Ha pasado un dandy
Era extraño que San Sebastián hubiera alumbrado a Rafael Berrio. O quizás no tanto, dado que de vez en cuando esta ciudad nos regala una criatura que encarna todo lo opuesto a lo que representa.
Berrio ha sido demasiado rock para tanto pop, excelso letrista en un entorno de estribillos veraniegos y deslumbrante personaje autoconsciente de su atractivo, aquí donde tanto se admira que alguien repite una y otra vez la cansina letanía de «soy uno más» y «volver a Donostia me hace tener los pies en la tierra». En este sentido, olvidadlo: era una estrella y supo que lo era antes de que los demás nos percatáramos. De esa certeza nunca se apeó.
Tampoco de unas influencias, a veces excesivas, que no ocultaba: galopó por un puñado de canciones compuestas con extremo mimo, atravesando el tiempo desde las décadas de aquella extrema violencia en las calles hasta los de los esta Donostia ideal como destino turístico.
Con todo, se diría que fue a la construcción de un personaje, por otro lado inseparable de sus canciones, la tarea a la que prestó mayor dedicación. Fue leal hasta el fin a una forma de entender la vida bohemia incluso cuando ya todos sus compañeros de generación llevaban décadas con la cabeza asentada, daba la sensación de ir a contracorriente.
El mundo entero se desvive en aparentar ante los demás, pero Berrio transmitía la inequívoca sensación de ser el único público de sí mismo. Al menos, el único cuya opinión tenía en cuenta. Sospecho que siempre se esforzó básicamente en estar a la altura de sus propias expectativas, pero es tan sólo una intuición. Lo que se conoce como «vivir y morir delante del espejo». Un dandy insobornable. Quizás el último de esa estirpe que aún merodeaba por aquí.
Descansa en paz. O quizás no. Como lo veas.