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Juego de compensacionesLa elección de los alcaldes socialistas de Barcelona y Vitoria con el respaldo del PP para que no ganasen los independentistas de Junts y de ... EH Bildu constituye un movimiento de compensación política con el que los populares de Alberto Núñez Feijóo, asustados por la orientación radical que proyecta su pacto con Vox en la Comunidad valenciana, intentan equilibrar la balanza. El presidente del PP juega al despiste con su versatilidad. Hace una operación 'de Estado' en Barcelona, con la que de paso intenta resquebrajar la entente estratégica entre Sánchez y los soberanistas, mientras en Euskadi el PSE, el PNV y el PP construyen un dique de contención frente a EH Bildu que tiene perspectiva de largo plazo. Y en Navarra, la decisión del PSN de cerrar el paso a EH Bildu a la Alcaldía de Pamplona demuestra que se trata de una materia altamente inflamable que aún quema.
En todo caso, tampoco podemos perder vista el movimiento global que se ha producido en el tablero español tras el 28-M con un giro conservador que tiene visos de asentarse. La escenificación del pacto PP-Vox en Valencia se le ha ido de las manos a Feoijóo al exhibir un marco ideológico predominante, una mezcla de populismo y versatilidad, que complicará a medio plazo la estrategia al centroderecha al interpelarle, por ejemplo, sobre las políticas de igualdad y contra la violencia de género y al encender una mecha en el feminismo social de consecuencias imprevisibles. Los pactos autonómicos y municipales PP-Vox han confirmado el final de la inocencia para muchos. Feijóo arriesga mucho al sellar con una insólita celeridad este acuerdo en la Conunidad valenciana que puede ser un anticipo de lo que viene. El PP lo tiene claro. Según su tesis, Vox no asusta ya en la sociedad española y menos entre su electorado.
La derecha está muy crecida y envalentonada y a la izquierda le cuesta sacudirse el desánimo. Las municipales han abierto el ciclo del cambio. Esa es su tesis. En su opinión, Sánchez se equivocaría si lanzase de nuevo la campaña del miedo. No le va a funcionar. En Andalucía, Moreno Bonilla sacó la mayoría absoluta porque una parte del electorado interpretó que la fórmula más eficaz para evitar que Vox llegase al Gobierno era concentrar el voto útil en el centroderecha.
No sabemos lo que va a ocurrir el 23-J más allá de las conjeturas. Quizá una parte de la sociedad se movilice para frenar la llegada de Vox. O bien en torno al PP, o bien alrededor de Sánchez. España es una democracia liberal imperfecta, como todas. Vox representa una ruptura que va más allá del populismo y que no solo es una quiebra en el discurso de moderación de Feijóo. Cristaliza la implosión en una parte de la derecha sociológica, que siente miedo e inseguridad ante los cambios sociales y culturales del siglo XXI. Surge como un fenómeno reactivo, reaccionario en el sentido literal del término. Es una corriente antipolítica que pone en cuestión la hegemonía cultural del mundo liberal, que no entiende la sociedad contemporánea como fruto del consenso y del pacto entre intereses diferentes. Representa un sentimiento anacrónico, que se envuelve en la bandera del orden tradicional, que hunde sus raíces en el nacionalismo, en el mito, en una Europa blanca y cristiana, y en una idea de España de identidad monolingüe. Ese es su trasfondo ideológico en una sociedad envejecida y, a la vez, diversa, y que tiene miedo al futuro. Quizá ya no provoque el pánico pero no podemos ignorar lo que es ni los peligros que encierra.
Su problema real no es solo su llegada a los gobiernos ni la rutinización de sus mensajes faltones y agresivos. El conflicto es que esta 'guerra cultural' por esta nueva 'Restauración' de 'valores' influye en los demás y coloca sus piezas en el debate público. Bien sea mediante la supresión de la referencias a la violencia de género y su sustitución por el término 'violencia intrafamiliar', Ni su empeño en imponer el 'pin parental', como ha ocurrido en el programa PP-Vox de Valencia. Ni su apuesta por la demolición a plazos del Estado autonómico. No es un problema de lenguaje ni de marcos ideológicos. Ni siquiera de que Sánchez no ha debido en ningún momento regalar el concepto de España a la derecha. Ese puede ser su mayor error. Pero Vox representa una apuesta regresiva que empieza a calar en ciertos sectores, por ejemplo entre las nuevas generaciones, que 'compran' el producto por su simplicidad. La dialéctica amigo-enemigo es siempre más fácil que la gestión de la complejidad. La visceralidad ganará la batalla a quienes buscan la empatía en el otro. En el teatro de la retórica, los duros frente a los blandos, la testosterona como válvula de escape. El poder anclado en el mito, en la historia, en el supremacismo, y no en el pacto ni en el consenso.
Es necesario tener claro este fenómeno disruptivo cuando analizamos la rapidez con la que se van a formar nuevas mayorías. Se dice que el asunto está ya muy amortizado, que la hostilidad que despiertan los acuerdos de Sánchez con EH Bildu o ERC son bastante mayores. Por eso las consecuencias de 'blanquear' a Vox no son en absoluto inocuas. Embarcarse en este viaje con semejantes compañeros de aventura es una opción apresurada que solo se explica por el ansia irrefrenable de llegar al poder, pero que va a dejar una honda división que costará mucho tiempo restaurar. Y coloca a la derecha constitucional y a la izquierda moderada ante un espejo que condensa su dilema. Vox no es el 'lobo feroz' del cuento, pero simboliza la política feroz por muchos prejuicios que hayan caído desde lo más alto.
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