Una fiesta de rock consolidada
Miles de aficionados volvieron a responder a la llamada del Festival de Andoain. La séptima edición de la cita propuso el sábado un repaso enciclopédico a estilos como el garaje, el soul bailable, el punk rock o el psychobilly
ARTURO GARCÍA
Lunes, 16 de junio 2014, 02:18
Apenas recién apagados los focos y desenchufados los tronantes amplificadores de su séptima edición, si algo parece ya a estas alturas el festival de rock de Andoain es una fiesta consolidada y contrastada. Fiesta porque las bandas y artistas de su programa si algo no olvidan nunca es el componente lúdico y festivo del rock a través de puestas en escena que sin pirotecnias ni artificios ajenos a la música, son capaces de atraer y atrapar la atención de ese público profano que siempre ronda las citas gratuitas y al que apenas le suenan de oídas los nombres del cartel.
Y consolidada porque no peca de eso, de quedarse a medio camino ya que, tanto ese público curioso que acude a pasarlo bien sin pretensiones, niños incluidos, como el público iniciado y bien representado siempre año tras año, comparten espacio y sensaciones en un recinto tan inusual para el rock como una plaza con parque infantil en medio.
La clave radica sin duda en que la propuesta es diáfana: un festival fiel a las esencias del rock fundacional y a los frutos de sus primeros hijos bastardos cuando se cruzó con otros géneros a medida que cumplía años y se volvía promiscuo. Andoain es fiel a esa esencia sin asomo de nostalgia improductiva ni huera sino a base de apostar por la respuesta primaria que transmite el rock and roll bien entendido. Muchos de ellos se ganan la vida girando con lo puesto, sobreviviendo en el circuito que discurre al lado del de la fama sin por ello traicionar su discurso.
En general, las bandas e intérpretes que han pasado por cada una de sus ediciones responden a criterios y perfiles de quienes se mueven como peces en el agua siendo fieles a esa tradición pero saqueando y pintándole la cara a base de pasárselo por la piedra con otros estilos. Se aplican al componente lúdico con el que nació pero también con el que escandalizó e intimidó en su día a base de lanzar actitudes y modelos estéticos y sonoros incómodos.
En esta edición predominó el sonido garaje con ascendentes bien soul o punk rock (Woggles, Bellrays, Lookers) pero sonó también rock crápula y mestizo próximo al psychobilly (King Congo Powers), rock árido con esencias bluseras (Tex Perkins) y cierto blues-folk de onda oscura y ruidista (Bakelite).
Si algo agruparía a las seis bandas que desfilaron a lo largo de la tarde noche del sábado es su capacidad para transmitir actitud, pose y puesta en escena al servicio de repertorios repletos de lecturas corrosivas, atractivas o vigorosas del rock entendido como árbol genealógico.
Abrieron la velada dos prometedoras formaciones made in Basque Country. Primero, el dúo chico-chica de Bermeo Bakelite que, en euskera, llevan la sonoridad austera a terrenos de atmósferas envolventes e hipnóticas. Con la gente buscando acomodo les tomó el relevo el trío de Iparralde Lookers, unos jovenzuelos que recuerdan a los Strokes con maneras indies y el ímpetu que da la edad. Ambos prometen sobre todo por su capacidad para absorber influencias bien entendidas.
El ritual de King Congo
Uno que sabe de eso y es fiel a aquello por lo que descolló en su día es el californiano King Congo Powers. El guitarrista de origen chicano forjó su leyenda en sucesivos alistamientos en bandas de aureola maldita como Gun Club, Cramps y los Bad Seeds de Nick Cave. A Andoain llegó con un trío de instrumentistas que le sacó chispas a un repertorio que invocó pantanos y rituales vudú, mezcló rock y psicodelia en un ritual en el que despuntó su guitarra solista como un soplete aplicado a un bidón de whisky. Todo sonó sólido y abrasivo, adjetivos que retumbaron toda la noche.
Hoy el rock se mueve entre la explotación de la leyenda por las formaciones al servicio y negocio de sus miembros originales y la de artistas que siguen en la brecha rodeándose de savia joven y músicos con hambre para suplir las bajas en sus bandas bien por deserciones, desencuentros (Bellrays) o fallecimientos (Woggles). En medio de ambas vías aparecen ogros con aires de matón como Tex Perkins, líder de los salvajes Beasts of Bourbon, que se ha sacado de la manga un proyecto en solitario con el que no cejó de agarrar por la pechera y rociar de sudor un cruce de guitarras y baterías obsesivas con sus blues feístas en la línea de Neil Young o la Velvet.
La fiesta y el baile llegaron al final con Woggles y Bellrays. Los primeros, uniformados con casacas azules, sacudieron ganchos al estómago a lomos de ritmos soul y rock bailable donde James Brown se daba la mano con los Kinks, los Sonics y hasta The Jam. Con un vocalista que desafía a su en apariencia ya castigado esqueleto, terminó desencajado y despeinado blandiendo el pie del micro entre la muchedumbre, que enloqueció con los numeritos de este fogoso cuarteto incapaz de confundir la fiesta con la verbena.
Cerró la nueva reencarnación de Bellrays. La en su día saludada como puntal del punk rock soulero del circuito alternativo es ya otra cosa tras la marcha de su fiero guitarrista, Tony Fate, el de las descargas onda Stooges. El matrimonio que forman la portentosa voz de la volcánica Lisa Kakaula y Bob Vennum, que ha cambiado el bajo por la guitarra, atacaron con orgullo, convencimiento y la fiereza justa, pero cada vez más en el soul reconocible y los riffs nítidos que en las tormentas de rabia.
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