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Gloria Agirre muestra en Aizarna una de las raquetas con las que jugaba en Madrid.
La raquetista que revolucionó Aizarna

La raquetista que revolucionó Aizarna

Gloria Agirre jugó como profesional durante dos décadas en Madrid

ENRIQUE ECHAVARREN

Martes, 2 de junio 2015, 20:53

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«Tendría yo unos tres años cuando el alcalde me regaló una raqueta y hasta hoy», recuerda Gloria Agirre 'Txikita Aizarna', cuya biografía es una enorme caja de sorpresas. Merece la pena prestarle un poco de atención. «En mi casa siempre ha habido mucha afición a la pelota. Mi padre, Julián, jugaba a mano. Y yo estaba todo el día metida en el frontón. Estaba justo delante de la casa en que nací. Era un frontón típico de pueblo, con una pared izquierda pequeñita. En aquella época muy pocas mujeres, por no decir ninguna, jugaban a pelota en Aizarna. Yo era la única y lo hacía contra los chicos. Estábamos jugando a pelota hasta que se hacía de noche», rememora.

Coqueta, elude con diplomacia referirse a su edad «cuando pasas de los setenta ya dejas de contar hacia adelante». Pero fue con 18 cuando decidió dar un paso definitivo en su vida. «Quería seguir jugando a raqueta, tener continuidad, pero en Euskadi no existía esa modalidad, no había competiciones. Me comentaron que había frontones en los que las mujeres jugaban a raqueta como Madrid y Barcelona, pero también en México y Cuba. Y decidí lanzarme a la aventura».

«No fue una tarea sencilla, dejar a esa edad Aizarna, un barrio de Zestoa, para acabar en Madrid -añade-. Tuvo que venir el empresario del frontón a casa para convencer a mis padres para que me dejasen ir allí a jugar a raqueta. Me costó Dios y ayuda».

Cuando llegó a la capital se encontró con un mundo que desconocía por completo. «En aquellos tiempos existían en Madrid siete frontones en los que las mujeres jugaban a pelota, pero también había frontones en Tenerife, Valencia, Barcelona. Fíjate cómo eran las cosas que cuando llegué había 50 mujeres jugando a pelota en Madrid. Desafortunadamente, con el paso de los años, la oferta se fue reduciendo únicamente a Madrid y Barcelona».

Pasó a formar parte del cuadro de raquetistas del frontón Madrid. «Ese era el frontón donde jugábamos habitualmente. ¿El Recoletos? Ese estaba en la zona pudiente y el nuestro en una más modesta. Allí se jugaba sólo a herramienta».

Y, poco a poco, comenzó a progresar. «Al principio ganábamos para vivir, pero cuando ibas subiendo de nivel y con el paso de los años el sueldo aumentaba, pero no ganábamos como Messi. Eso te lo aseguro», bromea. «Es un deporte muy bonito y vistoso. Para las recién llegadas como yo jugar contra raquetistas tan buenas como Txikita de Anoeta, Agustina, Irura, Soroa y las hermanas Anita y Victoria era la repera. Eran figuras de la modalidad. Siempre daban espectáculo».

Otros horizontes

Ellas firmaron la época dorada de la pelota femenina en Madrid. «Era tanta la afición que había que la empresa tenía diez corredores de apuestas en nómina. Viajaban todos los años a Cuba y México y se ganaban un buen dinero».

Haciendo gala de una buena memoria declara que «yo llegué en los últimos años buenos. Aquello iba cada vez a peor, pero aún así me mantuve veinte años como profesional». No quedaba otra opción que buscar también otros horizontes. «Vi la oportunidad de compaginar la pelota con los estudios. Era joven y quería aprovechar el tiempo. Me apunté a la facultad de Farmacia. Conocí la Universidad. Imagínate, una chica de Aizarna entrando en aquel sitio. En aquellos tiempos no había tantas oportunidades para las mujeres como ahora. Imperaba el machismo. No estaba bien visto...».

Como siempre, tiró hacia adelante y consiguió la licenciatura no sin mucho esfuerzo. Comenzó a trabajar en una farmacia en Madrid, compaginando su horario laboral con los partidos. Eso duró hasta que la empresa que regentaba el frontón Madrid tuvo que cerrar acuciada por las deudas. Gloria decidió entonces volver a casa. Estuvo cubriendo bajas y durante varios años como farmacéutica adjunta en Azpeitia. Hasta que le llegó la hora de dejar paso a los jóvenes.

Sigue residiendo en su Aizarna natal junto a sus hermanos, pero nadie ha decidido seguir sus pasos. «Mis sobrinos juegan a pelota, pero lo hacen para pasar el rato», apunta. Coge la raqueta muy de vez en cuando «mucho menos de lo que quisiera porque, lamentablemente, cuesta mucho encontrar gente para jugar». Aún así mantiene viva la afición. «Cada vez que recuerdo los años que viví en Madrid me entra mucha nostalgia. Da pena cómo ha desaparecido la afición que había a la pelota».

Y no reniega de la decisión que tomó en su día. La llamada de la raqueta cambió su vida para siempre. «Yo fui un caso especial...», dice. La raquetista que revolucionó Aizarna.

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