Secciones
Servicios
Destacamos
DAVID S. OLABARRI
Sábado, 17 de marzo 2018, 09:17
«Lo que hay que hacer para salir en primera página del periódico», bromea Francisco cuando un amigo le muestra la fotografía en la que aparece herido en el suelo. Antes de recibir el alta en la mañana de este sábado, este hombre, vigilante de seguridad de 56 años y padre de dos hijos, atendía a este periódico y demostraba tomarse las cosas con humor. Pero la expresión se le cambia cuando recuerda la «cara de satisfacción», prácticamente riéndose, del ultra del Olympique de Marsella que le golpeó en el cuello con la hebilla de un cinturón, que había sido específicamente preparado para hacer daño.
Francisco se llevó la mano a la parte izquierda de la garganta, por donde empezó a sangrar de forma abundante. Bajó como pudo los escalones del vomitorio de la grada en la que estaban los hinchas franceses. «Medio inconsciente», recuerda, se tumbó en el suelo. Los primeros compañeros que le atendieron no sabían si el corte le había afectado a algún órgano vital y tumbado sobre el asfalto apenas alcanzó a ver a los agentes de Brigada Móvil, los antidisturbios de la Ertzaintza, dirigiéndose hacia la grada. Una ambulancia le trasladó al hospital de Basurto y allí le advirtieron de la suerte que había tenido. El corte se quedó a un solo centímetro de la yugular. «Un centímetro más a la izquierda e igual hoy no estoy aquí», asume. Los médicos le tuvieron que suturar la herida con siete grapas.
Francisco atiende a este periódico desde su cama del hospital. Lleva ahí desde que él y un compañero fueron agredidos el jueves por los ultras del Olympique, dentro ya de San Mamés. Además de los puntos en el cuello, también se le ha practicado un escáner cerebral para comprobar que no tiene más lesiones por los golpes que recibió. Los facultativos le aseguran que está bien, pero que debe permanecer un tiempo en observación hasta tener ciertas garantías de que las heridas evolucionan bien.
La agresión se produjo cuando los vigilantes de seguridad trataban de evitar que los ultras, que estaban provocando ya altercados, arrojasen más bengalas a la parte inferior del estadio. De hecho, una joven que estaba en la grada recibió el impacto de uno de estos artefactos. Pero lo cierto es que el vigilante ni siquiera recuerda si se habían lanzado bengalas. Sí tiene en la cabeza que, poco después de terminar los «exhaustivos» cacheos en las puertas 20 y 21 del estadio, se disponía a «echar un cigarrillo» cuando apareció el jefe de equipo y les dijo que había que entrar, que aquello se estaba convirtiendo en una batalla campal. Cuando llegaron les impresionó lo que vieron. «Estaban en formación, ¡joder! En formación de combate. La típica falange hoplita», explica este hombre, nacido en León y residente en Burgos.
Francisco, que ha residido alguna época de su vida en Bilbao, tiene claro que aquello era una emboscada. La Ertzaintza ya les había incautado navajas, barras de hierro y pelotas de golf en diversos controles. Pero consiguieron introducir en el campo alguna bengala y cinturones de goma con hebillas afiladas. «Venían a la guerra, no a un partido», sentencia. Cuando llegaron los vigilantes de seguridad, lejos de retroceder, el grupo de ultras empezó a abrirse. «Lo que hacían era dejar abierto el semicírculo para ver si picas y profundizas. Si lo haces te van a cerrar y ya date por perdido», se explica. Él no entró, pero empezaron a «machacarles» por los laterales con cinturones de dos metros. Fue en ese momento cuando le dieron en el cuello. Sabe quién fue, aclara tajante mientras lo describe: un hombre blanco, con pantalón oscuro, sudadera adidas azul cielo, visera azul marino y barba castaña poco poblada. «No olvido la cara de satisfacción que puso cuando me dio. Como diciendo, 'hijo de puta ahí lo tienes'. Luego se metió hacia dentro del grupo», anota.
Francisco es una de esas muchas personas que perdió su anterior empleo en una compañía de seguros durante la crisis. En 2003 empezó a trabajar en empresas de seguridad y se especializó como vigilante de explosivos y escolta privado. Durante estos años ha trabajado como guarda para diversas firmas. Entre ellas, la central de Garoña. Y ha ido a Bilbao a cubrir determinados eventos especiales. Curiosamente estuvo también en el partido de alto riesgo entre el Athletic y el Spartak de Moscú de hace apenas 15 días. De aquella ocasión recuerda que, en términos generales, el trato de los hinchas que accedieron al campo fue «muy bueno».
Pero el jueves todo fue muy distinto. Francisco habla francés porque ha vivido en Francia y en Suiza, por lo que hizo de traductor durante los cacheos «para facilitar las cosas y pedir un poco de calma». «Nosotros fuimos exquisitos. Mi francés es académico. Y el 'monsieur' y el 's'il vous plaît' van a todos lados. Les pregunté si había mujeres. Las colocamos en otra parte para que las cachearan nuestras compañeras. No tuvieron que hacer ni cola. Sólo nos faltó ponerles el 'café au lait'. Todo lo prohibido, excepto lo ilegal, se guardó en contenedores y se permitió que lo pudiesen recoger al final del partido», detalla.
Los franceses, sin embargo, «estaban provocando desde el principio, ya en la entrada del campo, a los propios 'beltzas' (antidisturbios)». Durante los registros, por ejemplo, tuvo que llamar la atención «tres veces» al individuo que después le golpeó, porque no atendía a las peticiones para que se quitase la gorra. «Él se reía, se cambiaba de fila, se quitaba la gorra, se la ponía», explica. El vigilante insiste en que las instrucciones que habían recibido de la empresa y el trabajo que hicieron en la puerta fue «impecable». «Lo hicimos lo mejor que pudimos. Alguna bengala se puede colar, pero es difícil controlar totalmente a gente que viene con ganas de hacer daño», concluye paciente desde la cama.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.