«Me hablaron de un producto multimillonario que contaba con todas las patentes y avales»
La Fiscalía pide más de seis años de cárcel para dos acusados de inducir a dos personas a invertir en un negocio que elaboraría fármacos derivados del cannabis
«Me dijo de participar en un negocio que iba a ser un 'boom', un producto para quitar los dolores con CBD (derivado del cannabis). ... Me contó que lo que había logrado él no lo tenía nadie, y que tenía registrado las patentes, también contaba con papeles de Sanidad... Económicamente iba a ser algo espectacular. Pagué 300.000 euros para poner el negocio en marcha, para lo que tuve que pedir un préstamo al banco, pero nunca llegamos más allá del papel. Yo no era consciente del engaño. Confié en él, era casi como mi padre», declaró este lunes en el juicio, celebrado en la Audiencia Provincial, una de las víctimas supuestamente estafadas por dos hombres. Ambos constituyeron en 2013 una empresa con el objetivo de «fabricar y comercializar» productos sanitarios y farmacológicos, entre ellos, un revolucionario fármaco sustitutivo de la morfina, detalla el escrito de la Fiscalía.
Para esa inversión inicial en la empresa prometida también contactaron con otra persona, que les aportó otros 100.000 euros. Sin embargo, el dinero fue desapareciendo en pagos de «viajes, compras, restaurantes» o hasta un «Porsche Panamera».
La Fiscalía de Gipuzkoa los acusa de un delito continuado de falsedad documental, en concurso con un delito continuado de estafa. Uno de ellos se enfrenta a una condena de seis años y ocho meses de prisión y el otro, a seis años y tres meses.
«No me enseñaron las patentes aunque se las pedimos, pero si no firmaba nos quedábamos fuera» del negocio
Según declaró el primero de los inversores, a uno de los acusados «le conocía (a uno de los acusados) desde hace muchos años porque venía al taller de mi padre. Me fue contando poco a poco que tenía un tema muy gordo, anduvimos mirando locales» para poder arrancar con la producción. Antes de firmar, el procesado le habló de los réditos económicos, «eran cifras abismales» y le aseguró que «en dos años estaría pagado el préstamo». Convencido de que la operación le iba a dar grandes beneficios, firmó un contrato de arras por valor de 21.000 euros y después adquirió seis participaciones sociales de la empresa por 300.000 euros en total. Además, este hombre presentó a los supuestos empresarios una posible inversora, que junto a su marido, también sucumbió al que prometía ser un producto «multimillonario». «Mi mejor amigo entonces me dijo que necesitaba dinero, pero que no me podía contar nada. Se lo presté» y a los días «me llama que va a entrar en un negocio y que el propietario quiere conocerme». Este «me habla de que había creado una molécula milmillonaria que tenía las patentes y los avales, que se habían hecho ensayos médicos avalados por cardiólogos de fama internacional... Me enseñó hasta un bote de crema, que no sé si era Nivea».
Da la casualidad de que uno de los doctores que supuestamente firmó uno de los documentos relativos a los ensayos cínicos era conocido de la supuesta víctima. «Hablé con él (doctor) y me dijo que no le sonaba nada» la empresa. «Le hice llegar el documento con su firma y me dijo que era falsa, que saliera por patas. Pero para entonces ya había abonado los 100.000 euros», señaló este hombre, que afirmó cómo los acusados «en ningún momento nos enseñaron las patentes» a pesar de que «se las pedimos un montón de veces». Tras las inversiones realizadas, vieron que «no se había movido nada. Siempre parecía que íbamos a empezar a producir pero todo era mentira», afirmó el primer testigo.
Por su parte, uno de los acusados afirmó que «teníamos un plan de capitalización, buscando gente para participar en el proyecto y crear un laboratorio para llevar a cabo la consecución del producto». El dinero aportado «estaba previsto ir invirtiéndolo en la sociedad» creada y lo fueron gastando en «muchos viajes» que realizaron para reunirse «con mucha gente, para buscar también financiación....». Ambos declararon que los inversores estaban «perfectamente informados de todo» y «sí tuvieron acceso al ensayo antes de pagar». Los encausados aludieron a una tercera persona, quien «nos abría las puertas de los hospitales» y se encargaba de recabar los informes sanitarios sobre el producto y en quien «confiábamos», pero «desapareció» y la oficina «quedó desmantelada».
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