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Seducción húngara

Crítica ·

MARÍA JOSÉ CANO

Lunes, 27 de agosto 2018, 06:42

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Si el folclore ha inspirado a numerosos compositores y sigue haciéndolo, el concierto que ofreció ayer la Budapest Festival Orchestra con su director Ivan Fischer fue toda una demostración de su validez, no solo como fuente de creación, sino en sí mismo, con una primera parte, explicada por el propio maestro, que incluyó a músicos cíngaros. Comenzó con la presentación del címbalo húngaro, un instrumento de cuerda parecido al salterio -cuerda percutida con mazos- pero de mayor tamaño. Pudimos escucharlo en solitario, a modo de introducción de lo que iba a ser un viaje a la música húngara desde varios prismas. El címbalo se unió después a la orquesta como un instrumento más para la 'Rapsodia húngara nº 1' de Liszt. Más tarde llegó otro representante de la tradición popular, el violinista József Cócsi Lendvay, que se sumó a la orquesta para mostrar la manera de tocar y la sonoridad del violín cíngaro en Brahms y Liszt. Cedió después el protagonismo a su hijo para Sarasate, que tuvo una interpretación sublime. Su impecable técnica, con un arco infinito, no fue nada comparado con su enorme expresividad. Coronó su actuación junto a su padre con un arreglo de la 'Danza húngara nº 11' de Brahms para los dos violines y orquesta. Fue un momento único de gran calidad musical.

No hay más que escuchar el comienzo de la 'Primera' de Brahms para identificar a una gran orquesta y a un maestro inspirado. Con las primeras notas, el creador alemán consigue introducirnos en un universo de sensaciones único, que comienza con gravedad y angustia. La magnífica orquesta nos tradujo a sonido estos sentimientos y también el carácter cálido, refinado y luminoso del 'Andante sostenuto'. Toda su interpretación fue expresiva, pero encontró, como era de esperar, sus momentos álgidos y su mayor poder de seducción en el largo, complicado y rico final, que culmina en una hermosa melodía con ecos de la 'Oda a la alegría' a la que también dieron todo su carácter.

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