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En el centro, Alonso batalla contra el fuerte viento de San Sebastián que puso en jaque a la ciudad, junto a parte de su equipo.
Contra viento y marea

Contra viento y marea

Entre mitin y sesión fotográfica, Alonso le sonrió a una galerna donostiarra

AINHOA MUÑOZ

Martes, 20 de septiembre 2016, 06:54

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La bahía de San Sebastián le brindó hace 20 años esa brisa capaz de inmortalizar cada instante. Quizás, reconoce, es la ciudad más bonita que haya visto jamás. Ni siquiera un temporal puede apaciguar los sentimientos que se le desatan cada vez que observa La Concha desde que en 1996 se casase con una donostiarra.

Una estimulante tormenta de verano en medio de su campaña electoral hizo que Alfonso Alonso batallase contra la velocidad de un viento que puso en jaque a San Sebastián. «Es maravilloso, qué preciosidad», reconocía admirado, agazapado en un soportal, mientras celebraba una galerna que le empañó, no sólo sus gafas, sino su pose electoral.

No había manera de ver por ninguna parte al político trajeado que semanas antes dejaba su cargo de ministro. El candidato a lehendakari del PP corrió bajo la lluvia, le sonrió a aquella estúpida situación y atravesó un Boulevard obstruido por un árbol caído mientras otra tromba de agua le ayudaba a disfrutar de un impás en su agenda electoral.

Es martes trece. El despertador de Alfonso Alonso suena a las 6.30 de la mañana. Si por él fuera, se quedaría remoloneando entre las sábanas hasta que el pequeño Juan, de siete años, le requiriese cualquier necesidad. Jaime, Javier y Alfonso, junto a su mujer Beatriz, conforman el resto del núcleo familiar que agradece la vuelta de Alfonso a su hogar. «Contrariamente a los demás candidatos -reflexiona- veo más a mi familia ahora que antes». Y él sonríe. Una taza de café mientras lee al detalle la prensa en un iPad es el primer 'chute' de energía del popular para soportar la jornada maratoniana que aún le queda por enfrentar.

Son las 11.30 y hoy le toca defender en Donostia, junto a su amigo y compañero Fernando Martínez-Maillo, el proyecto del PP para favorecer el empleo en Euskadi. Pero Alonso no quiere papeles, un guión bien armando en su cabeza hacen el honor de respaldar lo que sus allegados dicen sobre él: el candidato popular tiene una memoria prodigiosa, y un gran sentido del humor del que hace gala cada vez que se baja de un atril.

Las promesas electorales dejan paso a un hombre corriente -un tipo dialogante y disfrutón-, que observa con preocupación cómo el Tribunal Supremo imputa a Rita Barberá por supuesto blanqueo de capitales, pero él se desmarca rápidamente de la continuidad de la exalcaldesa de Valencia en el Senado como representante del PP. Un revés más contra su partido. Pero él debe continuar.

La conversación para protagonizar esta página se conforma en un coche con escoltas, a caballo entre su primer mitin del día en San Sebastián y la reunión diaria para trabajar la campaña junto al resto de sus colaboradores en Vitoria. En medio, una sesión fotográfica y una charla digital para este periódico engordan un poco más la rutina diaria en la particular carrera de Alonso para alcanzar la Lehendakaritza. No hay momento para el descanso: «¿Y mañana que tenemos?». Su fama de 'currela' le hacen anticiparse a cada paso que aún le quedan por dar. «Vamos siempre un poco 'pillados' y me gusta tenerlo todo organizado», confiesa.

Una chuleta y un futbolero

Alonso carga con el estigma de un alavés en territorio guipuzcoano. Sus compañeros de partido Sémper, Cano y Gómez le esperan en la '31 de agosto' para degustar una buena comilona. Chuleta, anchoas rebozadas y revuelto de hongos dibujan parte del ágape en uno de los lapsos del día donde está prohibido hablar de política. Un buen crianza armoniza el resto.

El dirigente popular se regocija en el triunfo de su equipo, el Alavés, contra un Barça y un Camp Nou que tenía ya la mirada puesta en la Diada. Se recuerda con cariño al obispo de Vitoria recientemente fallecido y de 'Pichichi', uno de los futbolistas legendarios del Athletic Club. Incluso se menciona la llamada «del jefe», enclaustrado en su Galicia natal para hacer acto de presencia en las elecciones vecinas. Pero Alfonso quiere fumar. Antes de dar por finalizada la comida, pregunta directo a su responsable de prensa: «¿Qué ha pasado en el mundo?». En pocos minutos hace repaso a los discursos de sus adversarios. Mejor tener amarrado un buen argumentario para poder replicar, siempre por si acaso.

Son las cuatro de la tarde, a la salida de La Viña, el viento empieza a soplar en una Parte Vieja que ve volar de pronto carteles y servilleteros. Entonces empieza la carrerilla. ¿El desenlace? Alfonso Alonso corre bajo la tormenta y acaba convirtiéndose en un candidato pasado por agua.

Por la noche, le «hago un mitin a mi mujer» -«¡qué va!»-; se acurruca junto a ella en el salón para hablar sobre los dientes que se le han caído a Juanito. Un repaso a los discursos de mañana ultiman una jornada para, por fin, desconectar. Llega el escritor Julian Barnes con su 'Shostakóvich, entre el arte y el poder' para después apagar las luces y, en apenas seis horas, volver a poner en marcha unas manecillas del reloj que cada día marcan más cerca el 25-S.

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