Kepa Murua: «No es una novela de buenos y malos, sino de luces y sombras»
Encontrar la voz de un hombre que «con los años puede poner palabras a lo que no entendía de joven» le ha ayudado a escribir sobre los 'años de plomo'Kepa Murua Escritor
Kepa Murua (Zarautz, 1962), que el año pasado reunió en 'El cuaderno blanco' una selección de los cientos de poemas que ha escrito y publicado ... en tres décadas, publicó su primera novela –'Un poco de paz'– en 2013, cuando ya contaba con una amplia obra poética y ensayística. Recientemente ha presentado la cuarta, 'La carretera de la costa', descrita en la contraportada como «una novela de perdón y esperanza».
– La novela lleva poco tiempo en las librerías, pero ha pasado muchos años en su cabeza.
– Imagino que es algo que también les pasará a muchos escritores que quieren contar los 'años de plomo' y las experiencias personales que vivimos en aquellos tiempos. Aunque estos días me han recordado que ya hablaba de ella hace diez o quince años, me costó mucho acertar con la novela que tenía en la cabeza. En el momento en el que di con el narrador, encontré el camino.
– En ocasiones da la impresión que al narrador también le ha costado encontrar el suyo, y parece que tiene tantas dudas como certezas.
– El narrador es un hombre maduro que, con la mirada del muchacho de 18 años que fue en su día, cuenta a su amor –una mujer más joven que él, de un país latinoamericano, concretamente de Colombia–, los hechos dramáticos que ocurrieron en un lugar tan bello como la carretera de la costa, la que va desde Zarautz a Deba, que es el espacio de la novela y en gran medida su protagonista. En la novela aparecen los recuerdos del muchacho y la voz del hombre maduro, que con los años puede poner palabras a aquello que no entendía cuando era joven, algo que en estos momentos me parece muy necesario para todos.
– El hecho que más relevancia tiene, el punto de partida, es el asesinato de Ceferino Peña. ETA lo mató el 16 de mayo de 1980 en su taller de carrocería de Zestoa, en presencia de su hija. Posteriormente, reconoció que lo había asesinado por error.
– Mientras estaba escribiendo la novela se me activó mucho el recuerdo de Ceferino Peña con motivo del homenaje que se le hizo en Arrona [tuvo lugar el 15 de mayo de 2016]. Creo que uno de los logros de la novela es mencionar hechos reales que parecen ficticios, e introducir hechos ficticios que parecen reales. Lo mismo ocurre con los personajes. En este caso, además, partir de un hecho local pero muy relevante, como es el asesinato de Ceferino Peña, a quien se le da voz en la novela, es también un homenaje a las víctimas. En realidad, en ese juego entre ficción y realidad el eje central es su figura, y el arrepentimiento de su asesino, que nunca pudo quitarse de la conciencia los ojos de su hija, una niña cuando presenció el asesinato de su padre.
– Han pasado los años, pero todos regresan al pasado una y otra vez.
– Efectivamente, es un regreso para todos. El narrador regresa al escenario de su juventud. Los etarras también regresan; algunos vuelven de la cárcel, a otros los detienen en el extranjero y los hace regresar la Policía. No son regresos sencillos. Hay que pensar en las biografías personales, en los sentimientos que generan... Por eso el narrador habla tanto sobre la paz, las contradicciones, el miedo o el silencio, y lo hace con muchos matices que cuando era joven se le escapaban. En ese sentido, y sin ánimo de entrar en comparaciones, en 'La carretera de la costa' he trabajado el mundo de los matices en el sentido de que no es blanco todo lo que nos han dicho que es blanco, y no es negro todo lo que nos han dicho que es negro. Del mismo modo, muchas veces las personas de un bando u otro, por decirlo de alguna manera, no son lo que parecen. Eso me permite pensar que la realidad que se dibujaba entonces ya estaba llena de matices, aunque no los viéramos.
«Partir del asesinato de Ceferino Peña, a quien se da voz propia en la novela, es también un homenaje a las víctimas»
«Quiero colocar al lector frente al espejo, que se pregunte cosas: cómo pensábamos entonces, cómo pensamos ahora...»
«El narrador no se atreve a juzgar. Bastante tiene con reflexionar acerca de su propia conciencia y su dignidad»
– Ha mencionado el miedo. Tiene mucho peso en todo el relato.
– Algo que me parece muy bonito en esta novela es la ternura que se emplea no ya para justificar nada, sino para explicar las cosas con palabras y volver a reajustar el significado de términos como amor, muerte, miedo... 'Miedo' es una palabra muy importante, porque aquellos años lo dominaba todo y no sabías de dónde podía venir; de ETA, de la Guardia Civil... Como joven lo viví personalmente. Ahora lo puedo vivir con tranquilidad desde el punto de vista de las emociones, pero me ha costado encontrar el modo de contarlo.
– En la novela no hay una visión única, sino que aporta distintas perspectivas. Es una carretera con muchas curvas y paisajes.
– Sí, esa carretera tiene muchas curvas, y también muchas metáforas. Como la de las traineras, que son los ataúdes que viajaban hacia el sur con cuerpos de guardias civiles que no tenían ningún respaldo social, y otros en torno a los cuales sucedía todo lo contrario. He ido formando un 'collage' de mi propia memoria para enhebrar una ficción en la que hay cosas que se basan en la realidad, pero se camuflan en esa ficción. Lo que me parece importante como escritor es el matiz, el punto de vista. No es una novela ensayística ni poética sino claramente narrativa, pero sí es cierto que los personajes hablan en voz alta de lo que piensan de todo aquello, y eso introduce esa variedad de visiones y un punto ensayístico. Lo que no es, desde luego, es una novela de personajes antitéticos, de buenos y malos, sino que es una novela de matices, de luces y sombras. Como no quería repetirme ni hacer algo que ya estuviera hecho, me adentré en un camino diferente de la mano de ese narrador.
– Se trata de un narrador que recuerda y se cuestiona, pero que apenas juzga.
– Es que ese hombre solitario y desplazado no se atreve a juzgar. Bastante tiene con reflexionar sobre su propia conciencia y su dignidad. La persona empática tampoco juzga, aunque si le das a elegir sabe muy bien qué es el bien y qué es el mal. Estoy cansado de palabras grandilocuentes, y creo que cada uno tiene que trabajar su propia conciencia. Conceptos como el perdón deben comenzar con el perdón a uno mismo.
– No una novela simple desde el punto de vista formal. No ha incluido diálogos al uso, ha optado por párrafos muy largos, sin interrupciones...
– No le he querido dar al lector un artefacto difícil, sino todo lo contrario, pero la novela me tenía que reflejar, y ese ha sido el resultado. Pienso que el ritmo que se genera lleva al lector hasta el final y le coloca frente al espejo. Es lo que quería hacer, sobre todo con el lector más cercano. Que se pregunte cosas: cómo pensábamos entonces, cómo pensamos ahora... De todas maneras, es una novela que puede servir para cualquier lector de cualquier país, porque cada uno tiene que responder a sus conflictos interiores.
– Tampoco es, aunque lo parezca, una novela monotemática.
– No, también hay reflexiones que desde el punto de vista de mi generación son importantes, como las referidas al mundo del caballo, que en espacios como Zarautz o Elgoibar fue muy duro. O el mundo de las falsas identidades, tanto en los alias de los miembros de ETA como en el mundo de la homosexualidad no declarada.
– ¿Qué le gustaría añadir a la aportación que desde la literatura se real a la reflexión sobre aquellos 'años de plomo' y sus secuelas?
– Me gustaría aportar la visión de un escritor como Kepa Murua. No me atrevo a decir, como otros, que es una verdad, sino un reflejo, una visión diferente, amplia, tocada no solo por los matices sino también por las contradicciones que podemos vivir todos a nivel sentimental o ideológico.
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