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Ane Bergara
Lunes, 3 de febrero 2025, 09:54
Cada 5 de febrero es el día de Santa Águeda, aquella virgen y mártir siciliana del siglo III considerada protectora de las mujeres y patrona de las enfermeras y de la fertilidad. Como otras muchas fechas señaladas en el calendario santoral, este día se celebra con muy diversas tradiciones que van desde las procesiones hasta cantar en la víspera coplas con las makilas. ¿Y es que quién no ha entonado nunca el popular «Zorion, etxe hontko denoi! Oles egitera gatoz…».
Y, como toda veneración, esta también ha encontrado una vertiente gastronómica, a pesar de que esta apenas se conozca ni se practique en Euskadi. Se trata de las 'tetas' o 'teticas' de Santa Águeda, un dulce que se consume cada 5 de febrero en diversos lugares del Estado, con especial popularidad en la zona de Aragón y en la ciudad zaragozana, donde las pastelerías y obradores las preparan y venden desde hace muchos años.
Hablar de las 'tetas' de Santa Águeda es hacerlo de un dulce que recuerda a la forma del pecho. También conocidas como reliquias de Santa Águeda, son unos bollos rellenos de nata o de trufa que se presentan parcialmente cubiertos de chocolate y coronados por una guinda (simulando el pezón).
Aunque se ha hablado de este tradicional dulce como propio de Zaragoza, lo cierto es que Santa Águeda, al ser una virgen siciliana, también se celebra en su oriunda Italia. En el país transalpino elaboran diversos postres en su honor, entre los que cabe destacar la versión italiana de las 'tetas': minne di Sant' Agata. Se trata de un bizcocho borracho, relleno de queso ricota, cubierto con un glaseado blanco y coronado por esa cereza que vuelve a simular el pezón de la santa.
Fallecida el 5 de febrero del año 251, Santa Águeda fue una joven que negó sus favores a un procónsul siciliano, quien mandó torturarla y mutilar sus pechos en venganza. Así lo recogen los escritos de la época, que también cuentan que el primer aniversario de su muerte coincidió con la erupción del volcán Etna.
Con la lava descendiendo hacia Catania, los ciudadanos se encomendaron al recuerdo de dicha joven para que detuviese el fuego que amenazaba sus vidas y protegiese la ciudad. La lava se detuvo a las puertas de dicho territorio, y como gesto de agradecimiento los ciudadanos comenzaron a preparar y consumir estos dulces, una tradición que se ha mantenido hasta casi dos milenios después.
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