Raúl Guerra Garrido: «De Baroja nos atraía su fuerza vital y su libertad para decir lo que quería»
Escritor ·
Mientras ultima su nueva novela, publica 'Un morroi chino con un higo en la coleta', un ensayo «que parece más bien un relato», en la colección 'Baroja y yo'
RICARDO ALDARONDO
SAN SEBASTIÁN.
Miércoles, 6 de junio 2018, 07:27
Mientras ultima en Madrid los detalles de la edición de su próxima novela, Raúl Guerra Garrido (Madrid, 1935)publica estos días su personal aportación a la colección 'Baroja y yo', que cumple ya su número diez en Ediciones Ipso. Como en el caso de otros escritores, Soledad Puértolas, Luis Antonio de Villena o Jon Juaristi, Guerra Garrido da su personal visión barojiana en este opúsculo o librito que además de reflexión y memoria, propone un enigma desde su título, 'Un morroi chino con un higo en la coleta'.
- ¿El encargo le pilló con ganas de escribir sobre Pío Baroja?
- Me invitaron a participar en la colección, aunque yo no he trabajado mucho en ensayos. Pero me hizo gracia la idea, porque no se trataba tanto de hablar sobre Baroja, como de la relación personal de uno con la obra de Baroja. Una cosa más sentimental que crítica y, al menos en mi caso, lejos de lo que pueda ser un estudio serio o una tesis doctoral sobre su obra. Y me lo pasé muy bien haciéndolo, porque Baroja fue una de mis más influyentes lecturas de la juventud.
- ¿Era su primera oportunidad de escribir algo un poco amplio sobre Pïo Baroja?
- Así en forma de libro, o de librito, sí. He dado algunas conferencias sobre él. En Errenteria hace muchos años había una sociedad de esperantistas, que siempre me llamó mucho la atención, y organizaron unas jornadas sobre Baroja en las que participamos Miguel Pelay Orozco y yo. Recuerdo que él hizo algo sobre Baroja y el vasquismo y yo elegí como tema Baroja y el socialismo, pero ahora no tengo ni idea cómo se me ocurrió eso. Me gustaría tener el texto para saber qué es lo que dije. Así que me apetecía mucho hacer ahora esta reflexión, y la verdad es que me he quedado muy contento con el resultado. Creo que he conseguido darle la vuelta, y termina siendo un relato bastante barojiano, más que un estudio o un ensayo, porque se plantea un enigma que al final se soluciona.
- ¿El enigma está en el título? Porque 'Un morroi chino con un higo en la coleta' es muy intrigante.
- Con todo lo que se ha escrito sobre Baroja, no es fácil intentar dar un punto de vista nuevo, y en cualquier caso tendrá que ser a través de la experiencia personal. Y se me ocurrió vincular ese punto de vista a la presencia de chinos en su obra. Aparecen muchos más chinos de los que uno cree en la obra de Baroja. De repente me vino una frase que se me había quedado grabada desde siempre, que decía que «en un caserío había un morroi chino con un higo en la coleta». Pues bien, esa frase que recuerdo tan nítidamente no la he conseguido encontrar en ninguna de las relecturas que he hecho de los libros de Baroja. Se lo pregunté a otros barojianos, incluso a Julio Caro Baroja, y nadie recuerda esa frase, ni en qué libro puede aparecer. Así que ya no sé si es de Baroja o me la he inventado yo, es una cosa muy extraña, propia de 'El libro de arena' de Jorge Luis Borges. No sé por qué se me va a ocurrir eso a mí, y por qué la tengo tan fijada. Hay otras frases de Baroja que he utilizado muchas veces, como la de «Galardi era un vasco decidido y valiente» que cualquiera puede encontrar en 'El laberinto de las sirenas'. Pero la del morroi chino, no. Así que he pergeñado el relato y el recuerdo alrededor de esa frase, que la recupero al final, y le da al librito un aire más de relato que de ensayo. Es más divertido escribir sobre un enigma que sobre un crucigrama resuelto. Y ese fue el desafío, y le acabé siguiendo la pista a más chinos de los que uno cree que puede haber en la obra de Baroja. No solo hay marinos vascos que han sido negreros, algunos también han sido 'chineros'.
- ¿O sea que también le pone un poco de humor al relato?
- Humor hay que poner siempre. Pero con mucha seriedad al mismo tiempo.
«Aparecen muchos más chinos de lo que uno cree en la obra de Baroja, y eso me dio la clave»
«Humor hay que poner siempre. Pero con mucha seriedad al mismo tiempo»
«En Madrid nunca le visité porque, ¿qué le iba a llevar, una bufanda, una tarta?»
- ¿Se ha sentido influido por el estilo de Baroja?
- Uf, cualquiera sabe qué influencias ha podido tener uno. Fue uno de mis escritores más frecuentados y más admirados en mi juventud, luego te vas alejando y buscando tu propio camino, y no sé si un estilo propio. Pero siempre he sentido una gran atracción por la obra y la figura de Baroja. La novela que más me ha influido sin duda es 'El escuadrón del Brigante', de la serie 'Memorias de un hombre de acción', que me pareció fascinante. La he vuelto a releer ahora y sigo opinando que me influyó mucho cuando la leí siendo muy joven. Y sigue siendo fascinante. Baroja siempre ha sido uno de mis ancestros literarios y escribir algo desde un punto sentimental sobre él ha sido un placer. He recordado, por ejemplo, las fotos que le hizo Nicolás Muller, todas esas imágenes de Baroja en el Retiro son suyas. Muller era un fotógrafo extraordinario y esas fotos de Baroja me vuelven a producir una sensación muy entrañable, ese aspecto de hombre muy noble, de pie, con sombrero, no con boina, con las manos en los bolsillos, y con una luz otoñal deslizándose entre los árboles.
- Explica en el libro que no llegó a conocerle personalmente.
- No, cuando vivía en Madrid nunca tuve la tentación de ir a visitar a Don Pío, como se le decía, a su casa de la calle Ruiz de Alarcón porque, ¿qué le iba a llevar? ¿Una bufanda, una tarta? No sé, me parecía un poco tonto aquello, quizás yo era demasiado joven. Una vez que me instalé en San Sebastián, la idea de visitar Itzea era toda una tentación. Y conocí la casa y tuve relación con Julio y Pío Caro Baroja a través de Miguel Pelay Orozco. Y entonces sí, ya había publicado mis primeras novelas, y me produjo satisfacción llevar un ejemplar de 'Cacereño', recuerdo que se lo dejé sobre la mesa que había sido el escritorio de Don Pío, y eso me pareció más lógico que haberle llevado en su día una bufanda. Y todas estas cosas van apareciendo en este librito, que también se contagia de ese flujo vital para hacer, por ejemplo, un recorrido por el cine que empieza con las cosas barojianas que son de Hemingway, sigue por 'Forajidos' de Robert Siodmak, que estaba basada también en Hemingway, y desemboca en 'Blade Runner'. Es muy exagerado, pero es un flujo vital de este lector.
- La primera palabra que aplica en el libro a la obra de Baroja es «emoción».
- Baroja es un personaje absolutamente contradictorio, contundente y hay que tomarlo como es. No se puede unir la persona y la obra, son cosas distintas y que hay que valorar por separado. Pero lo que nos atraía de Baroja como persona cuando éramos jóvenes era precisamente esas opiniones personales, que a veces eran una locura, podía decir lo que quisiera con una libertad a las que no estábamos acostumbrados. Y eso nos atraía mucho, aunque fuese una libertad anárquica e ilógica, y a algunos les puede parecer antifeminista, anticomunista, antisemita o anti lo que sea. Pero el caso es que decía lo que le parecía, y eso no era habitual. Y luego su literatura tiene una carga vital tan fuerte, que te arrastra. Y si no no se explicaría la vigencia que sigue teniendo. Si tenía tantos defectos en el estilo literario desaliñado como dicen, y también como persona, a ver cómo se explica que siga siendo una figura tan destacada de la generación del 98, y que continúe vigente con tanta fuerza a día de hoy. Aunque meterse con Baroja es un deporte muy barojiano... La verdad es que después de escribir este libro me sigo sintiendo muy unido a Baroja, y he vuelto a retomar muchas cosas, a las que podemos llamar nostalgia. Uno empieza a tener muchos años, y le parecen maravillosas todas sus maravillas de juventud.
- Porque descubrió a Baroja de muy joven, gracias a unos libros que tenía su padre...
- Creo que en aquel tiempo hubiera llegado a Baroja de una forma u otra, pero hago referencia a la biblioteca de mi padre, que era muy parca, y además había quedado diezmada después de la guerra. Tenía muchos libros de Baroja y de sudamericanos clásicos como Rómulo Gallegos, del que me gustó 'Canaima' o una novelita de Eustasio Rivera, 'La vorágine', que es una preciosidad. Pero mi lectura se volcó claramente en Pío Baroja.
- ¿Y cuando vino a vivir a San Sebastián buscó nuevas huellas barojianas?
- Hay otra frase que suelo atribuir a Baroja, pero que no sé donde está, y que los demás la citan más porque me la han oído a mí que por habersela leído a Baroja, que es «si quieres ser escritor, vete a Madrid y ponte a la cola», que me parece muy bueno. Yo hice al revés, dejé Madrid y me vine a San Sebastián, donde la cola sería más corta pero muy importante, porque cuando yo llegué el 'rey del mambo' aquí era Luis Martín-Santos, que murió poco después. Como cuento en el libro, tuve mis primeras relaciones con amigos y mis primeros escritos, el nacimiento de la revista 'Kurpil', cierta amistad con Julio Caro Baroja... Y conocí a personajes muy barojianos, mi primera amistad con Santiago Aizarna, con Jorge Oteiza... fui descubriendo el mundo vasco que a mí me había parecido muy exótico en 'La leyenda de Jaun de Alzate', y que al ir conociendo Gipuzkoa se iba concretando en ciertas realidades. Hay un cuento de Baroja, 'Los txapelaundis del Bidasoa', que lo recuerdo con cariño porque en una de mis visitas a Itzea los hermanos Caro habían creado una sociedad de txapelaundis de Baroja, y me dieron una especie de diploma que firmaron los dos, uno como lehendakari y otro como secretario. Me pareció muy divertido, era una sociedad gastronómico-hedonista, o algo así.
- ¿Y esa época en que buscaba obsesivamente novelas de Baroja?
- Sí, recorría la Cuesta de Moyano en Madrid en busca de aquellos libros, que cuando los encontrabas estaban absolutamente desvencijados muchas veces. Pero los tomabas como un tesoro, como siempre nos ha pasado a los buscadores de libros.
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