El otoño siempre hiere
FÉLIX MARAÑA
Sábado, 3 de diciembre 2022, 21:07
No se puede explicar la obra, el pensamiento, la vida de Raúl Guerra Garrido sin su vínculo, arraigo, vivir y desvivir en San Sebastián y ... en el País Vasco. A esta ciudad llegó con su título de Farmacia, una imaginación desbordante, una novia, una vitalidad y energía más allá del común y un deseo de comprender el mundo. Si algo hemos de destacar de su obra es su capacidad para mirar en perspectiva,para ver lo que otros no veían o no querían ver. Eso distingue al intelectual, saber apreciar el horizonte.
Recién titulado en la profesión que también determinó su vida, construyó familia y farmacia al lado de este mar Cantábrico, donde soñó todos los horizontes y ha muerto. Y fue llegar y escuchar, ver y analizar el discurso de la sociedad. De ahí nace su primera obra, 'Cacereño', que fue cuento antes que novela, un relato que esbozaba la peripecia de la emigración interior (de los charnegos, manchurrianos, maquetos, coreanos, belarrimotzak), que pobló Gipuzkoa en los años sesenta del siglo XX. Ganó el premio Ciudad de San Sebastián en 1968 y en 1970 publicó la novela del mismo título, que retrató la tensión de una sociedad que acoge y recibe, con más o menos aprecio o menosprecio, a quienes llegan en busca de horizonte. Hay en esa novela un poso histórico y sociológico revelador que, como dijo José de Arteche, era una advertencia para todos.
En esta y otras miradas, Guerra Garrido fue un adelantado. Lo fue a la hora de entender el drama de la violencia como vemos en su novela 'Lectura insólita de El Capital' con la que obtiene el premio Nadal en 1976. Plantea una situación dramática: el secuestro de un empresario a quien por todo alimento ideológico invitaban a leer a Carlos Marx.
En aquellos días Guerra Garrido estaba ocupado también en una acción colectiva que no era revolucionaria pero formaba parte de su construcción intelectual, la de un resistente que se niega a dejar pasar la existencia sin preguntarse qué puede hacer por cambiarla. Uno de sus lemas era invocar el «atrévete a equivocarte». Así, se implicó en la edición de las revistas 'Kurpil' y 'Kantil', un proyecto de animación cultural que tenía por objeto el reconocimiento y promoción de la creación literaria y artística.
En una de sus últimas novelas, 'El otoño siempre hiere' (2000), afirma que «el sol es la última alegría del resucitado», donde aparece su alma de poeta, que él nunca advirtió, incluso llegó a negar. Esta novela es una meditación sobre el sentido de la vida tras conocer el narrador, el propio novelista, que ha fallecido un pariente en la tierra de El Bierzo, de donde procede la familia. Es la misma herida que recibe por la vida, por la imposición o por la violencia, el receptor de aquella carta que tantos ciudadanos recibieron en el tiempo oscuro, en la que se les instaba, bajo amenaza de muerte, a contribuir a financiar el terror. Se ha dicho que en Euskadi se ha tardado en retratar en la literatura aquella infamia, pero entonces es que no se ha leído a Guerra Garrido en 1968, 1970, 1977, 1990. ('La carta', la que recibe el industrial Luis Casas para que se vaya preparando).
Un día, un día muy triste, la farmacia de Raúl, en cuya rebotica hizo tantas guardias y escribió algunas de sus mejores páginas nocturnas, voló por los aires, ardió en una ceremonia cruel. Afortunadamente, supo reaccionar con inteligencia y seguir creando, escribiendo, viviendo y pensando en alto en la ciudad y el país que más amó, aunque algunos de sus contemporáneos entendieran lo contrario.Sus libros (medio centenar de narrativa, una excelente colección de cuentos, algunos ensayos primorosos) resumen y explican la tentación constante de un hombre con ilusión por el futuro, que hace tan sólo unas horas nos preguntaba cuándo saldrá el libro 'Pío Baroja, novelista y médico', del que nuestro escritor es parte. Una de sus últimas alegrías. Agur eta ohore.
* F. M. es editor y autor del libro «Inventario de Raúl Guerra Garrido» (2005).
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