El nido del humor más audaz durante el franquismo
Un libro recoge el influjo de la revista La Codorniz en la prensa, el cine, el teatro y la literatura
Son tales el número y calidad de los talentos que reunió en sus páginas, y la influencia de su humor y sus ideas en la ... cultura española de mediados del siglo XX, que la revista La Codorniz merecía un estudio en profundidad con todas sus inabarcables ramificaciones. «Es un baúl sin fondo», resume el donostiarra Felipe Cabrerizo, autor junto al madrileño escritor y director de cine Santiago Aguilar del monumental estudio 'La Codorniz, de la revista a la pantalla (y viceversa)' que recorre no solo los más de 40 años de publicación de la revista, sino las ramificaciones en cine, teatro, literatura, periodismo y humor gráfico que tuvieron sus muy ilustres creadores y colaboradores.
San Sebastián y Madrid fueron los dos lugares de alumbramiento y crecimiento de La Codorniz: en Donostia se gestó y publicó su precedente, La Ametralladora, durante la Guerra Civil, cuando muchos de sus creadores y continuadores se habían acogido en lo que se convirtió en la «capital cultural» durante la contienda, entre ellos Miguel Mihura, Edgar Neville, Conchita Montes, Tono y el donostiarra Álvaro de la Iglesia. Y en Madrid se fundó definitivamente, en 1941, La Codorniz, impulsada por todo este grupo de autores, a los que se sumaban Wenceslao Fernández Flórez y Ramón Gómez de la Serna, que se ha dado en llamar 'la otra generación del 27'.
La influencia es inabarcable: «La Codorniz ejerció de mancha de aceite que acabó impregnándolo todo a su alrededor», explica Cabrerizo. «Ellos proponen una forma de hacer humor completamente inédito e inimaginable en la España de aquellos primeros años 40, y un poco en la estela de lo que habían hecho antes de la guerra».
Los quince años que han pasado desde el inicio del trabajo hasta su publicación, aparte de avatares institucionales y económicos, responden a la voluntad de abarcar los afluentes de La Codorniz a vista de pájaro: «Nos interesaba mucho cómo desde una revista de humor se puede llegar a un alcance cultural tan extenso y de gran calado, y filtrarse en todos los referentes culturales de aquellos años», añade Cabrerizo. «Por la revista pasaron cientos de personas, con autores muy importantes. Hemos repasado lo que hicieron no solo para la revista, sino su trabajo en el cine, el teatro, la literatura... han sido miles de cosas».
Reunión donostiarra
Tenían una obra y un prestigio labrado desde los años 20, con actividad frenética. En 1931 Edgar Neville viajó a Hollywood para hacer allí la versión en español de las películas americanas de las grandes productoras, y se codeó con Greta Garbo y Charles Chaplin, al igual que Tono y Miguel Mihura. José López Rubio ya era un escritor muy considerado. Y Enrique Jardiel Poncela había conseguido logros muy importantes en el teatro.
Y llegó la Guerra Civil. «Como los nacionales tomaron muy rápidamente San Sebastián, la ciudad se convirtió en una especie de pequeño oasis dentro de la contienda», relata Cabrerizo. «Había comida, la frontera estaba cerca, y San Sebastián acabó siendo la capital cultural durante la guerra. Falange instala aquí su red de publicaciones, y entre ellas La Ametralladora, que se regalaba a los combatientes y también se vendía en quioscos. La Ametralladora tenía un humor muy feo, incluso espeluznante, una revista de combate bastante dura. A Miguel Mihura, que acababa de llegar a San Sebastián huyendo de la guerra en Madrid, le cae la dirección de La Ametralladora. Tono vivía en San Juan de Luz, y también se instalan en San Sebastián Edgar Neville y Conchita Montes, además de Jerónimo Mihura, que luego sería un importante director de cine. Así que toda esa gente se acabó juntando en San Sebastián».
Miguel Mihura consiguió darle la vuelta a La Ametralladora y cambiar ese humor tan hiriente por «otro más abstracto y que se toma a broma la propia guerra». Al término de la guerra, La Ametralladora no tenía sentido como revista para combatientes, pero Mihura prometió volver. Y lo hizo dos años después en Madrid fundando La Codorniz, como una continuación de La Ametralladora.
Aunque después de la guerra todos volvieron a Madrid, la conexión con San Sebastián no terminó ahí. «San Sebastián era la plaza teatral más fuerte, el estreno aquí era más importante que el de Madrid. La prueba de fuego para cualquier compañía era el estreno donostiarra en verano. Y casi todos tenían relación con el teatro». Eso duró desde los 40 hasta los 60. «Álvaro de la Iglesia venía con frecuencia y Miguel Mihura terminó por retirarse a Hondarribia. Y está enterrado en Polloe, que lo enterraron en dos tandas. Desde los años 30 tenía un problema en una pierna que se la terminaron amputando, y la enterraron en Polloe. Él iba a poner flores a su propia pierna, hasta que murió y lo enterraron ya completo». Muy codornicesco todo.
En San Sebastián también escribieron Tono y Miguel Mihura, que se juntaban en un café de la Avenida de la Libertad, «la primera obra de teatro codornicesca, 'Ni pobre ni rico sino todo lo contrario', que luego fue adaptada al cine por Ignacio F. Iquino».
En cuanto a la filiación política de la revista, en una era que coincide casi enteramente con la del franquismo, suele haber mucha confusión: «Es muy curioso, porque hay dos estereotipos opuestos sobre La Codorniz que se repiten continuamente: que era una revista del régimen hecha por unos fachas, que es una cosa que nos persigue siempre cuando escribimos sobre esta gente; y que simbolizaba la resistencia antifranquista, cuando no fue ni una cosa ni otra», aclara Cabrerizo.
«Creo que la grandeza de La Codorniz está ahí, en que recogió todo tipo de orientaciones», apunta Cabrerizo. «En realidad, el núcleo original de la revista, Miguel Mihura, Edgar Neville o Tono, eran gentes que nunca tuvieron intereses políticos. Pero hubo de todo, algunos de los que estuvieron en los núcleos previos a La Codorniz fueron fusilados. Neville se acogió al bando franquista por interés, porque antes estuvo en Izquierda Republicana. A Mihura y a Tono la política les daba igual, se vieron obligados a afiliarse a Falange durante la guerra porque si no, no podías trabajar».
Y todo este aura de La Codorniz como nido de lucha contra la censura y el franquismo lo montó Álvaro de la Iglesia, «que era un señor muy conservador que había estado en la División Azul. Es algo que hacían muchos conservadores que no estaban de acuerdo con la censura, llevaban las cosas un poco al límite, también por una cuestión promocional. Pero hubo desde gente que había estado condenada a muerte durante la República, como Fernando Perdiguero, a Manuel Summers, que era conservador pero luchó mucho contra la censura, y Chumy Chúmez, que era de izquierdas y estaba muy en contra del franquismo. Así que en La Codorniz se junta todo el espectro político de la España de aquellos años».
Un humor muy moderno
«La revista más audaz para el lector más inteligente», era el lema de La Codorniz, que se publicaba semanalmente. «Esta gente en 1941 se leía el New Yorker todas las semanas, y sabía lo que se estaba haciendo en humor tanto en Estados Unidos como en Italia y Francia», explica Felipe Cabrerizo. «Fue un humor de una modernidad absoluta, que se mantuvo incluso durante el franquismo, y que se renovó con Chumy Chúmez, cuando decidió hacerse un viaje a San Francisco, París y la Toscana para ver la prensa 'underground' que salía entonces. Y como vio que eso no se podía hacer en La Codorniz, fundó Hermano Lobo ya en los 70. Pero para entonces La Codorniz llevaba más de treinta años». En resumen: «Todo el que tenía algo que decir en el humor y la comedia española pasó por La Codorniz, fue una revista de vanguardia».
La propia evolución de la revista a lo largo de las décadas muestra «cómo se va amoldando a los cambios sociales y políticos que hay en España y va aportando otro tipo de humor que va mutando muchísimo», apunta Cabrerizo. «De hecho, La Codorniz de 1978, el año final, no tiene nada que ver con la de 1941. Y esto nos permitía hacer una gran radiografía de lo que es la comedia cinematográfica, que es un tema que está mal estudiado en España. Queríamos ver cómo todo este tránsito de gente de La Codorniz al cine, tanto de ida como de vuelta, marcaba la historia de la comedia cinematográfica en España», explican Aguilar y Cabrerizo, acostumbrados a escribir a cuatro manos y que previamente ya habían publicado otros libros de ramificación codornicesca: 'Un bigote para dos', 'Mauricio o una víctima del vicio y otros celuloides rancios de Enrique Jardiel Poncela', 'Conchita Montes: una mujer ante el espejo' y 'Tono, un humorista de la vanguardia'.
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