José Mari Ramos: «El miedo es el padre del valor. ¿Sabes lo frías que tienen las manos en el patio de cuadrillas?»
Quiso ser torero hace 50 años, pero no pudo conseguirlo. La suya es la historia de un toreo que ya no existe y que recuerda con cariño en su caserío de Oiartzun
MANUEL HARINA
san sebastián.
Sábado, 29 de enero 2022, 11:38
Tenía yo muchas ganas de tener esta conversación con José Mari Ramos, pues compartimos no solo afición sino incluso la forma de sentirla, de ... vivirla. José Mari, ha bajado de su caserío en Oiartzun para hablar de un mundo que ya no existe, muy lejos de las escuelas taurinas actuales. Desde su jubilación es feliz con sus ovejas y sus gallinas. Nació en Bañobarez, cerca de Vitigudino y con trece años se escapó para ser torero. Qué lejos quedan aquellos años de tragarse el polvo de las carreteras, de dormir al raso en busca del triunfo y de la gloria en este difícil mundo del toro. No ha vuelto nunca ni piensa volver. «Allí no tengo nada ni a nadie».
– ¿Cómo puede un chaval de trece años, irse de casa para ser torero?
– Eran otros tiempos, hace más de 60 años y, mientras los otros chicos jugaban al balón, yo siempre estaba toreando. Así que lo tuve muy claro. Cogí el hatillo y durante once años, hasta los veinticuatro estuve en la escuela taurina de entonces, 'La tapia'. Intentando torear, ayudando en las fincas en invierno, recorriendo aquellos caminos, casi siempre a pie buscando tentaderos, capeas; hasta en la 'Oportunidad de Vista Alegre' estuve. Era impresionante, más de setecientos muchachos llegados de toda España buscando un sitio, una oportunidad. La verdad es que entre todos surgió uno. 'El Rata', que pegó una patada y nos apartó al resto; puedo decir con orgullo que mantuvimos aquella amistad hasta su fallecimiento hace unos años. Le cambiaron el apodo, para siempre fue y será Sebastián Palomo Linares; un maestro valiente y con una forma única de entender el toreo.
– Se dice que con la inconsciencia de la juventud no existe el miedo
– Eso es mentira, el torero sin miedo no es torero, el miedo es el padre del valor. ¿Te has fijado lo frías que tienen los toreros las manos en el patio de cuadrillas?
– 'Hacer la tapia' y 'pasar el guante', son dos expresiones que torerillos de ahora no entenderán.
– Cuando sabíamos que había un tentadero, llegábamos en cuadrilla hasta la finca y nos subíamos a la tapia a ver si nos dejaban dar un par de pases cuando los toreros se hartaran de torear a las becerras. Y pocas veces había suerte y muchas no. Lo que pasa es que, en muchos pueblos, como por ejemplo en Ciudad Rodrigo, los martes había Feria y la finca se quedaba vacía. ¡Cuántos becerros habríamos apartado y toreado en aquellas corralizas! Hablando de 'pasar el guante', que es dar la vuelta a la plaza sujetando un capote por las puntas para recibir las propinas, éramos felices si sacábamos ochenta o noventa pesetas para los cuatro o cinco. Aunque te puedo asegurar que dos años antes de inaugurarse Illumbe, en Fuenteguinaldo que hace frontera con Portugal, Cesar Jiménez, que hoy es matador de toros ya retirado, sacó más de doscientas mil pesetas pasando el guante.
– Alguno de aquellos que conociste por las fincas y los pueblos, ¿llegó? Y, por cierto, ¿debutaste de luces?
– Que yo recuerde solamente uno: Dámaso González, el torero que mejor ha templado los toros que yo haya visto. Y mira, sí me vestí una vez de luces, pero no llegué a torear. Al final me quitaron para poner al recomendado... fue en otro pueblo de Salamanca, donde todavía hoy la plaza es de carros en Fiestas: San Felices de los gallegos, aunque en ese mismo pueblo, otro día, cuajé una vaca...
– Y ese triunfo en las fiestas de un pueblo de trescientos habitantes, ¿a qué sabe?
– A gloria. El triunfo sabe a gloria, aunque sea en una plaza de carros y uno sea un maletilla...
– Para terminar, hoy en día, con la misma afición, eres más de toros que de toreros.
– Si, la afición siempre se ha mantenido, nunca he dejado de ir a la plaza, pero en general cuando veo un cartel, me fijo más en la ganadería que en los toreros. Será que mantengo en mi memoria al mejor ganadero y a la mejor ganadería que recuerdo: la ganadería de D. Atanasio Fernández en Campocerrado, un gran encaste por desgracia casi desaparecido.
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