Las jóvenes batutas que resuenan en la sinfonía actual
Txomin Maidagan, Mirari Etxebarria y Kepa López. Tres 'nuevos' directores de orquesta guipuzcoanos desafían la tradición y aportan su propio estilo a la música desde el podio
En un rincón del mundo donde la lluvia afina el oído y el mar parece marcar compases, hay quienes han aprendido a dirigir el idioma de la música. Sin embargo, no lo hacen desde la virtuosa soledad del instrumento, sino desde el vértigo del podio, ese espacio suspendido entre el silencio y el sonido, donde un solo gesto desencadena una sinfonía entera.
Desde Gipuzkoa, cada vez más jóvenes se sienten atraídos por adentrarse en el espacio invisible y frágil de dirigir una orquesta. No se trata solo de batir los brazos en el aire ni de encarnar una imagen heredada –la del genio maduro, solemne, hierático–, sino de dar forma a un pensamiento colectivo, de respirar con otros y, al mismo tiempo, marcar el pulso. Dirigir es escuchar, entender, decidir. Y también dudar.
Ninguno de ellos supo desde el principio que acabaría al frente de una agrupación instrumental. Txomin Maidagan (Arrasate, 2004) lo descubrió casi por azar hace cinco años, a pesar de haber crecido entre coros y partituras, siendo hijo de un director coral. «Aunque la figura del director siempre estuvo presente, nunca me lo había planteado», explica. «Fue empezar y sentir que aquello me llenaba».
Mirari Etxebarria (Andoain, 1998), por su parte, pasó buena parte de su adolescencia convencida de que no quería seguir en la música. «Mi madre también dirige, es música, y al principio pensaba que aquello no era para mí. Me costaba muchísimo ir al conservatorio después del instituto. Pero luego entendí que la música me ha acompañado siempre, y en mis diferentes etapas», relata.
Kepa López (Oñati, 2005) es el más joven de los tres. Tiene 19 años y empezó a tocar percusión con apenas seis en la escuela de música de su pueblo: «Luego me pasé al conservatorio y fui probando cosas: composición, arreglos, dirección... Fue durante un curso de verano cuando me di cuenta de que dirigir me hacía sentir cómodo, como si encajara en algo que no sabía que estaba buscando».
El debut al frente de una orquesta no se olvida. El primer contacto de Etxebarria fue a los once en la EIO Txiki (Ikasleen Gazte Orkestra). Años después, con veinte, Juanjo Ocón le dio la oportunidad de ponerse al frente de una prueba acústica en la EGO. «Sentí algo muy fuerte, algo que no he podido soltar desde entonces». A Maidagan le marcó un concierto en su localidad natal que dirigió junto a su padre: «Fue una experiencia muy especial». Por su parte, la «experiencia reveladora» de López fue el día que supo la diferencia entre ensayo y conciertos. «De repente hay público, luces, tensión. Y tú estás ahí, solo, pero acompañado por toda esa energía».
Al mando
¿Tiene sentido la presencia de un rector cuando los músicos saben tocar perfectamente? Para algunos, la batuta conserva aún algo de ritual, una autoridad simbólica más que necesaria. Pero los jóvenes matizan: «En grupos pequeños, quizás no hace falta», objeta López, «pero en una orquesta grande alguien tiene que haber que piense por todos, que haya entendido la partitura completa y sepa cómo unir todas esas voces en una sola intención».
Esa intención no siempre es evidente, y menos aún uniforme. Cada uno tiene su propia voz, su forma de entender el ritmo, el color, el tiempo. Incluso en las obra más interpretadas –Mozart, Mahler, Beethoven– hay margen para la imaginación. «Aunque sigamos una partitura, debemos hacerla nuestra», comenta Maidagan. «Ahí está nuestra responsabilidad, pero también nuestra libertad». Explica Etxebarria que puede que «llegues al concierto y hagas algo distinto. Los músicos están atentos y te siguen. Y en ese momento ocurre una cosa mágica, que no se puede repetir».
Ser joven en un oficio de adultos también tiene su tensión. La figura del director sigue envuelta en una cierta liturgia de autoridad, difícil de habitar cuando se es 'un recién llegado'. «He tenido que aprender a liderar sin imponerme», comenta Etxebarria, siendo además una de las pocas mujeres jóvenes en Gipuzkoa ejerciendo como 'responsable' de orquesta. «No soy una persona autoritaria, así que he tenido que desarrollar otra manera de hacerme entender. Tienes muy poco tiempo para explicar tus ideas, y hay que ser muy clara en lo que se quiere», explica.
Hacer carrera
Pero la clásica necesita renovarse. No desde la obra —«la música ya está escrita», apunta Txomin—, sino desde la manera de acercarla al público. Los tres coinciden en que hay una distancia aún grande entre los ritmos clásicos y las nuevas generaciones. «El protocolo, el elitismo, el miedo a no saber comportarse en un auditorio... todo eso hay que desmontarlo», apunta Etxebarria, porque «la música clásica es increíblemente rica. Pero primero hay que enseñar a escucharla».
Los tres emergen desde diferentes comarcas guipuzcoanas y están, poco a poco, haciéndose hueco en una profesión competitiva y, sobre todo, que aspira a triunfar fuera de Gipuzkoa. ¿O se puede hacer oficio desde dentro? La respuesta es matizada. Hay talento y formación, pero el mercado es duro, internacional, saturado. «Aquí hay pocas orquestas y pocas plazas», comenta López. «En Alemania, por ejemplo, hay muchas más y la gente tiene otra mentalidad. Va a los conciertos con otra actitud». Maidagan es optimista al respecto: «Es difícil, pero no imposible. Lo importante es seguir creciendo». Por su parte, Etxebarria reivindica la necesidad de invertir en educación musical e ir más allá del circuito tradicional.
En cierto modo, los tres están construyendo su lugar. Ensayando su presencia en un oficio que exige un sentido muy fino del tiempo, no solo del musical, sino también del vital. Saben que no es una carrera de velocidad, sino de maduración. Pero también que ya están dentro.
Sin embargo, no se conforman con estar. Aspiran a más. A nuevos formatos, a otras maneras de escuchar, a escenarios aún lejanos. Cada uno tiene su visión, pero todos miran hacia adelante. Maidagan, con la paciencia de quien ha encontrado su centro en el mundo coral, no descarta el salto sinfónico. Etxebarria apuesta por la creación libre, interdisciplinar, educativa y López ya proyecta una agrupación propia, un máster en Europa, mientras sueña con dirigir una instrumental que toque la banda sonora de Harry Potter al tiempo que proyectan la película.
Todavía ensayan frente al espejo y subrayan partituras a lápiz. Pero en su interior ya suenan salas llenas, retos por llegar, obras que aún no han sido escritas. La música —como la vida— no se limita a lo que está en el papel. Hay algo que vibra más allá del compás. Y ellos, desde Gipuzkoa, han decidido no solo escucharlo, sino también dirigirlo.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión