Ni borracha quiero volver a casa
Si el origen de los delincuentes sexuales llama más la atención que el hecho de que el 100% sean varones, igual ahí sí hay un poco de xenofobia
Cada vez que se registra la violación de una menor a cargo de otros menores, si comienzan las disquisiciones sobre qué estamos haciendo mal y ... el influjo de la pornografía en nuestros jóvenes uno empieza a sospechar que los violadores son autóctonos. En caso contrario, las reflexiones son sustituidas por los exabruptos.
Por redondear: todos los delitos de índole sexual y la inmensa mayoría de los relacionados con los acosos en redes los perpetran los hombres. Entre ellos, efectivamente, también hay inmigrantes, pero de igual forma los hay que no lo son. El mínimo común múltiplo es que el 100% de los autores de esos delitos son hombres, un colectivo que apenas representa a la mitad de la población. Y si coges los datos sobre la autoría de todas las violaciones denunciadas y resueltas, y prescindes de todas aquellas que han sido cometidas por «la gente que viene de fuera», el resultado no se altera en lo más mínimo y el 100% de estos delincuentes siguen siendo hombres. Una vez más, cabe recordar que en todos los delitos –y no digamos los que incluyen violencia–, la inmensa mayoría de los autores son varones, de ahí que la población penitenciaria masculina multiplique varias veces a la femenina.
Si te desasosiega enormemente la proporción de delincuentes entre los inmigrantes –muchos de los cuales ni siquiera lo son porque han nacido aquí y son ya de segunda generación–, pero en absoluto te llama la atención que el grupo que representa menos de la mitad de los habitantes –y al que casualmente tú mismo perteneces– perpetre el 100% de estas agresiones igual es que consideras que eso forma parte del orden natural de las cosas, igual es que te quieres escaquear del colectivo que representa una amenaza e igual es que un poquito xenófobo sí que es tu discurso.
Si tras una violación, de lo que se habla es del influjo del porno en los jóvenes es que los autores son autóctonos
Este discurso nada inocente se ceba de forma nada inocente desde determinadas posiciones políticas. Es curioso cómo todo un colectivo al que nadie ha elegido pertenecer puede ser señalado, mientras se absuelven las tropelías perpetradas al amparo de los colores de los equipos de fútbol, con la coartada de que son una minoría que en ningún caso representan al club. Ítem más: si nos ponemos muy capilares, descubriremos que la única persona que en el último año ha salvado de morir ahogados a dos transeúntes en Bilbao es un joven magrebí o que en torno al deporte de base igual se mueven más depredadores que en el sector de, qué sé yo, los carpinteros, sin que tal cosa suponga un desdoro para la gran labor formativa que realizan los primeros. Las extrapolaciones son un campo minado. No hay que inventar nada porque ya está en vigor: idénticos castigos para los mismos delitos, con independencia de los orígenes del autor.
En el caso de Donostia, el machacón discurso en torno a la creciente inseguridad ciudadana se estampa contra varias realidades incontestables, como pueden ser las que dejan a los treintañeros empadronados de por vida en casa de sus padres. Si resulta que el precio de la vivienda en la ciudad subió un 34% en los últimos cinco años, cuando ya por aquel entonces era el más elevado del país, significa que muy peligrosa no es la ciudad. Lo mismo que si disfruta de la condición de «carísimo destino turístico». Porque ni en la literatura fantástica más imaginativa se permiten la licencia de concebir un lugar en el que convivan precios altos y turismo masivo, con un elevado riesgo para tu integridad en sus calles. No son compatibles.
El precio de los pisos y el auge del turismo se compadecen mal con los discursos sobre la inseguridad ciudadana
Y eso que estamos hablando únicamente de lo que acontece en el espacio público, una insignificancia en comparación con los abusos, violaciones y otras tropelías que se perpetran en las casas y en el seno de la institución familiar porque no hay ninguna calle tan peligrosa como ciertos hogares. Cuando las feministas se manifiestan al grito de «sola y borracha quiero llegar a casa», cabe añadir que son muchas –probablemente, miles–, las que ni borrachas y acompañadas quisieran retornar cada día a ese infierno que les tocó por «hogar». Y ahí la presencia de inmigrantes abusadores quizás palidezca frente a la del ejemplar padre de familia, el obsequioso tío o el cariñoso abuelito tras los que se ocultan monstruos.
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