Ángela, Andrés y Efrén posan de pie con Ander subido a un monoplaza. Lobo Altuna

Los Vilariño, una saga con gasolina en las venas

Andrés, Ander y Ángela conforman una trilogía, junto a Efrén Vázquez, ligada al mundo del motor que ha dejado huella en las curvas más exigentes de Europa

Xabier Manzanares

San Sebastián

Domingo, 27 de julio 2025, 00:06

Entre el olor a neumático y el sonido de los motores de los karts al pasar por las imponentes curvas del circuito de Olaberria, sigue ... vigente una generación llena de éxitos ligados al mundo de las cuatro ruedas: la trilogía de los Vilariño. Todo comenzó con Andrés Vilariño, artífice de la mayor representación guipuzcoana en el ámbito del automovilismo. En su época dorada, cuando los motores rugían con fuerza, las condiciones de seguridad estaban muy lejos de las actuales y competir dentro del coche era sinónimo de valentía, Andrés se convirtió en una auténtica estrella al volante. Lo que entonces no podía imaginar el más veterano de la familia era que su apellido seguiría apareciendo, una y otra vez, en las imágenes de los podios más prestigiosos del mundo del motor. Ander y Ángela, hijo e hija del autor de tantos kilómetros por los circuitos más emblemáticos del mundo, completan una familia que, aunque esté retirada de la competición, continúa ligada al rugido de los coches.

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Entre otros muchos logros, los tres acumulan un total de 13 títulos europeos. La Nascar Europea, las 24h de Le Mans o los Europeos de Montaña son algunas de las competiciones de mayor prestigio en las que los Vilariño han dejado huella. Entre los trofeos e instalaciones del Karting de Olaberria, esperaba a DV con los brazos abiertos Andrés (Donostia, 1951), el veterano de la familia. «Comencé en este caprichoso mundo desde muy pequeño. A los ocho años ya deseaba conducir un coche y en alguna ocasión incluso pensé en subirme al de mi padre», confiesa el de Hondarribia.

Andrés inició su andadura como copiloto en un Seat 600, y a partir de ahí decidió dar un paso más. Con la ayuda de su mujer se compró un Seat 850. «Mari Carmen Facal también es una de las protagonistas de toda esta historia. Ha hecho mucho por nosotros y le estaré eternamente agradecido», afirma. Formar parte de la élite del automovilismo suena muy bonito, pero también exige saber mantenerse. Como le ocurre a muchos deportistas, a veces lo más difícil es lidiar con uno mismo. «Hubo una época en la que me cansé de ganar. Es duro decirlo, pero es la verdad».

Cuatro campeonatos de Europa de Montaña y dos participaciones en las 24 Horas de Le Mans forman parte de los hitos en los que Andrés Vilariño brilló durante su época dorada. «Tuve una racha increíble en montaña y eso me impulsó a participar en las 24 Horas de Le Mans. La primera vez que competí en el circuito francés fue durante mi mejor momento en montaña, y la segunda, después de haber logrado los cuatro títulos europeos». Parece mentira, pero Andrés participó sin haber visto nunca antes el coche que iba a pilotar: un Porsche 962. «Me acuerdo de que los primeros metros que recorrí con aquel coche fueron bajo una lluvia que provocó la suspensión del Roland Garros. Era la primera vez que veía una máquina semejante», recuerda.

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El apellido Vilariño se mantuvo durante muchos años más en la órbita del automovilismo, especialmente en los circuitos de asfalto, gracias a su hijo Ander Vilariño. «Ander prometía mucho desde muy pequeño. Llegó a competir de tú a tú con pilotos que terminaron participando en las grandes competiciones del mundo del motor», concluye Andrés.

Las curvas le echarán de menos

El palmarés de Ander Vilariño (Donostia, 1979), con siete títulos europeos, no tiene nada que envidiar a ningún otro. «Mi sueño de pequeño era ser como mi padre. Cuando jugaba con los coches, los nombres de los pilotos eran los rivales con los que él se medía en las carreras de montaña», recuerda el mayor de los hermanos. Aunque en sus inicios su objetivo era competir en montaña, fueron los circuitos los que terminaron marcando su carrera deportiva. Acumula un total de tres campeonatos en la Nascar Europea y fue el primer vencedor de la edición inaugural de dicha competición. Además, cuenta con dos títulos europeos de Montaña —en los que llegó a compartir podio con su padre— y dos títulos europeo en el Mundial de Resistencia. «Subirme al podio como ganador de un Mundial de Montaña y compartir uno de los escalones con mi padre fue muy especial. Habría que ver cuántas veces ha pasado eso en la historia de las carreras», explica.

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Su etapa en la Nascar forma parte de la historia del deporte guipuzcoano, ya que el nombre y origen de Ander Vilariño están grabados en el muro de campeones de la competición ubicado en Estados Unidos. «Mi objetivo era ser el primer ganador de la Nascar Europea (2012) y lo conseguí. Lo repetí por segunda vez consecutiva (2013) y después, tras un año en el que me quedé a un solo punto de lograr el tercero seguido, tuve que esperar hasta el siguiente año (2015) para volver a ganar».

Cualquier aficionado al motor entiende que la Fórmula 1 es la competición más prestigiosa del mundo de las cuatro ruedas y Ander estuvo muy cerca de formar parte del exclusivo grupo de los veinte mejores pilotos del automovilismo. «Estuve a punto de llegar a la máxima categoría. Pero en este deporte no basta con ser muy bueno al volante, también es fundamental contar con patrocinadores sólidos que te respalden económicamente». El automovilismo, en ciertas ocasiones, puede ser muy cruel y muchas veces todo depende de estar en el lugar adecuado en el momento adecuado. «En nombre de los Vilariño me gustaría agradecer todo el trabajo que ha hecho con nosotros como mecánico Iñaki Olano», afirma Ander.

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No todo ha sido bonito, y es que el donostiarra sufrió varios accidentes que aún hoy le dejan secuelas. «Uno de los más salvajes me ocurrió en un circuito. Me golpearon por un lateral, hice un trompo y acabaron chocándome de nuevo. El coche terminó partido en dos. Estuve a punto de perder la pierna derecha, de hecho todavía arrastro secuelas», relata el expiloto. También sufrió un grave accidente compitiendo en montaña en Austria. «Son unos segundos borrosos en los que no te acuerdas de nada. De un momento a otro, estás con el coche destrozado fuera de la carretera».

Una mujer rodeada de hombres

Ángela Vilariño (Donostia, 1985) completa una tripleta en la que la vida gira en torno a las carreras. «A mí siempre me ha gustado competir en montaña», manifiesta. En su palmarés, además de una considerable cantidad de títulos estatales, destacan dos trofeos por encima del resto: las conquistas de dos europeos de Montaña (2006 y 2016). «Cuando empecé en el mundo del automovilismo, solía destacar –y mucho— cuando las condiciones meteorológicas eran adversas. Hiciera sol o lluvia, no dudaba en entrenar. En cambio, muchos pilotos con los que me medía se quedaban en casa cuando la pista estaba mojada», confiesa la donostiarra.

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En un deporte en el que predomina la presencia masculina, Ángela no lo tuvo fácil. En más de una ocasión le tocó competir en categorías reservadas para hombres. «Antes no había tantas facilidades como ahora. Hoy en día existen muchas ayudas que impulsan a las mujeres a sumergirse en este mundo. Cuando yo empecé, nos las tuvimos que arreglar nosotros solos», afirma.

Por si no fueran suficientes los amantes del motor en la familia, Ángela encontró el amor en los circuitos. Efrén Vázquez (Bilbao, 1986), expiloto profesional de motos, es el nexo de una unión que hoy en día cuenta con dos hijas. Efrén sigue vinculado al motociclismo y cada vez está más centrado en la formación de jóvenes talentos. La temporada pasada dejó de ser el piloto probador de KTM en Moto 3, poniendo así punto final a su trayectoria en las categorías reinas del motociclismo, donde destacan sus victorias en 2014 en Indianápolis y Malasia. «La escuela de motociclismo que tenemos en el karting de Olaberria está formando a pilotos cada vez más reconocidos a nivel europeo», afirma Efrén.

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La historia de los Vilariño no es solo la de una familia ligada al automovilismo, es la de una saga que convirtió una pasión en forma de vida. Desde que Andrés se subiera a un modesto Seat 600, pasando por los campeonatos europeos de Ander y Ángela, hasta la escuela de motociclismo que hoy impulsa nuevas generaciones en Olaberria, el apellido Vilariño ha sido sinónimo de constancia, talento y amor por la velocidad. Lo que comenzó como un sueño de un niño de Hondarribia terminó por convertirse en una historia que ha dejado huella en las curvas más exigentes de Europa.

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