la volví a tocar, pero después me enganché», recuerda. Ahora ha cumplido 60 años y desde 1985, cuando entró en Proyecto Hombre, no prueba la droga. Es de Donostia y Jesús es un nombre ficticio. Aunque su entorno conoce su pasado, prefiere permanecer en el anonimato. «No estoy orgulloso de aquello. Me hice daño a mí y a mi familia», reconoce.
Él fue uno de tantos que cayeron en un pozo que aparece descrito en el libro 'Los años ochenta y la heroína en Gipuzkoa'. La publicación contiene las aportaciones de Myriam Beltrán de Heredia, Juan Manuel González de Audikana y de la Hera, Gabriel Roldán e Imanol Zubero y ha sido coordinada por Amaia Izaola. Sus páginas reflejan un desastre que abrió una gran herida en la sociedad vasca y guipuzcoana. Pocas fueron las familias que se libraron de tener a algún toxicómano entre sus filas. Pocos fueron los entonces veinteañeros que no tuvieron a algún amigo afectado por la heroína.
Los primeros casos de consumo en Gipuzkoa se detectaron en las Madalenas de Errenteria de 1979
«Cuadrillas enteras se engancharon. En la mía lo hicimos todos y ahora solo quedamos dos», dice Jesús. «La heroína se extendió como un reguero por todos los pueblos», explica el psicólogo Alberto Ruiz de Alegría, que ejerció como terapeuta en el primero centro que abrió Proyecto Hombre en Gipuzkoa. El 7 de enero de 1985, el centro de acogida Ulia-Enea abrió sus puertas en San Sebastián. Ese mismo día seis personas iniciaron su rehabilitación.
«En Donostia era famosa la plaza de la Constitución. La gente se juntaba en los soportales y trapicheaba», recuerda un exadicto
En poco tiempo el número de jóvenes en tratamiento aumentó considerablemente. «La media de edad de los que entraban era de entre 19 y 21 años. Estaban muy enganchados. Venían con sus familias, que desempeñaron un papel muy importante y se implicaron en la rehabilitación de sus hijos. En dos meses ya teníamos a casi cien personas en acogida, incluso la Roncalesa habilitó un autobús diario para que vinieran chicos de Pamplona», dice Ruiz de Alegría.
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20.000 el gramo
Tras acabar sus estudios de psicología, Gabriel Roldán se formó en Barcelona en el tratamiento de toxicomanías. «Cuando vine aquí les tuve que explicar en qué consistían los tratamientos a heroinómanos», recuerda. En septiembre de 1982 comenzó a dirigir la comunidad terapéutica Haize-Gain, de Agipad, donde tuvieron que aprender a marchas forzadas con el método de «ensayo y error». «Los primeros que la probaron era gente joven que hacía viajes iniciáticos al extranjero. Los de la primera oleada estaban concienciados con las cuestiones políticas y filosóficas. Para ellos era una droga maravillosa», añade. En los primeros momentos de la avalancha la heroína tenía un cierto prestigio, se veía como algo contracultural, pero pronto «empezaron los jóvenes del extrarradio y comenzó el trapicheo. Era un mercado salvaje en el que muchos morían de sobredosis cuando venía droga de mayor pureza», señala Roldán, que en la actualidad trabaja como psicólogo clínico en una consulta privada en San Sebastián.
«La sociedad vasca estaba asustada, pero supo estar a la altura de las circunstancias»
Imanol Zubero
Sociólogo
«Un gramo costaba 20.000 pesetas de las de entonces y te duraba un día. Era carísimo, conseguíamos ese dinero robando o trapicheando», explica Jesús. Mientras fue adicto, su vida estaba centrada exclusivamente en la droga. «Estás pensando continuamente en la heroína, te chutas y piensas en cómo vas a conseguir la siguiente dosis. Sabes que a las pocas horas vas a necesitar más porque de lo contrario vas a estar hecho polvo. Te conviertes en un esclavo, es muy poco el disfrute para todo lo que conlleva».
No era difícil encontrarla. «En Donostia estaba la plaza de la Constitución. La gente se juntaba en los soportales y se traficaba mucho, pero no era donde más se movía la droga. Había otros lugares, como Altza, Intxaurrondo, La Paz y Trintxerpe. Cada barrio tenía su zona y sus bares dedicados al trapicheo», afirma Jesús. Estaba por todas partes. «Era más fácil conseguir una dosis que una jeringuilla», dice Roldán.
«Era más fácil encontrar una dosis de heroína que una jeringuilla»
Gabriel Roldán
Psicólogo
La delincuencia se disparó. Las farmacias y los bancos se convirtieron en el objetivo de jóvenes desesperados que necesitaban alimentar su adicción. Los establecimientos comenzaron a instalar mamparas de protección y la sociedad empezó a sentir miedo. «Se fue blindando», indica Ruiz de Alegría «El terror de todas las familias –asegura Roldán– era que su hijo se volviera drogadicto».
Un funeral a la semana
Pero lo peor no había pasado. «Al poco de abrir nuestro centro se empezó a hablar del sida. Los primeros que llegaron ya estaban infectados, pero nadie lo sabía; una gran parte de ellos murieron. Fueron años muy depresivos, recuerdo terapias de grupo donde permanecíamos en silencio varias horas. La mayoría de nosotros íbamos a un funeral a la semana», dice Ruiz de Alegría. «No había ningún medicamento para tratar a los enfermos y nosotros tampoco sabíamos si nos habíamos contagiado. Los pacientes ingresaban y morían en una semana. La muerte estaba por todos los lados, era terrorífico. Habíamos salido de una dictadura y cuando pensábamos que éramos felices vino esto. Parecía que era el fin de la juventud», sostiene Roldán.
El sida cambió la percepción que la sociedad tenía de los toxicómanos. Para Ruiz de Alegría, «pasaron de ser antihéroes a marginados y la heroína dejó de tener prestigio social entre los jóvenes». Por eso, «las siguientes generaciones fueron rompiendo poco a poco con esta droga y empezaron a buscar otras más atractivas para ellos».
«Los primeros que llegaron ya estaban infectados de sida, pero nadie lo sabía»
Alberto Ruiz Alegría
Psicólogo
En 1988 la ola de heroína comenzó a remitir. Se había llevado consigo a miles de jóvenes. «En la memoria de aquellos años fue algo desgarrador, traumático. Todos los que ahora tienen más de 50 años conocen a alguien que pasó por aquello», dice Roldán. «La heroína entró a lo bestia, fue un ciclo corto pero explosivo» que se topó con una sociedad «que no estaba preparada, como tampoco lo estaba para el sida», recuerda Ruiz de Alegría. Dejó a su paso muertos, enfermos y familias consumidas por un amargo sentimiento de culpabilidad. «Hay toda una generación dañada. Hoy en día, lo que pasó sigue teniendo repercusiones», afirma.
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