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Una de cada cuatro adolescentes han tomado ansiolíticos e hipnosedantes alguna vez en la vida. El nivel educativo de los progenitores, especialmente la formación ... académica de las madres, tiene una influencia directa en el consumo de estos fármacos, sobre todo en las chicas, que superan a los chicos a la hora de injerir estos medicamentos. Así lo revela un estudio de la UPV/EHU, que recoge que el 24,1% de las chicas de entre 14 y 18 años ha consumido este tipo de fármacos al menos una vez, frente al 15,3% de los chicos. Si se les pregunta si los han tomado durante el último año, el porcentaje baja ligeramente, hasta el 17,6% en el caso de ellas y el 9,7% en el de ellos.
El estudio del grupo de investigación OPIK, liderado por Xabi Martínez, concluye que «la peor situación socioeconómica y mental de la madre, con la posible medicalización de su malestar, podría contribuir a la transmisión del consumo a las hijas, entendido como una vía de cuidado materno-filial dentro de un sistema de lealtades invisibles en las familias». De ahí que las chicas lleguen a alcanzar prevalencias mayores al 30% a los 18 años. Los chicos, por su parte, consumen el doble al cumplir la mayoría de edad que a los 14 años.
Tanto ellas como ellos «sitúan la ansiedad y el uso de ansiolíticos como expresión principal de malestar juvenil y sus desigualdades de género», se lee en el informe. «El mayor consumo en mujeres, en cualquier caso, podría deberse a la medicalización del malestar psíquico proveniente de la discriminación material y las violencias cotidianas que sufren, así como del etiquetaje psiquiátrico, que patologiza y castiga más habitualmente las actitudes socialmente entendidas como femeninas que las masculinas». Asimismo, añade Martínez, «en la adolescencia, la construcción de feminidad gira en torno a la complacencia y el perfeccionismo, lo que se traduce en una gran autoexigencia académica».
Las estudiantes «también comienzan a experimentar en esas edades relaciones de dependencia y abuso, inician su contacto con las redes sociales y soportan una gran presión estética, lo que puede conducir a un sufrimiento que acaba siendo atendido por los servicios de salud».
Igualmente, el estudio resalta la relación entre un mayor consumo de ansiolíticos e hipnosedantes y el nivel de estudios de los progenitores. ¿La conclusión? «El consumo de estos productos es mayor entre las adolescentes según disminuye el nivel de estudios de su padre y su madre, en especial el de las madres. Por el contrario, el consumo de los chicos no se ve significativamente alterado por este factor».
Xabi Martínez
Investigador
Así, «el incremento progresivo en el consumo de los psicofármacos podría ser un reflejo de la medicalización de la vida cotidiana, así como para paliar las situaciones de incertidumbre y vulnerabilidad» por lo que «las pastillas acaban encarnando una solución individual a los desajustes y problemas que proceden de realidades estructurales», recoge el documento.
Ante este escenario, la investigación advierte de «la necesidad de intervenir sobre los determinante sociales que condicionan la salud mental y, con ello, el consumo de psicofármacos en la adolescencia». De este modo, se propone «una educación afectivo-sexual que refuerce al alumnado en temas como la igualdad de género».
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