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Jesús María Cormán (Donostia, 1966) ya no lleva el recuento de los días transcurridos desde el fallecimiento de sus padres el año pasado en el intervalo de dos meses, pero cuando el 17 de octubre concluyó el poemario 'Pronto será tarde' habían pasado 123 de ... la muerte de Antonia Seco y 55 de la de Santiago Cormán. Ahora, el escritor y pintor publica un díptico poético dedicado a cada uno de sus progenitores: el citado 'Pronto será tarde' y 'Planes de pasado'. Los dos volúmenes se publican mañana y la presentación en Donostia correrá a cargo de la escritora Aroa Moreno, muy vinculada a por lo menos uno de ellos, el próximo día 10.
– ¿Diría que estos dos poemarios conforman una suerte de monumento funerario?
– Sí, de hecho si los 70 poemas se hubieran publicado en un sólo volumen su título hubiese sido 'Testamento', ya que tienen un carácter funerario y memorial, no tanto de la figura de mis padres, como del vínculo que mantenía yo con ellos.
– Tras estos dos poemarios, ¿cree que podrá escribir más?
– No lo sé. Es cierto que son un punto de inflexión en lo que he escrito hasta el momento y no sé si habrá algo más después.
– Quizás los ha escrito a modo de catarsis tras dos pérdidas tan dolorosas y tan próximas en el tiempo.
– No pretendía ser una catarsis, ni sentirme luego mejor. Simplemente, me vi en la tesitura de levantar acta de lo que estaba ocurriendo. De los 70 poemas que suman los dos libros, el 90% están escritos durante el proceso que desembocó en sus muertes. Sólo el 10% surgen en el tramo finalísimo de su vidas.
– En el caso del poemario dedicado a su madre, ha partido de grabaciones que le hizo en vida.
– Es así. Todo lo que cuenta ella en esas grabaciones –en total veintitrés de unos diez minutos cada una, es decir, casi cuatro horas–, es material que yo ya conocía porque he crecido con esas historias desde niño. Las grabaciones repasan cronológicamente sus recuerdos de sus primeros años de vida, la guerra, la estancia en el exilio y el regreso. Eso marca su manera de estar en la vida, que a su vez, me marca a mí.
– ¿Nunca dejó de ser aquella 'niña de la guerra'?
– No, su memoria de aquellos años en Bélgica, durante la guerra, era la de una época extraordinaria. Los mejores años de su vida. Vivía en una extraña felicidad porque a la vez era el momento más terrorífico para una niña desarraigada de su tierra, de su casa y separada de su familia y sobre todo, de su madre.
– De hecho, Antonia acaba convirtiéndose en el personaje de Ruth en la novela de Aroa Moreno 'La bajamar'.
– Así es. De una forma completamente azarosa, como suele pasar con las mejores cosas, acaba convirtiéndose en el personaje de Ruth.
– Llegó a saberlo...
– Sí, aunque Aroa y mi madre no podían entrevistarse personalmente a causa de la pandemia, yo hacía de médium y le pasaba las grabaciones a Aroa. Y al final, en noviembre de 2021, tanto mi madre como padre se encontraron con Aroa en Pasaia y hablaron durante tres horas. Le dije a Aroa que aprovechara ese momento para preguntar cualquier cosa que tuviera pendiente porque ése era el momento. Cuando íbamos a la cita, mi madre me dijo toda apurada: «Pero esta chica, ¿ya sabe que somos gente sencilla?» Ése es el personaje de Ruth: alguien que no ha perdido el norte de su propia trayectoria vital, alguien que ha nacido en una familia sencilla, que tiene una vida sencilla y que va a morir de forma sencilla.
– En el poemario, las voces se alternan: uno lo escribe usted en primera persona y en el siguiente pone voz a su madre, en una especie de diálogo.
– Sí y aunque no es algo premeditado, creo que hay una necesidad del poemario, en el sentido de que me gustaría que quien nos leyese, al final no supiera cuál de los dos voces es de cada uno. Hacemos una superposición de dos voces que acaban siendo una, es decir, una armonía.
– En el caso del poemario dedicado a su padre, 'Planes de pasado', el fondo y la forma son radicalmente diferentes.
– Porque mi padre fue toda su vida un personaje secundario y en el momento en el que el protagonista –en este caso, mi madre–, desaparece, asume el rol principal. Lo fue durante dos meses. Queda extraño decir que en ese tiempo llega a conocer más a mi padre que en todo el tiempo anterior. Este segundo poemario es una mirada permanente a lo que es y ha sido mi padre.
– Sí, porque lo mismo que su madre aparece perfectamente dibujada y es una persona fácilmente imaginable, su padre permanece más en el enigma.
– Es que era así. Es curioso porque era la persona más cercana y entrañable del mundo, pero amparado en una amabilidad exquisita y en una sonrisa permanente, guardaba un silencio muy enigmático sobre un mundo interior que nunca permitió que saliese fuera.
– Ni que su familia accediera a ese mundo interior...
– No por proteger algo que no quisiera que supiésemos, sino porque era de una forma de ser tan sencilla que en el fondo, creo que pensaba que su propia vida no era algo importante, ni reseñable. De hecho, siempre recurría a su año y medio, entre 1947 y 1948, de servicio militar en África. Podría pensarse que eran las típicas historias de la mili, pero no: era algo más. Siempre tenía algo más. Cualquier cosa que pasara en el presente la comparaba con hechos que sucedieron en aquel tramo tan concreto de su vida. Estamos hablando del África de Paul Bowles. Mi padre estuvo en el Rincón del Medik, que ahora es un sitio muy turístico, pero que en los años cuarenta era un lugar muy exótico. Cuando pensamos en 'El cielo protector', veo a mi padre ahí, vestido de soldado, porque tengo incluso fotos.
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– ¿Le ha quedado una cierta sensación de fracaso como hijo? Es algo muy común, casi un sentimiento universal...
– No y sí. Soy hijo único y llegas a este momento de tu vida en el que tienes que lidiar con una situación dramática como es la despedida de tus padres, siempre tienes la sensación de que puedes hacer más y mejor. Queda un vacío tremendo y un sentimiento de «no lo he hecho bien», aunque tu entorno te diga: «Has hecho todo lo que podías». En el fondo, veo que estos poemas a nadie le dejan indiferente y es muy sencillo: yo cuento cosas que tienen que ver conmigo, pero en el entramado hay cuestiones universales. Por eso es tan fácil empatizar con estos dos poemarios. Todos hemos tenido que 'escribirlos' o que leerlos. Sabemos que tendremos que pasar por esas sensaciones.
– Tras la muerte de sus padres, ¿se define como un huérfano por encima de cualquier otra cosa?
– No sé si esto cambiará, pero en este momento sí. Igual es mucho decir y cae un poco en lo dramático, pero sí es una sensación de vacío tremendo. Me descubro a mí mismo haciendo gestos, a veces, delirantes, como llamar a casa de mis padres, a la misma hora a la que lo hacía cuando vivían, simplemente para escuchar el tono o ir a su cocina para sentarme donde ellos lo hacían y mirar hacia donde me sentaba yo. Es un poco demencial, pero es parte del duelo. Todos hacemos lo que podemos e intentamos hacerlo lo mejor posible.
–¿Aún lleva la cuenta de los días transcurridos desde las muertes de sus padres?
– Ya no, por una cuestión de salud mental. Llega un momento en el que uno tiene que cerrar capítulos.
– Y se supone que la publicación de estos dos libros forma parte de ese proceso.
– Forman parte. Yo no me hubiese planteado publicarlos si mis padres siguiesen vivos.
– ¿Le da pudor?
– Pudor, no. Tengo miedo de que haya quien no lo entienda. Hay gente que ve con una cierta acidez el hecho de uno hable de la muerte de un ser querido porque parece que entras en el terreno de lo lacrimógeno o lo exhibicionista. Son dos libros que se han escrito solos, únicamente tuve que poner cuatro cosas.
Duerme.
La estoy mirando.
Me estoy mirando con las manos.
No he aprendido a hablar todavía.
La palabra debería estar aquí,
conmigo,
como un machete,
abriéndome paso, con ella, hasta la despedida.
Ante mí está la jungla, esa otra selva,
ajena a lo salvaje,
a la espera de un sendero claro
entre dos mundos.
Digo que quiero
esa palabra exacta, certera, pero
en lo secreto la espanto.
La llamo y la ahuyento.
La anhelo y la desdeño.
La amo pero la odio, profundamente.
Porque sé que,
si en algún momento la empuño,
sólo la usaré contra mí.
Entorna un momento los ojos.
Su última mirada extraviada dice
'Ama, llévame a casa'. Y entonces se va.
La palabra, ahora, ya está conmigo.
Destrozarme
es el único camino
que me queda por abrir en la vida.
Me gustaría poder decirte
que te estás viviendo,
aunque esto supusiera
un atentado contra el lenguaje.
Y, en cambio, tengo que decirte
que te estás muriendo,
aunque esto suponga
atentar contra el idioma de nuestra propia vida.
Mientras me escuchas,
tu océano tranquilo
me devuelve la mirada
y dices algo
sobre que, antes, las barritas de surimi
te gustaban con delirio
pero que, ahora, han perdido el sabor,
igual que todo.
Afuera, llueve con rabia,
como si no fuese a escampar nunca.
Tu voz es, en cambio, una llovizna suave
que acabará cesando
hasta ir convirtiéndose en sequía.
Todo pensamiento me tiembla como si fuera carne.
Sé que la tristeza nunca hace prisioneros.
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