Barrio joven, barrio viejo
Diferencias. En Matxiategi el 39,8% de los vecinos supera los 65 años, porcentaje que cae en Etxeberrieta al 8,7%. En este barrio hay muchos niños, en el otro no tantos. Uno es veterano, el otro está creciendo
Los barrios son seres vivos o al menos lo parecen. Nacen, crecen, envejecen y a veces mueren, pero en otras ocasiones renacen de ... sus cenizas y vuelven a las andadas. Hay barrios vetustos que desaparecen engullidos por nuevas edificaciones, barrios modernos y orgullosos en busca de un alma para sus calles, barrios de toda la vida donde todos se conocen, barrios que retroceden, que se extienden, que se llenan y se vacían, barrios viejos y barrios recién nacidos. Hay barrios como el de Matxiategi, en Bergara, y Etxeberrieta, en Andoain.
Según los datos del Eustat, Matxiategi es el barrio guipuzcoano con la población más envejecida del territorio. El 39,2% de sus 3.071 habitantes tiene más de 65 años, el 47,5% cuenta entre 20 y 64 años de edad, y el 12,7% disfruta de 19 o menos años. Por el contrario, los 1.572 vecinos de Etxeberrieta son los más jóvenes de Gipuzkoa. En sus calles solo el 8,7% de los habitantes superan los 65 años de edad, mientras que el 28,2% tienen menos de 19. El resto, los que oscilan entre los 20 y los 64 años, son el 63,1%.
Y sin embargo no lo parece a simple vista. Un martes a las 16.30, la hora de salida del colegio, las calles de Matxiategi se llenan de niños y jóvenes que poco a poco irán regresando a sus casas, repartidas por todo Bergara. Un día después, a esa misma hora, en el barrio de Etxeberrieta apenas se puede ver un niño corriendo por la calle. Todos están fuera, acaban de salir de la escuela y aún no han vuelto. Pero no tardará mucho en cambiar el paisaje.
Barrio de Matxiategi
«Hasta los muertos siguen siendo del barrio, y eso es bonito»
«Por aquí pasan al día miles de personas. Hay varios colegios, la piscina y las instalaciones deportivas», explica José María Larrañaga, vecino de Matxiategi. No hace falta que lo diga porque al llegar la hora se abren las puertas de las escuelas y por las calles se desborda bajo la lluvia una riada de estudiantes. No hay muchas personas mayores. Quizá sea el tiempo, que no acompaña, o que aún no es su momento. O puede que sean las obras del Hogar del Jubilado, que les han dejado sin sitio para reunirse y no apetece ir a otro lugar. Una de las consecuencias del Covid es que se han acabado las partidas.
«Yo antes venía a los jubilados, pero ahora está cerrado y con la pandemia no daban cartas. Te tomas un café y un vino y paras de contar», dice José mientras se resguarda del agua en los arcos de la iglesia de Santa Marina. Tiene 76 años y pasa todo el tiempo que puede en la calle. Se baja la mascarilla para encender un cigarrillo y señala a su alrededor. «Ahora, a mirar como los pájaros. Estamos todos dando vueltas porque en casa nos aburrimos», dice.
«Aquí vendemos muchos medicamentos para la tensión, el colesterol y dolores en articulaciones»
Maialen | Farmacéutica
Ha parado de llover y por el barrio comienza a verse a la gente mayor, que ha tomado el relevo a los niños de los colegios. Es como si le hubieran caído setenta años encima en quince minutos. «Sí que se nota, tenemos muchos clientes mayores. Aquí vendemos muchos medicamentos para la tensión, el colesterol y los dolores en articulaciones», explica Maialen en la farmacia Urriticoechea.
Matxiategi fue un barrio joven en los años sesenta, cuando se empezaron a construir viviendas para acoger a los inmigrantes que empezaban a llegar a Bergara. Era una zona de huertas por donde pasaba el ferrocarril vasco-navarro y que estaba presidida por el cementerio. «Antes esto eran las afueras», explica Justi, que luce unos increíbles 85 años.
El dato
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39,8 es el porcentaje de vecinos mayores de 65 años que viven en el barrio de Matxiategi. Los menores de 19 son el 12,7%
Ella fue pescatera y se vino a vivir a Matxiategi con veinte años de edad. «No había nada más que huertas y las empezaron a quitar para levantar casas. Desde Santa Marina hasta el cementerio no había ni una y ahora mira, el cementerio está rodeado de edificios». Justi -«levántate y dame un abrazo», responde entre risas cuando se le dice que rondará los 60 años- ha visto nacer y crecer al barrio. «Había muchos niños porque todo eran parejas jóvenes, ahora sí que se ve a mucha gente mayor».
«Salgo a la calle y solo veo gente mayor. Como el hogar está cerrado, andan por todos lados»
Manuel | Vecino
Con el paso del tiempo, la media de edad de los vecinos fue aumentando, pero no así Matxiategi, que no ha envejecido y mantiene su vitalidad. No es un barrio en decadencia, de esos que tienen todo el aspecto de estar cayéndose a pedazos, sino todo lo contrario. Los veteranos no se quieren mudar y los jóvenes están deseando ir a vivir a él. Cuesta encontrar un piso en venta. «La gente nueva que viene es porque hereda la casa de sus padres. Nadie se quiere ir de aquí porque lo tenemos todo, no nos hace falta movernos a ningún otro lugar», explican Rosa Martínez y Leire Alonso en la terraza del bar Matxiategi.
Pero algo sí se nota. «La media de clientes de los bares es de cincuenta para arriba», afirma Rosa. Su amiga, que ha sido camarera, lo ratifica, y eso que «los chiquiteros han bajado mucho por los horarios». No muy lejos, en la terraza del Kayak, Manuel confirma esa impresión. «Salgo a la calle y solo se ve a gente mayor. Como el hogar está cerrado, andan por todos los lados», dice.
«Ahora, a mirar como los pájaros. Estamos todos dando vueltas porque nos aburrimos en casa»
José | Jubilado
«Aquí hay tres fruterías, tres panaderías, dos farmacias, una zapatería, una pescadería, el mercado, colegios, piscinas y el ambulatorio, no nos falta de nada, nadie se quiere ir del barrio », enumera Eladio, el zapatero de Matxiategi. Acaba de llegar a la terraza del bodegón Toki Alai, donde ya llevan un buen tiempo José Ramón (66 años), Iñaki (66) y Simón (60), entre otros, todos guardando debidamente las distancias. «Aquí tenemos de lo mejor que hay», responde Simón. «Sí que hay gente mayor», dice poco después. «Se nota que hay muchos en el barrio, ahora hay menos niños», añade Iñaki. «Tengo muchos clientes mayores, es gente acostumbrada a llevar los zapatos a arreglar», asegura Eladio.
Comienzan a hablar mientras piden otra ronda para todos y de repente parece que se ha decretado el día internacional del orgullo de barrio. «Hace años era un suburbio y ahora ha quedado como una zona residencial con todos los servicios», «no falta de nada», «no nos cambiamos, aquí se está genial», «hay bastante relación entre los de más edad y los jóvenes, todos son buena gente», «es un barrio legal»... se van diciendo. De ahí pasan a las quejas porque «no hay dónde echar la partida» y «antes era dejar de trabajar y a potear hasta las nueve, pero ahora todos a casa como los niños». Son los efectos de la pandemia, que resume José Ramón con una frase contundente. «¡Ahora nos emborrachamos en la calle, como en Estocolmo!».
Matxiategi es uno de esos barrios que nacen, crecen, envejecen y vuelven a nacer. Es Eladio, el zapatero, quien lo explica: «A esto se le va a dar la vuelta porque cada vez hay más gente joven. Son los hijos, que vienen a vivir a casa de los padres cuando se mueren».
Llega Justi, la pescatera, y comienza a hablar de su barrio. «Con el cementerio y los jubilados al lado, ¿qué más quieres?», bromea. Simón la señala y dice en voz baja: «Es una luchadora». «Mi marido murió hace cuarenta años, era un hombre muy educado y trabajador. Está en el cementerio y eso es muy bonito. Hasta los muertos siguen siendo del barrio».
Barrio Etxeberrieta
«Son los niños de aquí los que dan vida a Andoain»
La plaza Etxeberrieta, en Andoain, parece extrañamente desolada. Es como si aún estuviera a medio hacer, como si todavía le faltara un hervor para quedar completa. A esta hora, las cuatro y media de la tarde, el suelo mojado por la lluvia recién caída acentúa la soledad de un gran espacio rodeado de soportales salpicados por unos pocos negocios. No hay comercios, no hay gente.
Solo hay banco ocupado. En él se sientan Miguel, de 21 años, y su abuelo Manuel. «Un bar sí que se necesita», admite el nieto. Eso es lo que se echaba de menos en la plaza, un bar con sus terrazas y sus clientes que le dé vida al lugar. La de Etxeberrieta no tiene nada que ver con la plaza Zumea, no muy lejos de allí pero ya en otro barrio. Esa sí que está llena de negocios y mesas repletas de familias con sus hijos. Es otro mundo, pero no el más joven.
«Ha venido más gente y han construido casas nuevas. Se nota que hay recién nacidos»
Oihana | Vecina
Cerca de la plaza Etxeberrieta, en el parque Alfaro, juegan Sua y Ekaitz con sus padres, Iban y Maite. «Normalmente todo está lleno de niños y los bancos sin sitio para sentarte», explican. Cuesta imaginarlo pero debe ser verdad. También es cierto que no luce el sol y hace poco han caído algunas gotas, aunque también lo es que la de Zumea ya está llena para estas horas.
Es cuestión de momentos. Cuando acaban las clases, Matxiategi se llena de niños que poco a poco se desperdigan por toda Bergara. Aquí ocurre lo contrario. Se cierran los colegios y los jóvenes de Etxeberrieta emprenden su camino a casa. Llegarán más tarde. Su presencia se notará a medida que vayan apareciendo en el barrio.
El dato
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28,2 es el porcentaje de personas de entre cero y 19 años que residen en el barrio andoaindarra de Etxeberrieta. Los mayores de 65 son el 8,7%
«Ha venido más gente, se han hecho casas nuevas y se nota que hay niños y recién nacidos», afirma Oihana, que pasea junto a su hija Lorea, de cinco años. Etxeberrieta es una mezcla de edificios antiguos y de reciente construcción, algunos de gusto discutible. En sus calles no abundan los comercios, da la sensación de que es una zona en pleno proceso de crecimiento, tanto de sus vecinos como de sus servicios. «Es una zona tranquila», explica Maite en el parque con sus dos hijos como únicos ocupantes. No hace falta que lo diga, no hay más que mirar alrededor y pensar cómo será cuando los pocos bares de las inmediaciones cierren sus puertas. «Antes había buen ambiente, pero a las ocho de la tarde todos se van a casa».
«Cada vez hay más niños. Da alegría ver vida porque un barrio sin ellos es muy triste»
Teresa | Vecina
Se oyen voces infantiles. Provienen del bar Nairu, en el extremo del barrio más alejado del centro. Son las cinco y media de la tarde y el camarero, Daniel, no para de atender al goteo de clientes que entran en el local lo justo para pedir su consumición y salir a la terraza. Aparece una abuela con su nieta, que coge un kinder; tras ellos surgen tres niños que terminan arrastrándose por el suelo, y después entra otra señora para pagar un kinder y un paquete de galletas Príncipe. En la barra aguarda Txema, padre de dos mellizos. «Sí se nota que hay mucho niño, ya viene la siguiente generación», dice Txema, padre de dos mellizos, mientras aguarda en la barra a que le preparen uno de los cócteles de la casa: el cortado para niños.
Daniel prepara la fórmula mágica. Es un descafeinado con nata y un poco de polvo de cacao por encima, un combinado irresistible para los pequeños. «El cortado de niños no lo cobro porque ellos serán mañana mis clientes, pero antes los tengo que educar». «Aquí ha subido la natalidad, es algo que se ve. Se nota que han nacido más hijos, pero falta algo más en esta zona para los niños», puntualiza el camarero, que no tarda en esbozar una larga lista de quejas. «Todo se va para Zumea», se lamenta. «El bidegorri no termina aquí», continúa. «Antes había comercio en el barrio, pero ya no; no se incentiva», prosigue. Y pasa después a hablar del vecindario de las casas de protección oficial y de la falta de parques en la calle principal, donde los bares, y no «en la parte trasera». «No tenemos apoyo, somos los últimos del pueblo, estamos abandonados», concluye antes de comenzar a preparar otro cortado para niños.
«Se ve en la calle que han nacido más hijos, pero falta algo más para que se entretengan los niños. Todo se va para Zumea»
Daniel | Camarero
Una niña corre llorando detrás de su madre. Es la hora, comienzan a llegar, aunque poco a poco. «Ahora hay pocos porque muchos están en la ludoteca», explica Tere, que entró a vivir en el barrio hace 42 años. «Cuando vine aquí no había nada en la parte de atrás, donde el paseo del río. Con los años esto ha ido creciendo y cada vez hay más niños, da alegría ver vida porque un barrio sin niños es triste», dice mientras atiende a sus cuatro nietos.
Sentada frente a una mesa, Geno Arratibel también recuerda cómo era Etxeberrieta cuando llegó a él, hace cuarenta años, «cuando la gente decía vamos a Andoain porque no había nada en medio». «Todo esto era un campo de fútbol, un caserío, un bloque viejo de pisos y la Algodonera. El gaztetxe era antes una escuela que se cerró, y también cerraron otra. Desde que se empezó a edificar ha venido más gente joven, sobre todo en los últimos quince años. Se ha visto la evolución».
Una familia con un recién nacido conversa en la terraza de una cafetería. Miguel, el abuelo, repite lo que ya han dicho otros, lo que todos saben, que «en los pisos nuevos todo son parejas jóvenes con hijos». Seguro que es verdad, pero no termina de apreciarse en las calles. Son casi las siete, la plaza sigue vacía y en el parque ya no hay nadie. A esa misma hora Zumea está llena de gente. «Etxeberrieta exporta niños. Son los de este barrio los que van a otros lugares y le dan vida a Andoain», dice Miguel.
Pocos niños en las ciudades más pobladas de Gipuzkoa
De los 88 municipios de Gipuzkoa, 71 tienen un porcentaje de menores de cero a catorce años igual o superior al del conjunto del territorio (14,4%), pero entre las localidades con un porcentaje inferior se encuentran San Sebastián, Irun, Errenteria y Eibar, que representan en conjunto el 60% del total de la población del territorio.
En municipios de más de 10.000 habitantes, al barrio de Etxeberrieta, que tiene un 24,3% de niños de catorce años o menos, le sigue la zona rural en Oñati con un 22,4%. Hay cinco barrios que cuentan con porcentajes de menores entre el 20% y el 21%: zona Loinaz en Beasain, Gaztaño-Agustinas, en Errenteria; zona rural, en Andoain; Karrika, en Oiartzun, y Larramendi, en Tolosa.
Los barrios que presentan un porcentaje de menores inferior al 10% son Matxiategi, Ferial y Olan, en Arrasate; Zumaburu, en Lasarte-Oria, y San Lorenzo, en Oñati.
En el conjunto de Euskadi residían en 2019 un total de 301.816 niños de cero a catorce años de edad, lo que supone el 13,8% de la población, según los datos del Eustat. El mayor porcentaje se da en Álava (14,9%) y el menor en Bizkaia (13,1%).
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