El señor de los sonidos

Comenzó con cuatro Polonesas de Chopin, cada una con un carácter diferente pero todas ellas ideales para mostrar su inmensa capacidad expresiva. En las dos del op. 26 ofreció pocas sorpresas y sí una sonoridad exquisita. Dejó evidencia de todos los rasgos de la partitura, desde los momentos más virtuosos de la nº 1 hasta su final, casi silencioso, o la atmósfera oscura, la agitación y la pasión de la nº 2, combinado todo ello con los pasajes sutiles que propone Chopin. Si la op. 44, más marcial, altiva y provocadora, especialmente en su primera sección, fue cautivadora, en la op. 53 sorprendió el riesgo, jugándose más de un roce en beneficio del ritmo y del carácter heroico de la pieza.

Sokolov, solvente en el plano técnico y de infinitas sonoridades, parece haber nacido para un Rachmaninov que es tremendamente exigente para los pianistas por su amplísima gama de colores dentro de una escritura nada sencilla. En las diez piezas que forman su op. 23 Sokolov nos trasladó de la intimidad a la bravura, pasando por la elegía, la melancolía o a gallardía, demostrando que si puede haber pianistas incluso más pulcros que él en los pasajes de mayor virtuosismo, es incomparable en riqueza tímbrica, un mago del sonido.