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IGNACIO VILLAMERIEL
Miércoles, 22 de noviembre 2017, 11:58
Un hombre con chándal sostenía ayer la puerta de la Casa de Cultura de Loiola a quienes se acercaban a la exposición de obras realizadas en los talleres de la cárcel de Martutene. «Gracias», respondían estos. «No hay de qué», lo hacía él, con una inusitada educación en los tiempos que corren.
El hombre estaba feliz. Como un niño en día de excursión o como un recluso en una salida programada. Este era su caso. Además, el preso presentaba algunas de las obras que había realizado en prisión. Pongamos que se llamaba Juan, ya que prefiere no dar su nombre pero sí compartir su testimonio. «La experiencia de estos talleres de arteterapia ha sido muy buena. Si no, en la cárcel no tenemos casi nada que hacer. Cuando estoy pintando me evado y no me siento preso», afirma este asturiano que lleva algo más de un año privado de libertad en Martutene.
«Mientras estoy en el curso me siento libre, no pienso tanto en los problemas», reitera. «Por ejemplo, he visto solo doce veces a mi hija en un año y estos talleres me permiten no sentirme tan mal por ello. Debería de haber más», considera. Aún así reconoce estar «contento y agradecido» con el organizador de estos talleres, Iresgi (el Instituto Vasco de Inserción Social y Victimología) «porque nos apoyan mucho y hacen que pasemos mejor el tiempo».
Juan anima a todos a visitar la muestra, que estará expuesta de 16.00 a 20.30 horas en la Casa de Cultura de Loiola hasta el 8 de diciembre, pero también a algo más: «Ojalá más gente se animase a pasar un rato con nosotros en prisión, como hacen los voluntarios de la Pastoral Penitenciaria, las mujeres de Hegaldi y los educadores de Iresgi, porque muchos igual no lo hacen por miedo, pero no somos peligrosos», asegura. «De hecho, nos sentimos solos, agobiados, llenos de problemas y si no tenemos apoyos nos hundimos. Para salir a flote y venirnos arriba lo mejor son los cursos de este tipo, que nos permiten romper nuestro aislamiento».
En la exposición se podrán ver cerámicas, cuadros de arena y estaño, pintura en madera, óleo sobre lienzo, etc. Con una particularidad con respecto a otras muestras; en este caso, las obras no se podrán adquirir ya que tienen un destinatario prefijado. «A mediados de diciembre los objetos se devuelven a sus autores porque son los regalos de Navidad que van a hacer a sus familiares. Por eso hay muchas cosas infantiles, porque están dedicados a sus hijos», desvelaba ayer Ana Marín, de Iresgi. «Estos talleres de arte se realizan durante todo el año, y aunque Iresgi coordine la mayoría de los cursos, tenemos monitores especializados para impartirlos», destacó Marín.
Dos de ellos, María Cruz Báscones y Anselmo Susperregui, de la Pastoral Penitenciaria, fueron ayer homenajeados porque a final de este año se 'jubilan' como docentes de estos cursos tras 35 años en el caso de ella y casi una década él. Anselmo, que no se esperaba el pequeño homenaje y la placa de reconocimiento que le entregaron, afirmó que su experiencia con los reclusos había sido «fe-no-me-nal». Y aseguró que el mayor beneficiado había sido él. «Es muy recomendable, que la gente no dude y se apunte a pasar tiempo con los presos», concluyó.
Por su parte, la monja María Cruz Báscones afirmó emocionada que los reclusos han sido «como hermanos» para ella. «Una sonrisa les llena el alma y el corazón», aseguró, mientras los presos asentían y rompían en aplausos. Un reconocimiento al que se unieron representantes de la Diputación, con Maite Peña a la cabeza, y del Ayuntamiento de Donostia, con Aitziber San Román.
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