El estigma de los expósitos
Durante décadas los huérfanos de Gipuzkoa eran llevados a centros de Pamplona y Zaragoza, hasta que hace más de un siglo Fraisoro supuso un antes y un después
antton iparraguirre
Viernes, 14 de abril 2017, 08:18
"No puede haber una revelación más intensa del alma de una sociedad que la forma en la que trata a sus niños", dijo una ... vez el expresidente sudafricano, y Premio Nobel de la Paz en 1993, Nelsón Mandela. Esta reflexión ayuda a introducir un tema tan trágico como real durante siglos, el de las inclusas, orfanatos u hospicios, llamados ahora centros de acogida. Esta última denominación, tan aséptica, es, tal vez, para alejar esa visión descarnada, tenebrosa, violenta y misteriosa que en muchas ocasiones han transmitido de esos centros la literatura, el arte y el cine. El estigma del expósito ha estado y estará siempre presente.
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La razón de los huérfanos Hasta finales del siglo XIX la única forma de criar a un bebé era por medio del amamantamiento, al no existir eficientes métodos de lactancia artificial. En una familia pobre, cuando moría la madre o ésta se encontraba enferma o carecía de leche, deshacerse del niño se convertía en la única posibilidad para que sobreviviera el pequeño. Los niños de progenitores ricos tenían más suerte, podían ser criados por nodrizas en el campo a cambio de una remuneración.
También las madres solteras se veían forzados a tomar trágicas decisiones, ya fuera para ocultar su 'falta' por vergüenza o para no dañar el honor de la familia, o porque no tenían recursos para sacar adelante al pequeño por sí solas.
Otro motivo por el que un bebé podía acabar en la inclusa podía ser que había demasiadas bocas que alimentar en la casa y el último en llegar constituía más un problema que una felicidad para el hogar.
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Con el fin de no llegar al extremo del infanticidio, las autoridades tomaron medidas para que se abandonaran a los recién nacidos en el torno de una inclusa, ante la puerta de una iglesia, de la casa de un cura, de un alcalde o de una vivienda urbana o un caserío de aspecto pudiente. Generalmente, los niños eran dejados de noche pero como prueba de que se trataba de una medida trágica se daban gritos para alertar a los destinatarios. Otra posibilidad era que los inocentes bebés fueran entregados en un orfanato por medio de una tercera persona. Podían ser la partera o el párroco de la localidad.
Desde el nombre del pueblo natal hasta el navarro Goñi, apellidos de huérfanos
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Los niños que estaban en las inclusas ya estaban marcados de por vida. En primer lugar por el nombre, que no había sido elegidos por los padres, y mucho menos el apellido. Y eran muy pocos los que volvían con sus progenitores.
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Contar con un apellido era cada vez más necesario por las circunstancias sociales y económicas conforme pasaban los años. La Diputación de Gipuzkoa se planteó esta cuestión ya en 1819. A partir de ese año, y hasta 1884, a los expósitos se les designó con el topónimo del pueblo de donde procedían San Sebastián, Tolosa, Azpeitia.... Fue en 1884 cuando se optó por dos apellidos vascos, que eran inventados y que debían resultar eufónicos y fácilmente asimilables.
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En Pamplona, desde el siglo XVI al XVIII a casi todos los niños se les puso el apellido Goñi, en honor a don Ramiro de Goñi, arcediano de la Tabla de la Catedral y gran benefactor del Hospital General. A comienzos del siglo XIX se tuvieron que diversificar los apellidos para evitar las confusiones.
¿Cómo era la vida de esos pequeños en las inclusas y orfanatos? Al hacer esta pregunta uno no puede dejar de pensar en el desafortunado mocoso londinense 'Oliver Twist', ideado por Charles Dickens, o la película 'El orfanato', de Juan Antonio Bayona.
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La mortalidad infantil y juvenil en el Antiguo Régimen se cifraba globalmente en el 50% de los niños. Sin embargo, en el caso de los menores ingresados en inclusas la tasa de fallecidos oscilaba entre el 80 y 90%. Desgraciadamente, también morían en el traslado. Eran llevados, generalmente, por rudos conductores de carros que iban recogiendo a los niños en los pueblos por los que pasaban en su camino hacia la inclusa. Extenuados, casi sin comer durante varios días, bajo el sol, la lluvia y el frío, morían con frecuencia. Hasta los responsables de los propios orfanatos se quejaban de que casi todos llegaban muertos o morían enseguida. La Diputación de Gipuzkoa decidió tomar cartas en el asunto ante estos dramas, con la creación de instituciones en el propio territorio a mediados del siglo XIX. Hasta entonces el destino para esos desdichados bebés ya no eran las entonces lejanas ciudades de Pamplona y Zaragoza.
Los pequeños estaban en las inclusas el menor tiempo posible a cargo de una nodriza provisional. Eran entregados a sus nodrizas definitivas, por lo general mujeres de caseríos donde eran criados hasta los 8 años. A esa edad la Diputación dejaba de abonar la paga acordada y la 'madre de alquiler' tenía que decidir si se ingresaba al niño en una inclusa o se decantaba por prohijarlo ya fuera por cariño o por la necesidad de mano de obra barata en el caserío. En más de una familia se adoptaba a un niño porque el matrimonio no podía tener hijos en los primeros años de casarse, y luego nacían varios. Aunque no fuera de sangre, en la mayoría de los casos el huérfano no era discriminado con respecto a sus 'hermanos' postizos.
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A mediados del siglo XIX se fueron abriendo en las inclusas departamentos de maternidad. En ellos ingresaban las embarazadas solteras a partir del séptimo mes. Las primerizas permanecían retenidas hasta que daban a luz, y en la mayoría de los casos tras reponerse abandonaban el centro dejando solas sin el bebé. Junto a éste convivían los hijos de mujeres que estaban en la galera, cárcel, misericordia, transeúntes, mendigas y peregrinas.
Todos los pequeños sobrevivían como podían en la inclusa. . Así, en el caso de Pamplona no había nodrizas suficientes para lactarlos, por lo que su alimentación era muy deficiente. Además, algunos pequeños llegaban enfermos, por lo general de sarna y sífilis, y con el amamantamiento estas enfermedades se propagaban a otros niños y nodrizas. La mayoría de estas últimas eran madres solteras. Además, estas mujeres aceptaban el trabajo como último remedio ante su precaria situación económica, a pesar de que estaban muy mal pagadas. Hasta se negaban a sacar a los niños al exterior del recinto para que les diera el aire porque les daba vergüenza. No querían que nadie supiera donde trabajaban. Era un pésimo antecedente si aspiraban a ser contratadas por familias pudientes.
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El hacinamiento era otro mal. En Pamplona había hasta cuatro niños por cuna. Una cifra pequeña si se tiene en cuenta que en otros centros del Estado esta cifra se elevaba a doce. Por eso, no era de extrañar que los internos enfermaran. La falta de medios hacía que los menores vivieran hacinados, sucios, hambrientos, totalmente descuidados.
""El medio mejor para hacer buenos a los niños, es hacerlos felices", escribió Oscar Wilde. A la vista de estas crudas revelaciones, no fue el caso de estos niños, ciertamente.
La mayor tasa de supervivencia se daba en los más pequeños que eran acogidos por nodrizas de fuera de Pamplona y se criaban en el campo. Muchos de los que no tenían esa suerte fallecían antes de los tres meses a partir de su ingreso.
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Afortunadamente, la situación para los pequeños de la inclusa navarra fue mejorando paulatinamente a lo largo del siglo XIX.
¿Y qué ocurría en ese tiempo en Gipuzkoa?
Como ya se ha mencionado, hasta comienzos del XIX, la única Inclusa que existía cerca de Gipuzkoa era la de Pamplona. Con el fin de mejorar la situación de los huérfanos, en 1884 se abrieron por decisión de la Diputación cuatro casas-torno o exiguos locales en San Sebastián, Tolosa, Bergara y Azpeitia, donde se abandonaban a los recién nacidos o a donde se conducían a los expósitos.
Además, desde la mitad del siglo XIX existía una reglamentación sobre los niños abandonados y también había unas juntas dependientes de la Diputación en los partidos judiciales. Pero todo ello no impedía que la mortalidad entre los huérfanos siguiera siendo excesivamente alta.
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La Diputación creó en 1900 una comisión para estudiar la situación de los niños abandonados. La propuesta fue la construcción de una casa en la que atender a los expósitos. Así, en 1903 se inauguró la casa cuna de Fraisoro, en Zizurkil. Fue costeada por la Caja de Ahorros Provincial. La entidad desembolsó unas 500.000 pesetas, toda una fortuna en aquella época. Su primer médico responsable fue José Joaquín Albea, médico de Billabona, que trabajó en el centro de modo desinteresado.
Además de esa casa central de expósitos, había un torno para la recogida de criaturas abandonadas en el Asilo de San José, en San Sebastián, al que también se llevaba leche maternizada de Fraisoro para la alimentación de los bebés cuando no se disponía de suficientes amas de cría. Ese fue el punto de arranque de La Gota de Leche de San Sebastián. Las maternidades fueron desapareciendo o modernizándose a mediados del pasado siglo, en gran medida debido a los cambios sociales y económicos experimentados en la sociedad guipuzcoana.
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¿Qué futuro tenían los niños que salían de la inclusa. Casi todos los que ingresaban en la inclusa la abandonaban casi con lo puesto cuando ya eran considerados 'hombres'. Muy pocos eran los que volvían con sus familias de sangre. Así, en el quinquenio 1886-90 en el Partido de San Sebastián se recuperaron el 4,7 % de los niños. Es significativo que en el caso de Fraisoro, en los años 1932-33 fueron el 11,8 %.
Casi siempre la persona que reclamaba al pequeño era su madre biológical. En la mayoría de las veces continuaba soltera, aunque tampoco faltaba la que había logrado casarse con un hombre pero no tenían hijos. En otras ocasiones, los que presentaban la demanda eran los padres los que reclamaban al hijo después de haberse casado. No faltaban, asimismo, abuelos, ya fuera porque la madre hubiera muerto o desaparecido, y tías de niños ilegítimos. Y, como en las películas de final feliz, hasta hubo casos de niños legítimos que habían sido abandonados por necesidad y miseria, y volvían ahora a su hogar familiar. Pero la verdad es que el mayor contingente de los que dejaban el orfanato era gracias a que habían sido tomados como prohijados por sus nodrizas.
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Los más desafortunados, entre ellos muchos menores débiles mentales, paralíticos, sordomudos o afectados por otras taras y enfermedades no eran sacados a criar o eran devueltos por sus nodrizas al hospicio, lo mismo que niños o niñas con un proceder rebelde o contestario con las normas impuestas.
El futuro de los que abandonaban el centro era incierto. Debían buscarse la vida en un mundo que apenas conocían, ya que habían pasado la mayor parte de su existencia encerrados entre cuatro muros, sin apenas comunicación con el exterior. En general, las chicas se colocaban en el servicio doméstico y los chicos en variados oficios, todos ellos de lo más humilde de la escala sociolaboral. u optaban por el servicio militar.
En la actualidad la Diputación es la entidad pública responsable en Gipuzkoa de la protección de la infancia y la adolescencia que se encuentra en situación de desprotección social grave o desamparo, conforme al marco competencial autonómico de servicios sociales.
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