.Aitor Vilariño, vecino de Benetusser afectado por la Dana, posa en diciembre del año pasado. Jose Luis Bort Izquierdo

Aitor Vilariño

Pasaitarra afectado en la dana
«Hay un miedo increíble a que lo que vivimos el año pasado pueda repetirse»

Aitor Vilariño, pasaitarra, reside en Benetússer desde hace un lustro con su pareja, Sara, y su hijo de dos años, Ibai

Domingo, 26 de octubre 2025, 00:01

Aitor Vilariño aún se emociona cuando rememora aquel fatídico 29 de octubre de 2024, cuando una dana arrasó varias localidades de la provincia de Valencia ... incluyendo Benetússer, donde reside desde hace un lustro con su pareja, Sara, y su hijo de dos años, Ibai. «Nuestra vida cambió radicalmente», asegura. Y no exagera en absoluto. En pocos minutos, las calles quedaron sumergidas bajo una marea de cerca de tres metros de altura. El agua dio paso, horas después, al barro y a un olor pestilente que lo impregnó todo durante varios meses.

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Este pasaitarra de 32 años que trabaja como entrenador personal llegó entonces a temer por su vida y la de su familia. Un camión atravesó de lado a lado los bajos del edificio de viviendas en el que reside y emprendió una huida por los tejados. «Temía que el inmueble se viniera abajo». Saltó de una azotea a otra acompañado de su padre, que se había desplazado desde Pasaia a pasar unos días con él y el pequeño Ibai, al que pensó meter en una caja de plástico si aquel mar de agua que en pocos minutos rodeó las casas seguía ganando altura.

Afortunadamente, Aitor y su familia salvaron sus vidas, aunque él se hirió en una pierna al caer por una alcantarilla intentando salvar a algunos vecinos de su barrio. «Estuve un mes ingresado por la infección. Además, tuvimos que irnos a vivir temporalmente a Buñol porque en Benetússer no había nada, ni servicios básicos ni un parque para que pudiera jugar Ibai ni luz ni agua. En la calle había una capa de lodo de quince centímetros de espesor».

La dana se llevó cuanto encontró a su paso. También la moto y el vehículo de Aitor. «Y una parte de mi trabajo», añade este guipuzcoano, quien explica cómo en ese momento prestaba asesorías tanto de forma online como presenciales. «Las presenciales, que representaban un tercio de mis ingresos, se evaporaron. El gimnasio en el que las llevaba a cabo en Alfafar sufrió las consecuencias de las inundaciones y tuvo que cerrar». En medio de la tragedia que se cobró la vida de 229 personas y dejó a muchas más en la calle, el pasaitarra se vio obligado a reinventarse para salir adelante.

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En el caso de Vilariño, los seguros se hicieron cargo de los desperfectos y las pérdidas que sufrió, incluida la del vehículo, que apareció meses más tarde en el mismo barrio pero totalmente desvalijado. «Pensaba en recuperar fotos del niño y resultó que se habían llevado todo, hasta la rueda de repuesto y la silla de Ibai», comenta. Y aunque se hicieron esperar algo más de lo deseado, las ayudas prometidas por las administraciones acabaron por llegar. «Con lo que me abonaron, puedo decir que no he perdido dinero. Sin embargo, las empresas que tienen una plantilla de varios trabajadores, facturan mucho dinero y han perdido sus instalaciones, en comparación conmigo, que soy autónomo y no tengo empleados, han recibido unas ayudas irrisorias que no han servido de nada. No se ha hecho un buen baremo al repartirlas», mantiene.

Locales aún anegados de loco

Aitor y su familia han regresado a vivir a Benetússer. Cuando pasea por sus calles comprueba cómo las calles de su barrio han ido recuperando poco a poco la normalidad, «aunque nos cortan la luz cada pocos días porque no se han hecho todas las reparaciones públicas». La «esencia» del antiguo Benetússer se ha recuperado a pesar de que la «huella» de la dana permanece latente. «Hay negocios que han vuelto a abrir, pero otros bajos y locales siguen anegados. Los propietarios, que probablemente carecían de seguro, no han podido recuperarlos y se están convirtiendo en pequeños vertederos, donde otras personas arrojan sus residuos».

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La solidaridad de la que fueron testigo este y otros municipios valencianos también ha ido, con el paso de los meses, borrándose del paisaje. «Lo que ocurrió aquí ha sacado lo mejor y lo peor de la gente», sostiene Aitor, para quien la imagen de centenares de personas movilizándose como voluntarios ansiosos por ir a ayudar a los pueblos que resultaron damnificados nunca se borrará de su memoria. «No hay que olvidarse de esas personas. Tenemos que darles las gracias para que se sientan recompensadas. De lo contrario, no volverán a estar ahí si en el futuro otros les necesitan», indica.

La entrega que demostraron unos «supera a lo que nos han perjudicado otros», asegura, refiriéndose a quienes aprovecharon las circunstancias para sustraer pertenencias. La otra cara de la moneda la protagonizaron sus amigos y compañeros, que no dejaron de prestarle su apoyo, como el que cerró las paredes que atravesó el camión sin cobrar hasta que el seguro abonó el dinero. Lo mismo puede decirse de algunas empresas. Entre ellas, Prozis, que le patrocina y que tiene su sede en Portugal. «Se puso en contacto conmigo y me ofreció todos los productos de alimentación que necesitara para mí y mi familia totalmente gratis».

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«Pánico» ante las alertas

Algo que el paso del tiempo tampoco ha conseguido borrar es el miedo, el mismo que regresa cuando la meteorología anuncia fenómenos adversos. «Hace unos días nos mandaron una alerta para decirnos que nos mantuviéramos en zonas altas, y entramos todos en pánico. Cogimos los coches y los llevamos a Valencia. Las calles se quedaron vacías. Hay un miedo increíble a que lo que vivimos pueda repetirse. Yo mismo he empezado a tener más precaución, y más viviendo en una zona inundable como la nuestra», declara haciendo hincapié en la magnitud de aquel suceso: «Siempre cuento lo mismo para que la gente se haga una idea de lo que pasó: fue como si el centro de Donostia se salvara pero se inundaran con más de dos metros de altura de agua todos los pueblos de su alrededor, desde Oiartzun a Hernani. Fue una locura».

Aitor trata de buscar lo positivo a lo vivido y pone de relieve su «aprendizaje personal». «La vida se te puede ir en cualquier momento. Tienes que valorar el tiempo que pasas con la familia y tu gente. Soy autónomo y emprendedor, y esto me ha hecho pensar si merece la pena sacrificarlo todo por el trabajo cuando de la noche a la mañana te puede pasar algo así. Soy más consciente de lo que realmente importa. Y he dejado de dar importancia a las rencillas con otras personas. Me pasó con algún vecino al que no dudé en echar una mano con la riada».

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