Los refugiados que nunca llegan
En octubre iban a arribar de forma inminente. En mayo la sensación es de tomadura de pelo ante una situación que no resiste el mínimo test sobre respeto a los derechos humanos
Ana Vozmediano
Sábado, 14 de mayo 2016, 12:55
Es lo que tienen las imágenes y la telerealidad. Ver una cosa tan chiquitina como el cuerpecillo de Aylan tumbada en la playa removió lo más íntimo del corazón de millones de hogares europeos sin que los gobernantes europeos sopesaran que había que poner vallas a tanta sensación de espanto. Daban ganas de coger al pequeño, acurrucarlo en brazos con una manta y meterlo en una cama caliente hasta que se levantara sonriente. La solidaridad estalló por todas partes y ante la emoción popular, esos mismos altos cargos de una Europa que se fotografió feliz decidieron reunirse una y otra vez para determinar cuántos refugiados acogerían en cada estado, en cada país.
Había comenzado un espectáculo con share, el de «yo 1.800», «pues yo 1.500», «oye que a ver si van a ser muchos», «por sitio no va a ser» y «este Viejo Contiente sabe lo que es el drama de los desplazados en sus propias carnes».
El gobierno de Mariano Rajoy no quiso escapar de una foto que, teniendo en cuenta las afirmaciones de un valor en alza del PP, el ex alcalde de Vitoria, Javier Maroto, delataba una presencia en la imagen más bien forzada. El Gobierno Vasco aceptó acoger a quienes le correspondieran por cupo, la Diputación guipuzcoana movió ficha y llegó a pedir a la ciudadanía que albergase en sus casas a algunos sirios o afganos. Los ayuntamientos presentaron sus ofertas a la entidad foral.
Ruedas de prensa, reuniones con la ciudadanía, declaraciones de solidaridad y, detrás del escenario, esa parte de la ciudadanía que es reacia a que cualquier tipo diferente entre en su vida, «que luego son todos unos asesinos y ponen bombas en París». Parece que los mandatarios europeos no tenían en cuenta a esta parte oculta del show, pero cuando el ciudadano se convierte en votante, pensaron una vez más, más vale sacar las vallas y dejar a los de siempre, a las ongs se supone, realizar tareas humanitarias para que no se nos mueran muchos. Que muchos aylanes acaban aburriendo a la audiencia casi tanto como los lamentos de Mila Ximenez en Supervivientes. Como decía Celia Villalobos en unas declaraciones tan ñoñas que ni siquiera llegaban a ser racistas: «que no se ahoguen en el mar, pero a mí que no me los traigan».
Ha dado en el clavo. Desde octubre tenemos las camas hechas, centenares de personas dispuestas a ayudar a los que vengan y, además, controlamos a aquellos que se quedan en una situación denigrante en muchos casos, en campos de concentración donde reina el hambre y en los que la deshidratación amenaza con sustituir al frio.
La última entrega, parece que para alimentar un capítulo más de esta telerealida es que van a llegar a San Sebastián 24 personas, al parecer, distribuidas en cinco familias. Los dirigentes locales se encogen de hombros con un punto de desesperación. «Tal vez ni siquiera lleguen». De momento, nadie sabe nada.
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