«Dormía en un garaje para escapar del frío de la calle»
Protección social. Rachid trata de abrirse camino en Gipuzkoa. Llegó justo antes de la pandemia y pasó meses sin hogar. Ahora es una de los 97 personas que han recibido la ayuda 'Lehen Urratsa' que le ha brindado un techo
Rachid Amjoud salió del desierto del Sáhara, al sureste de su Marruecos natal, con apenas 25 años. Un lustro después, fruto del azar, llegó a San Sebastián. Cuando a este joven de ya 30 años se le terminó el dinero que hasta entonces le había permitido llegar hasta Europa «en busca de una vida mejor», el pasado mes de enero se vio obligado a instalarse en la capital guipuzcoana, a donde llegó desde Hendaia. Lo hizo «ilusionado», con la intención de reinventarse y «empezar desde cero», pero con el contratiempo de la falta de recursos económicos. Con lo puesto, sin conocer el idioma y sin ingresos, se alojó en un albergue para personas sin hogar de Donostia, pero cuando pasó el tiempo de estancia máximo establecido -tres días-, tuvo que afrontar el momento más temido. No le quedó otra opción que irse a dormir a la calle, con todo lo que esa experiencia conlleva.
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Con sus zapatillas de un blanco impoluto, sus vaqueros y su camisa de motas perfectamente conjuntada, cuesta creer que Rachid haya sido un 'sin techo'. Rompe todos los prejuicios que puedan existir sobre estas personas, «porque esta es una situación que puede pasarle a cualquiera y de la que solo se puede salir teniendo la mente bien fría». Y él la tiene. Para cuando puso un pie en San Sebastián, «desgraciadamente», ya sabía lo que era no tener un techo bajo el que dormir. Acumula experiencias de todo tipo en Turquía, Grecia, Albania, Montenegro, Bosnia, Croacia, Eslovenia, Italia, Francia y Alemania. Una lista infinita para una persona tan joven, que «por primera vez» empieza a ver la luz en Gipuzkoa, concretamente en Tolosa, gracias al programa social 'Lehen Urratsa' del Gobierno Vasco, impulsado a través del fondo 'Inor atzean utzi gabe', dotado de diez millones de euros para atender a situaciones de riesgo, exclusión y pobreza derivadas o agravadas por el Covid-19.
Una oportunidad
A diferencia de la evolución que ha tenido este 2020 para la mayoría de la sociedad, para Rachid el año -«y la vida»- no ha hecho más que mejorar desde marzo. Recuerda «angustiado» sus primeras semanas en el territorio, concretamente en Donostia. Era pleno invierno. Estaba solo y sin un sitio adonde ir. «Fue muy difícil. Se me había terminado todo el dinero que había ganado en otros lugares donde pasé un tiempo. Llovía mucho y hacía frío. No hablaba castellano y tampoco entendía nada», recuerda en un español ahora perfectamente articulado, que ha aprendido en las últimas semanas.
Por aquel entonces, en enero y febrero, su mayor preocupación era «cómo iba a aprender el idioma estando en la calle». No quería permanecer mucho tiempo en la calle. «No podía. La mente te juega malas pasadas. Tenía miedo de echarme a perder, de irme por el mal camino. Intentaba moverme, encontrar trabajo, pero era muy difícil». Durante ese tiempo se instaló en un garaje. «No estaba nada limpio, convivía con ratas, pero era el único sitio disponible donde poder estar un poco más caliente. Solía taparme con mantas que me daban desde diferentes asociaciones, pero cuando volvía de ducharme en el albergue, los trabajadores de la limpieza me habían tirado todo», se lamenta al rememorar aquella etapa que todavía está «muy reciente».
«Lo principal es velar por su desarrollo e inclusión en la sociedad. Estamos para lo que necesiten, pero sin quitarles su libertad»
María Covelo | Zabalduz
Entre garajes y soportales llegó el 24 de marzo. El coronavirus ya era una amenaza real en Euskadi y Rachid continuaba buscándose la vida a la intemperie. «Tenía mucho miedo. Ya es complicado vivir en la calle, y a eso se le sumaba el Covid. Yo tenía muchas posibilidades de contagiarme en las condiciones en las que estaba viviendo, pero no tenía otra alternativa». Se puso en contacto con diferentes asociaciones sociales como Cruz Roja y desde La Sirena, donde le dieron cobijo por vez primera, fue derivado a Villa Sagrado Corazón en Tolosa, que por la pandemia fue acondicionada como albergue para personas sin hogar. En estos momentos 16 jóvenes migrantes residen allí. «Me siento muy agradecido», apunta.
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En cualquier caso, desde que se puso en marcha este programa en Gipuzkoa un total de 97 personas se han beneficiado de esta ayuda, que tiene como objetivo principal «poner en marcha una solución habitacional comunitaria de urgencia para jóvenes principalmente de origen extranjero», explican las técnicas Leire Malcorra de Peñascal y Maria Covelo, de Zabalduz, dos de las organizaciones participantes en el territorio. En Bizkaia 446 personas se han visto amparadas por esta iniciativa y en Álava, 35, por lo que en todo Euskadi la cifra asciende a 578.
«Se les proporciona un hogar durante seis meses, pero esta ayuda va más allá. Les hacemos un acompañamiento general»
Leire Malcorra | Fundación Peñascal
«Se les proporciona un hogar durante seis meses», dice Malcorra, pero el programa «va más allá. Les ayudamos con los trámites burocráticos, los estudios... Y les ayudamos a financiarse sus gastos personales con una paga semanal». Cada asociación tiene su forma de proceder, pero Covelo insiste en que «lo principal es velar por su desarrollo e inclusión en la sociedad. Estamos para lo que necesitan, pero sin privarles de su libertad ni de su privacidad, porque aunque son jóvenes todos superan los 18 años».
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«Mi familia no entiende que me haya ido y eso que no saben que he vivido un tiempo en la calle. No me he atrevido a contárselo»
Rachid Amjoud | 'Sin techo' hasta marzo
Rachid, por ejemplo, llegó a la villa de Tolosa con pasaporte, lo que le ha facilitado «un poco» los trámite burocráticos. Ahora, está centrado en los estudios. Después de cinco años buscándose la vida «como podía», ha comenzado una FP básica de cocina de Peñascal, con duración de dos años. A la mañana aprovecha para aprender euskera. Ya controla lo básico. «Kaixo. Zer moduz? Ni Rachid naiz. Eskerrik asko», recita mientras ríe. Como diría su profesor, avanza adecuadamente. Después acude a clases de castellano y matemáticas. Por la tarde, es hora de la EPA, aunque su sueño sería dedicarse a la cocina, mezclando los platos típicos marroquíes y vascos. «Me gusta mucho la gastronomía. La comida es otro mundo».
Un viaje de cinco años a pie
Quizá, lo que Rachid encuentra en la cocina es una forma de regresar a sus raíces, a su familia. «No fue fácil dejar Marruecos para emprender una nueva vida», se sincera, y se arranca a contar lo que le hizo subirse a aquel avión que aterrizó en Turquía allá por 2015. Sería el único vuelo que cogería hasta llegar a Donostia. Estaba mentalizado de que el resto del camino lo iba a hacer a pie, aunque resultó igual o incluso más duro de lo esperado.
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Su familia «nunca entendió» su partida. En el Sahara marroquí tiene a su padre y hermanos, «que ni antes ni ahora comprenden por qué me fui», y eso que «no me he atrevido a contarles que he vivido tanto tiempo en la calle. Ellos no podían saber nada, se preocuparían demasiado. No sabría cómo contárselo», reflexiona sin poder evitar que inmediatamente aumente el brillo de sus ojos. Siempre que puede, les ayuda económicamente, ese fue uno de los motivos por los que emprendió su camino a Europa, «para sacarles adelante», pero todas las veces que se ha encontrado en situación de indigencia les ha hecho creer que estaba «liado» y «sin tiempo» para ponerse en contacto con ellos.
«Nada ha sido fácil» desde que por la crisis que en 2014 vivió Marruecos se quedó sin trabajo. Estudió la ESO, pero el Bachillerato se lo sacó por su cuenta mientras trabajaba de pescador, hasta que perdió su empleo. «Los grandes buques, con más tecnología, acabaron llevándose toda la materia prima. La gente como yo, que pescábamos con una caña o una red, nos quedamos sin nada». En Turquía, primer país que pisó al salir del suyo y donde llegó «con 20 euros en el bolsillo», trabajó durante un año, «en condiciones inhumanas. El día entero». Aguantó doce meses, hasta que decidió cruzar el mar en patera para llegar a Grecia. «Pagué 300 euros y me subí junto a otras 600 personas en una zodiac», explica. «Nunca tengo miedo en el mar, siempre me he dedicado a la pesca y he estado en el agua, pero esa vez el corazón me iba a mil y además querían meter a más personas en la lancha. Estaba todo oscuro», añade. Consiguió cruzar a la tercera, las dos veces anteriores fue devuelto por la policía turca.
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Desde ahí hasta llegar a Donostia ha vivido millones de anécdotas que no se las desearía a nadie. La más dura, vivir en la calle. En la mayoría de los países por los que ha pasado ha sido un 'sin techo'. Por eso, tras conocer la peor cara de la vida, ahora, desde el albergue acondicionado en Tolosa para personas en su situación, pide prolongar la ayuda que en principio finalizaba este mes. «¿Qué voy a hacer en enero? ¿Volver a la calle? Quiero encontrar un trabajo y ser uno más, pero necesito más tiempo. Solo pido eso».
Un programa nacido durante la emergencia sanitaria y que ahora contemplan prolongar
El programa 'Lehen Urratsa' nació como consecuencia de las necesidades que surgieron con las personas sin hogar durante la pandemia. A falta de un lugar donde acudir y con la continua amenaza del Covid, el Gobierno Vasco, junto a entidades sociales, sacaron adelante esta iniciativa con el objetivo de poner en marcha una red de alojamientos que sirvieran como puente a los jóvenes 'sin techo' «hasta la normalización de los tiempos de tramitación de ayudas y las derivaciones a recursos de inclusión». Es decir, se buscaba un techo donde estas personas pudieran dormir hasta que la situación mejorara.
El departamento de Políticas Sociales que dirige Beatriz Artolazabal, en colaboración con asociaciones como Zabalduz y Peñascal en Gipuzkoa, diseñaron recursos temporales «acotados en el tiempo a la emergencia sanitaria y sus consecuencias», de manera coordinada con los recursos de la red de Inclusión de la Diputación. Uno de los puntos principales por los que se guía este proyecto para buscar una solución habitacional comunitaria es «evitar la ruptura en los procesos de inclusión educativa de los jóvenes, impidiendo pasos por realidades habitacionales precarias o la calle».
En un principio el programa finalizaba este mes, aunque las autoridades se plantean alargarlo dada la situación epidemiológica actual. Desde Peñascal y Zabalduz confían en que «así sea. Seis meses no son suficientes».
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