Mila Beldarrain: «Si una mujer que sufre maltrato lee la novela espero que sea capaz de perder la vergüenza y pueda contarlo»
En su nueva novela 'Hazte pequeña, solo mía' la autora donostiarra trata de introducirse en la psicología del maltratador
Se van a cumplir 25 años de la publicación de su primera novela, 'Oria, la sultana vascona' (1994) y Mila Beldarrain (San Sebastián, ... 1951) sigue focalizando sus historias en las mujeres. «Escribo desde mis mocasines», recalca la que fue durante muchos años profesora de instituto, y que ahora quiere abordar las situaciones de maltrato en 'Hazte pequeña, solo mía', que publica Ediciones Beta. Ambientada en muchos lugares de San Sebastián que va citando a lo largo de la novela, también intercala un crimen ocurrido en el Baztan hace siglos. Mezclando distintos tiempos en el elaborado relato, Beldarrain reconstruye a través de tres voces de mujer los mecanismos de seducción del maltratador y las razones que pueden llevar a esas mujeres a caer en manos de su verdugo.
- ¿Las continuas noticias de mujeres maltratadas o asesinadas fue lo que le empujó a escoger este tema, o también algún caso que ha visto en su entorno?
-Me impacta y se me revuelven las tripas cada vez que veo ese goteo de muertes, mes a mes, de mujeres y a veces hasta de niños, y también los que se quedan huérfanos, a los que he dedicado la novela. Además he visto casos, no de maltrato físico al menos delante de mí, pero sí de maltrato psicológico, de amigas que a veces les veías cómo les trataban los maridos, cómo les humillaban delante de la gente, etcétera.
-¿Cree que hace veinte o treinta años había menos casos que ahora o la percepción es distinta porque antes quedaban aún más ocultos?
-Eso me lo he preguntado muchas veces. Yo no sé si había los mismos casos o más pero no se daban a conocer, o no había tantos porque las mujeres éramos más sumisas, más obedientes. Igual lo que ha desencadenado esta situación trágica es que el mundo ha cambiado, pero son tantos y tantos siglos de discriminación, que hay hombres que nos siguen considerando de su propiedad. No asumen la nueva situación. Antes el drama se vivía en casa. Si el colectivo afectado fuera otro, médicos o fontaneros o cualquier otro, me da la impresión de que el escándalo sería mayor. Pero esto tiene algo de doméstico, de ropa sucia de casa que se guarda. Seguramente en esa época había muchas mujeres que sufrían malos tratos pero que no llegaban a la muerte porque se aguantaban. Y obedecían. Pero no sé si era exactamente así...
- ¿También se toleraba más que en una reunión de amigos se produjeran en las parejas situaciones de maltrato o vejación?
- Sí, se toleraba más, parecía algo normal, entre comillas. El desprecio a la mujer estaba presente, desde el momento en que el hombre se consideraba el fuerte, el importante y las mujeres íbamos a su vera y nuestra labor era servirles, como decía Rousseau, que le tengo una manía... Mucha gente no sabe que en plena revolución francesa nosotras no estábamos incluidas en la libertad, igualdad y fraternidad. Pertenecíamos al grupo de los esclavos.
- En los casos de maltrato y asesinato surge enseguida la imagen del ser monstruoso pero, ¿usted quería retratar a ese hombre aparentemente normal que ejerce el maltrato de manera más sibilina?
- Cuando veo a mujeres que denuncian pero luego retiran la renuncia y vuelven a vivir con su maltratador pienso que todas esas mujeres no pueden ser tontas, sino que se produce una relación muy especial entre maltratador y víctima. Una relación perversa pero que les une. Y en la novela he intentado introducirme en la psicología del maltratador, ver qué pasa por esa cabeza, y qué pasa por esa mujer que acepta esa situación, qué vínculos hay entre ellos. Porque a veces esos vínculos son muy fuertes, y con mucha dependencia.
- ¿Cómo es Santi, ese maltratador?
- Es un personaje caprichoso, mimado, hiperprotegido por su madre, despreciado por su padre. Necesita a las mujeres porque necesita ese amor protector. Pero es incapaz de hacer autocrítica, con lo cual coge al más débil y echa ese balón fuera para liberarse. Y yo creo que de ahí viene la violencia. Santi no cumple las expectativas de un padre muy exigente y eso crea una falta de autoestima. Y también ve violencia. Yo tuve un alumno que me dio verdadera pena, porque me contó que su padre pegaba a su madre sistemáticamente todas las noches. Cada noche cuando llegaba el padre a casa todos se ponían a temblar. Y un día me dijo: «¿Yo no voy a ser como mi padre, verdad?». Me llegó al corazón, porque cuando se dan esos comportamientos, pueden influir para que se repitan.
- Y esa relación perversa empezó un día como una historia de amor.
-Un amor muy fuerte, además. Quizás ese es el problema, que es un amor muy fuerte que se va deteriorando de forma casi imperceptible, porque a veces los detalles son muy pequeñitos y se van agrandando. Por eso si esta novela tiene un objetivo es que si la lee una mujer que está pasando por esta situación, sea capaz de perder la vergüenza, porque da vergüenza contar estas cosas. Y pierda el miedo y se atreva a denunciar. Se suele pensar que son las mujeres de pocos recursos las que pasan por esta situación, y no son solo ellas. Por eso he elegido personajes de clase media alta. Y luego escogí como imagen la villa de los Zulueta en Miraconcha, porque en el documental 'Ivan Z.', que es maravilloso, se le veía al cineasta mostrando la hiedra que cubría la casa, y le fascinaba como un elemento vivo. Pero a mí me dio un agobio horroroso, porque lo vi como un elemento vivo pero maligno que lo va cubriendo todo. Y esa decadencia de la casa que se va comiendo la hiedra me inspiró mucho para representar la casa de la familia de mi novela.
- ¿Hay esperanza, la situación está cambiando con el empuje del feminismo?
- Sí, por supuesto, y yo el último 8 de marzo me emocioné mucho. Pero también quiero decir que todos los logros que hemos conseguido las mujeres en los últimos tiempos ha sido con el apoyo de muchos hombres, y creo que esto hay que subrayarlo. No hay que olvidar que los que votaron para conseguir el sufragio de las mujeres fueron hombres, aunque Clara Campoamor es la que movió todo para que eso fuera posible. Hombres y mujeres estamos destinados a entendernos, a conciliar y a convivir. No se puede plantear que los hombres son los malos y las mujeres somos todas ángeles. Lo terrible es que la propia ley ha bendecido nuestra discriminación. Nosotras tenemos una desconfianza en la ley porque hemos estado sometidas con la ley en la mano. Yo cuando me casé en 1974 necesitaba el permiso de mi marido para comprar o vender algo de importancia. Y me daba cuenta, por ejemplo, de la relación de mi padre con su hermana, como era soltera la trataba como una menor de edad, como si fuera incapaz. Eran cosas que estaban asumidas. Ha sido una situación dura, que está cambiando.
-En el título de la novela 'Hazte pequeña, solo mía', ya se incluye la idea de pertenencia.
-Durante siglos nos convirtieron en menores de edad perpetuas, nos hicieron invisibles, sin historia. Generaciones y generaciones de mujeres han estado viendo pasar la vida de otros, se han hecho viejas y se han muerto. Y a día de hoy todavía somos botín de guerra.
- ¿Por eso ha incluido una perspectiva histórica con el crimen del señor de Ursua, que mató a su mujer hace siglos?
- Sí, intercalo en el relato la balada de Juana de Lantaine, gracias a que Patri Urkizu me dio todos los datos, porque yo apenas sabía que era un crimen que había ocurrido en la torre de los Ursua, en Arizkun. No está claro en que época ocurrió el crimen y yo lo he situado en la baja Edad Media, porque me parecía que el marco reflejaba bien esa situación. Es un reconocimiento a todas las mujeres que murieron a manos de sus hombres y de las que nunca se ha sabido nada. Como dice Patri, son baladas trágicas que responden a una realidad. Lo que ocurre ahora es fruto de una situación anterior.
- Y así puede seguir practicando la novela histórica aunque sea en un relato contemporáneo...
- Sí, es que disfruto mucho con la novela histórica. Yo me tumbo en el sofá del salón entre almohadones, con el portátil encima, que es como escribo siempre, y me meto en la historia de una manera que desconecto de todo lo que pase alrededor, aunque venga alguno de mis hijos y se ponga a tocar música. Al escribir me meto en la piel del maltratador, y también en la de esa mujer enamorada de él. Trato de entender todas las situaciones.
- Ya tiene una docena de novelas, ¿nunca le faltan temas sobre los que escribir?
- No, ahora estoy escribiendo otra, que es una frikada de las que hago de vez en cuando. Escribí 'El templario', que me autopubliqué en Amazon y que se está vendiendo muy bien, y de la misma forma saqué 'La verdad de Moctezuma'. Y ahora continúo con 'Yo, Napoleón', me estoy divirtiendo mucho.
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