El Príncipe de Pasaia
Tierra trágame» fue lo que se pasó por la cabeza de Iker Murillo antes de su primera actuación como profesional en casa. «Jamás pasé tantos ... nervios», confesó años después en una entrevista para este periódico, rememorando aquella actuación del 4 de enero de 2006 en el Auditorio Kursaal, por las bodas de plata del estudio donostiarra de danza donde se formó.
Forjado en la euskal dantza en los grupos Alkartasuna y Ereintza, el destino del joven campeón de aurresku cambió con las primeras clases de ballet de Maite Egiguren. Del Conservatorio de Baiona con Koldo Zabala como maestro, le impactaron la disciplina y las grandes dimensiones de las aulas. A los diecisiete años sintió la responsabilidad de su apuesta vital al acceder a la escuela de John Cranko en Stuttgart, donde coincidió con otros colosales bailarines guipuzcoanos como Alicia Amatriain y Jorge Nozal.
Su debut profesional fue como príncipe de 'El Cascanueces' en el Saarländisches Staatstheater, aunque vivió su etapa de mayor crecimiento profesional en el Ballet de Zúrich, bajo las órdenes de Heinz Spoerli. Paladeó las mieles del éxito en 2008 al recibir el premio revelación de Gipuzkoa y ser designado bailarín del año por la revista 'Ballettanz'. Unidos gracias a 'Mozart', su marido, Vitali Safronkine, y él alcanzaron juntos la categoría de bailarines principales de la compañía zuriquesa y continuaron su trayectoria por el Ballet de Basel y el Béjart Ballet de Lausanne.
Muy familiar y profundamente apegado a su Pasaia natal, se baja de los escenarios un bailarín elegante y lo hace como siempre ha querido hacerlo: rodeado de amigos como el pianista Josu Okiñena, la soprano Ainhoa Arteta o la actriz Aizpea Goenaga, bailando con su marido –quien también se retira- y arropado por su familia y seres queridos. Nervios entre bambalinas y emociones en el escenario, la noche del sábado en el Victoria Eugenia promete.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión