Cincuenta años de rugby sin interrupción

Como todos los grandes acontecimientos deportivos, el Seis Naciones es un notario de la historia. Las heridas de su tiempo se pueden leer en el palmarés. La última, la pandemia, que obligó a jugar en octubre la edición de 2020. El deporte tiene la capacidad de sobreponerse a todo casi siempre. No siempre. Cuando el balón oval vuele por el aire de Dublín a partir de las 15.15 horas en la primera jugada del torneo de este año hará medio siglo de la última vez que el rugby no fue más fuerte que la historia.

El Seis Naciones de 1972 no se pudo terminar. El 30 de enero se produjeron los hechos que acabarían conociéndose como el 'Domingo sangriento', cuando paracaidistas británicos disolvieron a sangre y fuego una marcha republicana en Derry causando 14 muertos. El 3 de febrero, veinte mil manifestantes destrozaron la embajada británica en Dublín como protesta por los acontecimientos del Ulster. Pocos días después, Escocia se negó a viajar para medirse con Irlanda en el entonces Cinco Naciones, postura que secundó Gales en marzo. La edición se declaró desierta. Era la primera vez que no se podía completar desde la II Guerra Mundial.

En cierta medida, el torneo es una reliquia. Es, por supuesto, uno de los mejores del rugby moderno, un escaparate de vanguardia, y las selecciones destinan sus mejores recursos, pero todo el mundo se esfuerza por conservar su sabor clásico, lo que probablemente mantiene su atractivo en una oferta global de entretenimiento cada vez más competitiva. Por eso, cada año regresan las liturgias y las viejas historias.

Un año después de las negativas de Escocia y Gales a viajar a Dublín, el calendario quiso que Inglaterra tuviera que visitar Lansdowne Road. Hubo dudas. En las cuatro primeras semanas de 1973 se habían contabilizado 18 muertos en los 'troubles'. Y en el viejo estadio dublinés (levantado en 1872, once años antes de la primera edición del torneo), escuchar los himnos no es cualquier cosa. La federación inglesa quería jugar y los jugadores decidieron que se jugaría, no sin antes especificar, en boca de su capitán, John Pullin, que «quien está ahí de pie no es la federación, eres tú».

Inglaterra, en efecto, viajó a Dublín. Fue alojada en el hotel Shelbourne, en Stephens Green, muy cerca de las ruinas de la embajada británica destruida doce meses antes. Había un policía en cada rincón del hotel. Cuando llegó la hora del partido, se produjo uno de esos momentos que perduran en la historia del torneo. Inglaterra salió al campo y todo el público del Lansdowne Road dedicó puesto en pie una ovación al equipo, reconociendo su valentía por viajar. El XV irlandés esperó respetuosamente varios minutos en el túnel de vestuarios a que cesaran los aplausos, para no dar pie a que se confundieran con el recibimiento al equipo local. Ganó Irlanda y en la cena posterior al partido el capitán inglés dejó su sello con una frase: «No seremos muy buenos, pero al menos hemos venido». Pullin murió el año pasado y los periódicos irlandeses le dedicaron amplias y elogiosas necrológicas.

Este año será Irlanda la que visite Londres, el 12 de marzo, en la cuarta jornada. Inglaterra debuta el sábado en Escocia en otro partido mítico, la Calcuta Cup, el enfrentamiento internacional más antiguo de la historia del deporte, que se disputó por primera vez en 1871, un año antes que el mismo duelo en fútbol. Murrayfield, en Edimburgo, cantará una vez más su 'Flor de Escocia', para invitar a los ingleses a que se marchen a casa.

Hoy, los jugadores de la República de Irlanda y los del Ulster siguen jugando juntos con la misma camiseta, el rugby es seguramente el deporte de origen europeo más avanzado y más abierto a los cambios tecnológicos, pero cuando arranca el Seis Naciones a todo el mundo le gusta hablar de la viejas historias, al calor de un pub en Dublín o Edimburgo, en un café en París o en el club de moda en Londres.

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