Borrar
Eibar.
¡Gané al ta-te-tí!
Fútbol

¡Gané al ta-te-tí!

El guitarrista Igor Paskual ofrece su visión de la última final de la Liga de Campeones

IGOR PASKUAL

Miércoles, 28 de mayo 2014, 19:30

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

La imagen de Cristiano Ronaldo celebrando su gol portugués sin camiseta como si fuese a ir a la Guerra de Troya es el resumen perfecto del actual Real Madrid. Arrasador, arrollador, fuerte, victorioso y descomunal. En resumen, grande pero sin grandeza. Me recuerda a una tira muy especial de Quino, el creador de Mafalda y reciente Premio Príncipe de Asturias de Comunicación u Humanidades, en la que Manolito, el hijo del tendero, está gritando a los cuatro vientos: ¡Gané al ta-te-tí! ¡Gané al ta-te-tí!, lleno de emoción, absolutamente embriagado por la victoria, henchido de felicidad. A todos los que se encuentra por su camino, les dice lo mismo: ¡Gané al ta-te-tí!. Hasta que en la última viñeta vemos a su rival: sentado solo frente a un tablero de tres en raya está Guille, un bebé con chupete. No es que menosprecie la victoria del Madrid. Ni mucho menos. Pero sí conviene relativizarla, ponerla en contexto y valorar qué precio ha pagado por ella. Y no hablo exclusivamente en términos económicos; puede que, a la larga, se trate de una victoria pírrica, de esas que te quitan mucho más de lo que te dan.

Para la posteridad y desconsuelo de muchos madridistas, quedará el saludo de amiguitos del alma te quiero mogollón entre Florentino y Aznar, metáfora perfecta de la connivencia entre poderes públicos y poderes privados, esa relación necesaria para lograr los atajos, contactos y prebendas que abren las puertas de la financiación de una plantilla pagada a precio de diamante. La iconografía del Madrid deja a la gente, a su gente, en un segundo plano. La grada ya no es la protagonista. Y, a veces, tampoco lo son los jugadores. Ocupan los planos tipo Ciudadano Kane el presidente, las altas esferas, las cifras de los records, los millones y un apabullante despliegue mediático. No hay nada menos coral y participativo que un himno interpretado por Plácido Domingo, que es la voz entre las voces. Sin embargo, el Atlético de Madrid, con una quinta parte del presupuesto de sus últimos rivales (el Madrid, pero también el Barcelona y el Chelsea), ha salido victorioso. Ha pasado de ser un club que no hace tanto vivía episodios turbios de corrupción y matonismo ibérico a quedar totalmente reforzado en su capital emocional.

Gente que despreciaba al Atlético ahora muestra sus respetos, como los periodistas que dieron un aplauso a Simeone en la rueda de prensa final de Lisboa. Le ha cambiado la cara al club, a la institución. Al hincha, en el fragor del partido, estas cosas le dan absolutamente igual y sólo quiere la victoria a toda costa (valga la ironía) porque, a veces, que gane tu equipo es el único triunfo que te llevas tras la derrota constante de la vida cotidiana. Pero, después de los cañonazos y el recuento de heridos, hay que hacer balance con cierta serenidad. No puede olvidarse que el Atlético (y es posible que también la Selección) perdió por lesión a sus dos mejores hombres al pelear por la Liga, una competición despreciada en las últimas jornadas por el club blanco en una alarmante dejadez de funciones.

A cada talento le corresponde una responsabilidad. Y a cada presupuesto una obligación moral. El éxito de esta temporada, la décima, se debe en gran parte a la gestión de Ancelotti. No es un entrenador revolucionario en lo táctico y, de hecho, si no llega a rectificar con esos dos cambios, se le hubiese escapado la final. Pero su gran labor consiste en manejar con naturalidad un entorno desnaturalizado y llevar con tesón, paciencia y cierto cariño a un grupo de futbolistas jóvenes aunque sobradamente millonarios. Lo anormal es lo normal.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios