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En el Mundial de fútbol de 2014 la selección española tuvo su cuartel general aquí, en Curitiba, ciudad del altiplano de Paraná. No hay Carnaval en Curitiba, lugar industrial de inviernos poco cálidos. Es extraña la sangre de la población de Curitiba porque amén de los hijos de los hijos de negros, indios y portugueses están los hijos de los hijos de polacos, ucranianos, italianos, alemanes, sirios, libaneses y japoneses.

Y ese extrañamiento de Curitiba con respecto a la imagen global de Brasil es importante, mucho en las texturas del paisaje fílmico, sentimental y vital de esta película que tras haber sido admirada en Sundance fue recibida en la primera noche lluviosa del SSIFF por un público tan entregado como sobrecogido y leal para con el mensaje que envían el realizador de la también demoledora 'Para minha Amada morta', su coguionista, ese director de fotografía de estilizada cámara y los 30 chicos y chicas (casi ninguno actor profesional) que defienden a dentelladas esta película. Y el mensaje está claro: algo pasa en las redes, algo pasa en los dispositivos que nos hiperconectan a todos siempre y en cualquier lugar mientras que nuestra vida (y nuestra muerte) está poblada de silencios, desencuentros, vacíos y desconexiones.

Partida en dos capítulos habitados por dos personajes con mucha sustancia a los que rodean otras criaturas con intenso poder de cine dentro; partida en dos también por sus opciones de luz que va enroñándose, oxidándose, ensuciándose, 'Ferrugem' es igualmente una reflexión sobre la misoginia y la soledad. Y tiene unas presencias femeninas de mucho calado. No solo Tatiana, la muchacha protagonista del primer tranco, y sus amigas sino la madre y la hermana de Renet, habitante del segundo. Rabiosa pero no contra sus personajes sino contra el estado de las cosas, 'Ferrugem' es valiente, válida y contundente.

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