Adiós a Boris Spassky, el hombre que perdió la Guerra Fría
Derrotado por Fischer en la partida del siglo en 1972 en Reikiavik, el maestro ruso debió exiliarse en Francia tras caer en desgracia en la URSS
Ha muerto Boris Spassky, leyenda del ajedrez y uno de los grandes del deporte mundial del siglo XX. Tenía 88 años. Su talla solo se puede calibrar comprendiendo el mundo en el que le tocó vivir, la Guerra Fría entre las dos superpotencias que dominaban el mundo, Estados Unidos y la Unión Soviética. Había nacido en San Petersburgo, entonces Leningrado, en 1937. Aprendió a jugar con 5 años, en el tren donde escapó del cerco nazi a su ciudad. Aunque antes ya había ganado el campeonato del mundo destronando al legendario Tigrán Petrosián, su lugar en la historia se debe a su enfrentamiento por el título contra Bobby Fischer en 1972 en Reikiavik.
Fue la partida del siglo. Los gobiernos de la URSS y de EE UU imprimieron al duelo un valor definitorio para su lucha por la hegemonía mundial. El joven prodigio americano, Fischer, de 29 años, frente al ruso afable de 36 que debía retener el título que permanecía en manos soviéticas desde 1948. El enfrentamiento trascendió el ajedrez desde antes de la primera partida, tenía todos los ingredientes para entrar en la leyenda, empezando por esa clase de antagonismo personal perfecto sobre el que se levantan las grandes rivalidades. Con un ajedrez directo, imprevisible y agresivo, Spassky; con un juego obsesivo, de precisión estratégica y con un coeficiente intelectual superior al de Einstein, Fischer.
Dos heterodoxos
Pero lo más atractivo del enfrentamiento, lo que lo elevó a la categoría de mito, fue que la URSS y EE UU habían puesto su prestigio en manos de dos genios heterodoxos. Ninguno se ajustaba a los valores de su superpotencia, más bien encarnaban todo lo que detestaban. Spassky no era comunista ni ateo y se sentía ruso antes que soviético. Era sociable, culto y bohemio. Fischer, en las antípodas del estereotipo del afable norteamericano, era un solitario falto de habilidades sociales, lo que le inhabilitaba como embajador de nada, y menos que nada, del sueño americano. El ruso tenía una aproximación relajada al ajedrez; la del americano era obsesiva. Pero su magisterio les hacía poco menos que intocables...
Poco menos. Ganó Fischer 12,5 a 8,5 y Spassky fue recibido como un traidor en Moscú. Cayó en desgracia, pero su fama le permitió llegar a un acuerdo con el Kremlin para exiliarse en París con su novia francesa. El peso de la derrota en la Guerra Fría hizo que su juego no volviera a ser el mismo, pero no se fue sin antes dejar un último registro de su genialidad. Su canto del cisne llegó en 1973, cuando en el Campeonato de la URSS batió a tres campeones del mundo (Petrosian, Tal y Smyslov) y a un prometedor Anatoli Karpov para hacerse con el título. Luego partió a París. Reapareció en Moscú en 2012 de forma misteriosa.
El campeonato del mundo de 1972 se decidió tras 21 partidas agotadoras, durante catorce semanas que tuvieron paralizado Reykjavik y medio mundo. El 1 de septiembre Spassky claudicó y lo hizo con elegancia y deportividad. Ambos tuvieron un reencuentro decadente en 1992, cuando se citaron en Yugoslavia a pesar de las sanciones por la guerra. Fischer murió solo en 2008, enfermo, exiliado en Islandia, despojado de la ciudadanía americana. Este jueves se ha ido su gran adversario. «Generaciones de jugadores de ajedrez han estudiado y estudian sus partidas y su obra», dijo el presidente de la Federación Rusa de Ajedrez, Andrei Filatov. Se quedó corto. Se estudiará su vida para entender un mundo que ya no existe.
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