Ruper Ordorika: «Voy buscando un terreno diferente para las canciones que tengo hechas»
El oñatiarra presenta 'Lurra ikutu barik', con textos que «me han llegado» y que ahondaen la línea intimista de sus últimos trabajos
Reposado, tanto en la forma de hacer música como en las respuestas, se nota que Ruper Ordorika (Oñati, 1956) busca «ir más allá» con cada ... disco. Casi con cada concierto. Con un ojo en las nuevas tendencias –habla de la influencia caribeña–, acaba de presentar su 24º álbum: 'Lurra ikutu barik' (Elkar), 11 canciones muy artesanales. En diciembre comenzará la gira «Hay algunos temas que no he buscado, pero que tenía que sacar», apunta.
– En la presentación de su último disco, 'Bakarka bi' (Elkar, 2024) dijo que le empuja «la necesidad de decir». Con una actualidad tan movida, con tantos temas, ¿como artista inspira, satura o decepciona?
– Buena pregunta. Tengo que confesar que me encuentro despistado, son verdaderamente momentos complicados. A veces me viene a la mente la famosa frase de Bertolt Brecht, «qué tiempos estos en los que hablar de poesía». Es un lujo, pero es mi quehacer. En cualquier trabajo parece que las canciones, o las cosas en general, parten de ti mismo, pero en este disco me he sentido un intermediario, que te vienen de algún lado y tú das forma. Hay algunos temas que no he buscado, pero que tenía que sacar. También creo que si el disco hubiera salido unos meses más tarde, a lo mejor habría incluido alguna otra temática porque parece que se están acentuando tiempos de zozobra. Da la impresión de que nos han metido miedo, que a veces tiene que ver con lo puramente patológico, con enfermedades, y que ahora empiezan a sacar rendimiento, parece que es el periodo de la fuerza y todo el mundo tiende a inhibirse, a pensar que la actuación de uno solo no sirve para nada. Lo ves en la distancia, como una fatalidad que nos estuviera pasando, estoy hablando casi a nivel mundial. ¿Qué pinta ahí la música? Es una palabra muy gorda, pero es un camino de redención, donde tiras y ahondas en tu quehacer.
– El arte siempre ha sido una vía de escape o para canalizar, incluso explicar la sociedad. O autoexplicarse ciertos temas . ¿Tiene algo el disco de puesta en común, de digestión?
– Me gustaría pensar que así, porque lo que le pase a uno, la parte testimonial, no me interesa especialmente si no consigue ir hacia lo que le pasa a otro. Eso sí, más que una vía de escape es una vía para ir más allá, para entender muchas cosas.
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– Es un disco de ambiente intimista, que tiene poco de artificio. Suena lo que está, creando un ambiente. Es una apuesta que se ve en varios artistas. ¿Cambio de tendencia o evolución por la experiencia?
– Es una línea que siempre busco, quizá en este disco he intentado dejarme llevar. Cuando Kenny [Wollesen] vino a tocar a la Trinidad con Jon Thorne básicamente le secuestré y ya es mi noveno disco con él. Leo Abrahams vino con Anohni al Kursaal, se quedó dos o tres días he tratado de dejarme llevar. Creo que Leo tiene mucho que ver con el sonido, que está lleno de detalles, aunque parezca muy básico. El resultado, la combinación, está muy equilibrado, suena como álbum, que es lo que me gusta.
– Suele decir que sus discos son «un proceso de aprendizaje». ¿De ahí los fichajes para 'Lurra ikutu barik'? ¿Qué ha buscado? Otra capa, otro sonido...
– Siempre lo hago, siempre trato de dejarme llevar para ir más allá y cambiar el método. Está grabado en cinta en otro estudio, el de Elkar con Víctor Sánchez… Son muchas características, como añadir el contrabajo en lugar del bajo eléctrico. Jon [Thorne] es un contrabajista muy peculiar, ha tocado muchos años con el grupo de electrónica Lamb, y se nota que no es de 'palo duro'. Voy buscando un terreno diferente para las canciones que tengo hechas. Es mi aprendizaje.
'Lurra ikutu barik'
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Artista: Ruper Ordorika.
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Discográfica: Elkar.
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Precio: 15,95 el CD y 23,95 el LP.
– Es una frase habitual en sus entrevistas. Con una trayectoria tan amplia uno se puede acomodar. Como artista debe ser satisfactorio, que la pasión por el arte empuje a innovar, aunque haga que el camino tenga más curvas.
– Para mí es muy importante. Te tengo que decir también que a veces desde fuera se percibe mucho más lo que continúa, porque al final es tu voz, tus palabras, tus fraseos… Lo que es inmóvil.
– En la última entrevista dijo que no había un 'sello Ruper Ordorika', pero sí se ve cierta tendencia a buscar el núcleo de la canción, a desnudarla. Que tenga capas, con espacio para cada una, pero sin recargar.
– (Risas). Creo que pasa por alguna razón. Si es lo que busco no lo sé, pero me da la sensación de estamos en el frontón, a veces haces el tanto al ancho o al txoko, y por alguna razón voy al txoko.
– Pero nunca es el mismo txoko.
– ¡Espero que no!
– En una tendencia de la industria de ir a más, añadir efectos, son varias las voces -Eñaut Elorrieta, Anari, Gorka Urbizu…- que están defendiendo que la canción debe aguantar por sí misma. ¿Reducto de los galos o poso de la edad?
– No lo sé, en la música todo vale. Hay grandísimos discos llenos de barroquísimos, y ahora no te digo nada en las producciones del hip hop que están muy mediatizadas, con la IA, con todas las nuevas tecnologías. En la música estamos muy ligados a la tecnología, pero bueno, siempre ha habido obras muy barrocas y muy interesantes. A la vez yo he hecho dos discos solo con la guitarra. Me gusta todo.
– (…).
– En mi caso creo mucho en los álbumes, en una idea de sonido, y luego lo quiero llevar al directo, poder revivirlo es importante. Aunque no estoy cerrado a cualquier otra posibilidad, no creo que haya barreras en eso. Hay canciones o piezas que piden una orquestación o un disparate, y se agrandan así. Incluso hay épocas, como los primeros 'chansonniers', donde los arreglos se hacían a mano y se nota, hay algo mucho menos previsible y eso me gusta también. Con lo que tengo voy buscando.
– Llaman la atención detalles sueltos, como un sonido que suena a tocar la puerta o golpear la guitarra en 'Denak du bere sasoia'.
– Si se supieran las cosas que pasan en la grabación fliparías. Son un poco los ghost, los que se esconden ahí, el espíritu que está detrás de la canción, como cuando el vibrafonista [Kenny] canta la melodía. La canción que dices, la última del disco, es bíblica y aceptaría de buen grado unos toques en la puerta (risas).
– Que incluye letras del Antiguo Testamento. ¿Búsqueda de mensajes o por su habitual vinculación con la poesía?
– Aunque suene un poco raro, cuando estoy escribiendo me gusta tener una biblia, la más particular la versión en vizcaíno. También me gusta la de Marcel Etxandi en lapurtarra, que es de donde me he nutrido más. Estos textos son inmortales, el Kohelet para los judíos es también un texto bendito. La parábola del predicador… [El texto] Habla solo, me puse casi instantáneamente, pensé que hablaba de algo que yo quería decir. Para mí es muy inspirador. Y un amigo, un poeta, me escribió con una serie de versiones del Cristiastés en inglés, en italiano, en francés, y dos o tres en euskera.
– La experiencia, el saber que de cualquier cosa puede salir algo, ¿da esa libertad?
– Me gusta, porque es algo que me ha costado mucho tiempo. Creo que con la veteranía vas leyendo mejor cosas que has hecho. Traer textos de Javier Aguirre Gandarias, escrito en castellano, el de Tonino Guerra, escrito en romañolo, ni siquiera en italiano. Cantarlo en euskera y ver que llegas, como me pasó con Dionisio Cañas o con Magnus Enzensberger, es un aprendizaje. No es que piense 'voy a hacer una frikilada y voy a hacer Eclesiastes'. Me ha venido. Las palabras mismas hablan para mí.
– Es imposible que el artista se evada de lo que pasa en el día a día. En su caso las estancias o viajes (Londres, Cuba, Nueva York) han influido bastante. ¿Este disco hay algo de eso? ¿O ha sido aprovechar todo lo vivido?
– No, sería imposible sin todos esos años o experiencias anteriores. Tengo la suerte de que Kenny casi cada año en algún concierto viene a Donostia, es el noveno disco. Tenemos una amistas desde hace años. Lo mismo con Leo, que ha hecho la producción de Regina Spektor o Anohni, Eno, David Bell… Eso me abre muchas posibilidades. Y con los Mugalaris, que llevo tantos años que comprenden esa querencia mía, tratamos de ir más allá en el directo.
– Mencionaba que le gustaría conocer Brasil. ¿Le atrae la gente, la música o la gastronomía?
– La música (sin dudarlo). Creo que nadie hubiera pensado que la música mundial se guiara por la música caribeña, como está pasando a través del reggaeton. Ahora es Beyoncé la que escucha la música brasileña, no es al revés. Yo soy un anglófilo, vengo de este mundo, pero es verdad que nadie hubiera esperado que no solo que la música, también las actitudes en el escenario, el modo de vestir, la idea del show, fuera guiado por Bad Bunny en lugar de por un norteamericano blanco. En lugares como Cuba la música popular no ha tenido una continuidad del nivel de sus ancestros, sin embargo en Brasil sí. Se hacen cosas realmente vanguardistas, interesantes. Rítmicamente es riquísimo, siempre pienso que es una asignatura pendiente. Ya empezando por la samba tradicional, los grandes cantantes que todos conocemos y letristas. Hay algo ahí muy evocador pero que no comprendo y me gustaría
– ¿Sería posible entonces escucharle haciendo samba?
– No lo sé…
– ¿Algo parecido a 'Amour eta Toujours'?
– No, eso no es muy difícil, me costó mucho. Aprendí mucho haciéndolo, pero me costó mucho porque yo soy de Oñati. Como dicen en Ondarroa, 'eskobako palu' en lugar de cintura. Entrar en esas polirritmias no es lo nuestro. Hemos conseguido dar un par de pasos más que Xalbador, pero hasta ahí…
– En diciembre comienza la gira. ¿Cómo está siendo preparar algo tan artesanal? No es lo mismo el Victoria Eugenia que un espacio más pequeño.
– Sigo con mi cuarteto habitual, los Mugalaris -Asier Oleaga, El Lucho Neira, Arkaiz Miner- y se sumará Nando de La Casa, somos y Nando de La Casa. Llevo muchos años con ellos y espero que me salven (ríe). No, en serio, hemos empezado a ensayar y me encanta esa parte, porque es recrear todo.
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