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Arantxa Aldaz
Sábado, 8 de octubre 2016, 11:27
«No quiero ser una carga para mis hijos». Esa declaración de intenciones que se escucha en muchas casas cuando se asoma la vejez recorre también el estudio que ha realizado la Obra Social La Caixa, bajo la dirección científica de la Fundación Matía, para indagar en un problema al que se enfrentan todas las familias: cómo queremos ser cuidados en una situación de dependencia. El informe 'Cuidar como nos gustaría ser cuidados', para el que han entrevistado a más de 4.000 personas mayores de 18 años en toda España -312 vascas-, revela un cambio social. «Las personas mayores de sesenta años tienen hoy posibilidades de construir un proyecto de vida nuevo o continuar su itinerario vital para los próximos treinta años. La esperanza de vida se lo permite. Por lo tanto, ejercen su capacidad de elección, su autonomía», introduce Mayte Sancho, directora científica de Matia Instituto Gerontológico.
¿Cómo le gustaría ser cuidado si algún día sufre una situación de dependencia? ¿Quién prefiere que le cuide? ¿La familia? ¿Los servicios públicos o privados? ¿Los amigos? ¿Dónde le gustaría vivir en caso de necesitar ayuda? Son algunas de las preguntas sobre el proceso de envejecimiento que ha planteado la fundación y que se exponen en el marco del Día Internacional de las personas mayores que se celebró ayer. Las respuestas han demostrado nuevas inquietudes dentro de esa compleja realidad que son los cuidados. Las personas mayores defienden, ante todo, su autonomía. La tendencia apunta a que la persona se haga responsable de su propio proceso de envejecimiento y dependencia, una herramienta que también se impulsa desde las administraciones públicas. Pero llega un punto en que la necesidad de recibir cuidados externos se hace irremediable.
La familia, primero
¿Quién prefiere que le cuide llegada esa situación? La primera respuesta es la familia, el pilar fundamental, luego son mencionados los servicios públicos y privados, y en tercer lugar las personas voluntarias. Entre las generaciones más jóvenes, se da mayor importancia al papel de de los servicios públicos, y se relega a la familia al tercer lugar. Para estas generaciones, el apoyo de la comunidad, como son los amigos y vecinos, es más relevante que para los de más edad, concluye el informe. Cuando se pregunta a los encuestados por el lugar donde les gustaría vivir en caso de sufrir una dependencia, la respuesta mayoritaria es en su propio hogar (42,3%). En segundo lugar aparece la residencia para personas mayores (28,6%) y, a mucha distancia, un hogar adaptado (7,4%). El rechazo a vivir en casa de los hijos es casi del cien por cien. Solo un 4,5% de los encuestados manifiesta esta preferencia.
Pero se si cruzan las respuestas en función de la edad, se observa un interesante comportamiento, destaca el informe. Las personas más jóvenes y las más mayores son las que más se plantean esa posibilidad (8%), mientras que las generaciones intermedias, y sobre todo las de entre 55 y 74 años, solo eligen esta opción en un 2% de los casos. Es decir, las personas más cercanas a la edad de la vejez rechazan la idea de trasladarse a vivir a casa de los hijos en caso de necesitar ayuda.
«Precisamente porque hoy la autonomía es un valor social en alza, vivir con los hijos es un indicador de dependencia no deseado», interpreta Mayte Sancho. ¿Es verdaderamente un cambio de mentalidad o se resignan a una realidad sociodemográfica que se impone? «Las personas que envejecen incorporan los cambios sociales y culturales de las sociedades en las que viven. La familia extensa se extinguió hace años. Las generaciones viven en hogares separados y mantienen vínculos afectivos muy estrechos. No es tanto una cuestión de rechazo, sino de adaptación a la realidad social que vivimos hoy todas las generaciones», responde Sancho.
La Ley de Dependencia, que garantiza ayudas económicas para recibir los cuidados en casa, y la familiaridad con la que ya se mira a las personas que contratan a cuidadores apuntalan esta tendencia de preferir mantenerse en el propio hogar el mayor tiempo posible. En este aspecto concreto, Sancho reclama «un modelo de atención domiciliaria mucho más flexible, con un abanico amplio de servicios de proximidad, y garantizando una atención integrada desde la coordinación de servicios: sanitarios, sociales y otros».
Generación irrepetible
La incorporación de la mujer al mercado de trabajo y el envejecimiento de la población que se viene encima como un alud de nieve -la población de más de 65 años se duplicará para 2050- también influyen a la hora de aceptar este nuevo modelo. La generación actual de cuidadores es irrepetible, advierten los expertos. La mayoría son mujeres. Han cuidado de sus hijos, han trabajadado, ahora que están jubiladas cuidan de sus padres ancianos y también echan mano con los nietos. «Las mujeres cuidadoras (y también los hombres aunque en menor medida) afrontan una tarea ingente tanto por su intensidad como por el tiempo que dura la situación de dependencia, que actualmente supera la década en muchísimas ocasiones. Esa experiencia condiciona y altera sus vidas, a veces definitivamente. Por eso no desea esa experiencia para sus hijos», reflexiona la directora científica de Matía.
Este esquema tradicional se asoma a una situación «insostenible». La confluencia de varios factores, como son el cambio del tipo de cuidado (aumenta la demanda de larga duración por enfermos crónicos), una generación de potenciales cuidadores menos extensa, la incorporación de las mujeres al estudio y al mercado de trabajo, y la asimetría en la adaptación de los hombres en las nuevas demandas de cuidado, entre otros, obliga a la reflexión, advierte la socióloga María Ángeles Durán, en una de sus numerosas investigaciones sobre el trabajo no remunerado.
La conclusión del informe de La Caixa apunta a la misma dirección. Ha cambiado la familia y deberá hacerlo el modelo de cuidados. «En paralelo al aumento de la esperanza de vida, se ha multiplicado la participación de las mujeres, principales pilares del cuidado familiar hasta ahora, en el mundo laboral. La consecuencia de esta realidad es la necesidad de transformar el sistema de los cuidados», remarca el informe. Tomar decisiones a tiempo, antes de que aparezca la dependencia, facilitaría las cosas. «Es uno de los elementos clave para el buen envejecimiento de las personas», destaca el informe. Pero sigue habiendo «un rechazo implícito a hablar de la dependencia y de la potencial necesidad de recibir cuidados, que nadie desea», apunta Sancho.
Afrontar ese futuro permite, sin embargo, tomar medidas que pueden minimizar la necesidad de cuidados, o el menos organizarlos mejor: la vivienda, su accesibilidad, la dedicación de la familia, e incluso la necesidad de ahorrar para completar la provisión de servicios y atención desde el sistema de protección social, enumera Sancho. En resumen, necesitamos cambios en profundidad en nuestro modelo de producción y reproducción que hagan posible una sociedad que reconozca los cuidados, más justa, más responsable. Más solidaria», reivindica la experta.
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